Historia

Historia

Otro de los centenarios de 1517

La Razón
La RazónLa Razón

Se impone en nosotros la tendencia de dar nueva luz en el quebrantamiento padecido por Europa cuando la segunda Reforma que calificamos de luterana suspendió los debates y recurrió a un enfrentamiento llegándose con ello a un recurso a las armas que envolverían en fuego al Viejo Mundo. Algo que el Papa Francisco I ha querido destacar personalmente usando las vías del amor y de la esperanza que no significan renuncia a las verdades profesadas si no entendimiento de esas dos dimensiones esenciales del catolicismo que son la capacidad racional y el libre albedrío. Dimensiones de la persona humana. Lo que parece haberse superado y en gran medida lo está vuelve ahora a asomar sus veladas amenazas de ruptura. Los historiadores tenemos el deber de llamar la atención tratando de prestar ayuda.

Cuando Carlos de Habsburgo preparaba sus baúles para el viaje a España y hacer de ella una sola y poderosa Monarquía y Lutero redactaba las noventa y cinco tesis que acabaría colgando en la capilla de Wittenberg (noviembre de 1517) el principal maestro del futuro emperador, Desiderio. Erasmo de Rotterdam preparaba para él una especie de instrucción profunda para el gobierno a la que tituló en latín «Institutio principis christiani». ¿Cómo debe gobernar un soberano si se atiene a los derechos naturales inherentes a la persona? Erasmo llegaría a convertirse en personaje muy controvertido: su principal obra, Enchiridion es decir «Manual del caballero cristiano» marcó en España una pauta: fue el que, impreso, alcanzarla mayor número de ventas. Y al mismo tiempo fue combatido desde ambos lados: el riguroso tradicionalista y el luterano. Ordenado se abstuvo de ejercer el sacerdocio pero se mantuvo en el celibato. Pasó una temporada en Londres en casa de su discípulo Tomás Moro, y se ganó por su estilo la crítica de la esposa del santo. El Papa quiso hacerle cardenal y rechazo la oferta porque prefería replegarse a los pasillos de una Universidad de poco relieve. Cisneros le había invitado a Alcalá, fuente del erasmismo, pero él replicó que el clima español era demasiado seco. Pese a todo es indicado en nuestros días recoger ocho axiomas fundamentales de la «Institutio». El primero de todos –advertencia a nuestros propios politicos– es que la maduración de una sociedad no consiste en el cambio de normas e instituciones sino en conseguir que el ciudadano penetrando en su «morada» íntima llegue a sentirse guía y patron para la propia Naturaleza. El ser humano está llamado a utilizarla pero no a abusar de ella. Es algo que se hace evidente en nuestros días aunque es preciso tener cuidado para no incidir en errores en sentido contrario. El modelo para la nueva ciudadanía era propuesto por Erasmo a Carlos como el del «caballero cristiano». Consistía en realidad en sustituir las élites aristocráticas por el comportamiento como aun lo seguimos entendiendo cuando al referirnos a una persona acreditada decimos que actúa con nobleza dando primacía a la atención al prójimo y al comportamiento incluso como el que consiste en acudir a la presencia del rey decentemente vestido y no en mangas de camisa y pantalones manchados. La revolución francesa tomó esta idea al sustituir los profesionales de la guerra (mercenarios) por el conjunto de los ciudadanos que de esta forma adquirían educación correspondiente a «enfants de la patrie».

Pues la persona debe desprenderse de las ideologías inventadas que no guardan relación con su naturaleza. Erasmo no era un iconoclasta pero sí nos advertía cuidadosamente contra esa ceguera que en los sentimientos puede provocar el sometimiento a una imagen. Los derechos que enmarcan la justicia no son simples invenciones o provocaciones: tienen que responder al orden ético que es esencia de la Naturaleza. No basta con admitir que algo es legal. La sociedad de nuestros días está cada vez más necesitada de ello: para el erasmismo el no matarás debía completarse con respeta y ayuda a vivir. La perfección en el ser social no necesita de concretas y sutiles especulaciones ya que procede del comportamiento. Vivimos en Europa tiempos difíciles. En buena parte son consecuencia de las guerras sufridas durante largos siglos. Pues bien ahora hemos tornado a las cornadas que asesta el odio consecuencia de aquellas. Hay partidos en toda Europa que defiende nuevamente la ruptura que no es otra cosa que retorno al aborrecimiento. No me importa saber que a esto me he referido muchas veces, pues la repetición permite el arrepentimiento de los daños que hemos podido causar. Y los historiadores debemos tener gran cuidado en no desviarnos hacia esa aciaga memoria que hace buenos a los míos y malos a los otros. Los Estados deben aprender a entresacar de los planteamientos de las diferentes opciones lo que hay de bueno. La Historia debe ayudar a construir el futuro y no a encerrarse en una especie de zócalo. Es indudable que la naturaleza de los seres humanos aparece dañada, como Lutero lo afirmaba, haciendo referencia al pecado original. Los avances de la ciencia nos han permitido descubrir que ese daño no procede de la esencia sino de las circunstancias en que la vida se mueve. Políticamente deberíamos volver precisamente a aquel punto que tanto se reprochara a Erasmo: la política debe servir para que se pueda amar al prójimo. Y concluyamos diciendo que la perfección no corresponde a las ideologías sino a la nobleza en la conducta. Todo esto era lo que llevaba consigo aquel joven a quien en septiembre de 1517 llevaron hasta la costa asturiana en las afueras de Villaviciosa. Muchas dificultades iban a presentarse en el largo camino de un reinado. Pero en medio de ellas tenemos que anotar algunas que sirven para hoy: supo suspender los castigos de los Comuneros, hizo de España una fecunda unión de reinos aplaudida en Barcelona y puso las primeras piedras para esas leyes de Indias que han creado un nuevo mundo. Sobre todo hizo de su mujer Isabel la colaboradora esencial en el amor. ¡Qué bien lo entendió san Francisco de Borja!