Montañismo

Sebastián Álvaro: «El Everest ha sido secuestrado por las expediciones comerciales»

Sebastián Álvaro: «El Everest ha sido secuestrado por las expediciones comerciales»
Sebastián Álvaro: «El Everest ha sido secuestrado por las expediciones comerciales»larazon

Periodista y creador de «Al filo de lo imposible», se empeñó en dejar huella con sus expediciones al fin del mundo y así fue, imborrable. Ahora, años después de su primera aventura, su espíritu no descansa, es insaciable

Romántico como pocos del alpinismo y las expediciones de antaño. Shackleton, Alejandro, Mallory... Ésas que llevaron al ser humano hasta los confines del mundo por el simple impulso del corazón. El mismo que a día de hoy le mantiene de aquí para allá. Nepal, Islandia, Bolivia, Alaska, Alpes, Polo Norte... Da igual el destino, que habrá estado, y si no, ya tendrá los billetes sacados. Allá donde haya un ligero tufo a aventura, de las buenas, de las que tienen riesgo de verdad. Eso sí, puestos a elegir, que la pendiente «pique» hacia arriba, porque son pocos los que conocen la montaña como él.

–¿Qué tiene entre manos?

–Varias expediciones, pero sobre todo pienso en el año que viene, que quedo libre de la cláusula de incompatibilidad de TVE, con lo que volveré a hacer mi vida más o menos normal.

–¿Más «Al filo»?

–No, era muy exigente y llevar esa marcha ahora es prácticamente imposible. Pero voy a seguir haciendo documentales.

–¿Qué significó aquello?

–Lo mejor de la televisión pública y un buen grado de civilización y cultura para España.

–¿Próximo viaje?

–Atravesar en moto América del Sur, de Bolivia a Tierra de Fuego, aunque todavía no es seguro.

–Siempre habla de lugares muy exóticos, pero poco tropicales. ¿Disfrutaría en el Caribe?

–Probablemente. Ya hice algún programa en Cuba y México, pero digamos que la imagen con que se me asocia no tiene que ver con las playas paradisiacas.

–La cabra tira al monte.

–Y a los Polos, a las cuevas, a navegaciones o expediciones duras en el Karakórum o siguiendo la huella de Shackleton. «Al filo» era un intento de demostrar que con tenacidad se puede hacer todo.

–Eso, y un grupo de élite.

–Durante años fuimos haciendo el mejor equipo del mundo de alpinismo, escalada, espeleobuceo...

–¿Los ochomiles se convirtieron en una obsesión?

–Para nosotros no, pero sí para mucha gente que vino detrás. Cuando sólo había quince personas con las catorce cumbres, cinco eran de «Al filo». Y no sólo significó poner en marcha expediciones a esos lugares, sino inteligencia y cabeza. Que durante treinta años y 200 expediciones solamente tuviéramos dos accidentes mortales, que los reconozco como fracasos personales, demuestra que no hubo nada más importante que la seguridad de mi gente. Si hubiera puesto una empresa de mensajería con motos habría tenido un índice de accidentes superior.

–¿Damos por perdido el Everest?

–No, hay que rebelarse.

–La película «Everest» ha vuelto a lanzar esa crítica a la parte comercial, ¿no?

–Desde ese año [1996] el Everest ha sido secuestrado por las expediciones comerciales, la corrupción de los funcionarios en Nepal y la codicia de una poca gente que en dos meses de trabajo se juegan unos veinte millones de euros. Pero los alpinistas tenemos que luchar por que vuelva a ser la montaña más alta de la Tierra.

–Cualquier día le ponen escaleras mecánicas hasta la cima.

–Ahora van a prohibir subir a quien no haya hecho un 6.500 y a los que tengan más de 75 años, pero todo ese tipo de cosas son cortinas de humo para distraer que el Everest esta dentro de un Parque Nacional y que debería cumplir las leyes.

–Cosas del negocio...

–Eso es. Las expediciones comerciales venden una cosa que no está en su mano. El everest no tiene que estar a la altura de cada uno, es la gente la que debe ponerse a la altura de la montaña. Se van a incrementar los fallecidos.

–Otra cosa de la película, ¿cómo es posible sobrevivir horas y horas enterrado en la nieve?

–¡Y por encima de los 8.000 metros! No es la primera vez que a alguien le baja la temperatura corporal hasta quedar en estado catatónico, y, de repente, algo le hace despertar. Pero es algo excepcional.

–Cuarenta grados bajo cero, oxígeno reducido...

–Si la gente fuera sin botellas habría menos accidentes, pero el Everest nunca estaría a su alcance. Si hubiera una prohibición de llevarlas se salvarían muchas vidas.

–¿Se nota morir el cuerpo?

–Sí, claro. Por encima de 7.300, la zona de la muerte, nuestras posibilidades de supervivencia sin botellas se reducen a horas.

–¿El límite lo marca el miedo?

–No, la cabeza y nuestras posibilidades. El alpinista es un deportista de élite que junta unas buenas condiciones físicas a una cabeza sujeta con cables de acero.

–¿Ya no existe el romanticismo de esas grandes hazañas?

–Se ha perdido el espíritu de aventura en las sociedades modernas. Una parte, por la tecnología, y otra, por la «deportivización» de determinadas actividades, como la escalada en roca, que va a ser deporte olímpico en Japón’20. Tenemos a la gente más preparada, pero no se están haciendo cosas nuevas ni interesantes.

–¿No está todo recorrido?

–Claro que no.

–Como por ejemplo...

–No, que me copian. Hay que leer, tener imaginación y esa chispa que definió Mallory: «Si alguien me preguntara por la utilidad de escalar el pico más alto debería decir que ninguna. No se busca la gratificación, sólo el impulso indómito que late en el corazón por explorar». Hay que asumir riesgos en los que puedes morir, eso es lo que falta, porque tenemos gente más preparada que nunca.

–¿Apostamos por la medalla en Japón entonces?

–Estoy seguro que sí.

–¿Y dónde está el mundo real, aquí o en una carretera perdida por Pakistán?

–Europa vive en una isla al margen, que es el problema de muchos nacionalismos. En «Al filo de lo imposible» trabajamos gente de todas partes en busca de lograr juntos eso que algunos decían que era imposible, todo es cuestión de tenacidad.

–Habla mucho de «Al filo», ¿se echa de menos?

–Eso debería decirlo la gente, yo sigo haciendo una vida parecida.

–¿Qué recuerda de esas primeras vueltas por La Pedriza?

–Todavía voy mucho a escalar o a hacer una caminata. El alpinista lo es toda su vida, empieza yendo por un sendero de la mano de su padre o un compañero de colegio y a medida que va creciendo se va atreviendo con más.

–Guadarrama, Pirineos, Alpes...

–Y después, los Andes, que para hacer altura es un escalón intermedio con el Himalaya. ¿Y esto hasta qué edad? Pues a medida que se van las fuerzas se va haciendo el camino inverso, según vamos envejeciendo las montañas vuelven a crecer, y, si tenemos suerte, terminaremos haciendo de ancianos los mismos senderos que al principio.