Ciencias humanas

El embarazo cambia el cerebro

Un grupo de científicos de centros españoles han realizado el primer estudio que demuestra cómo las hormonas reducen la materia gris de las mujeres para prepararlas para ser madres

UAB, IMIM
UAB, IMIMlarazon

El embarazo provoca cambios en la morfología del cerebro de la mujer, que pueden mantenerse hasta dos años después del parto

En un laboratorio en el que trabajan codo con codo tres mujeres y que rondan los 30 años, es lógico que surjan conversaciones características de ese momento vital en el que la idea de la maternidad empieza a plantearse y surgen las primeras dudas: ¿podremos compatibilizar el trabajo con la familia? ¿cómo nos puede cambiar ser madres? En torno a esta primera charla informal, las tres investigadoras se dieron cuenta de que no se había realizado ningún estudio científico sobre los cambios que se producen en nuestro cerebro cuando surge el sentimiento maternal. «Un día, saliendo de la oficina, comentamos algunos datos que salen en los medios sobre la relación del embarazo con el déficit cognitivo, pero no eran muy sólidos, así que nos planteamos realizar nosotras un análisis más serio», explica a LA RAZÓN Susanna Carmona, investigadora del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y de la Universidad Carlos III. En ese momento, Carmona realizaba su postdoctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), de ahí que el estudio que se ha publicado en «Nature Neuroscience» tenga participación de diferentes centros.

La conclusión principal, tras más de cinco años de trabajo, es que «al igual que las hormonas modifican nuestro cuerpo, también cambian nuestro cerebro. La materia gris se reduce», explica Carmona. «A las mujeres nos ocurre algo similar al proceso que sufrimos todos durante la adolescencia. Mientras en esa etapa las hormonas también reducen nuestra materia gris para ayudarnos en el proceso madurativo y pasar de niños a adultos, algo similar ocurre con la gestación. Nuestro cuerpo nos prepara para ser madres». Una de las primeras dudas que surgen cuando el estudio advierte de la pérdida de materia gris es si ésta perjudica el funcionamiento cerebral. Todo lo contrario. Carmona lo explica con un ejemplo: «Nos planteamos que para llegar de un punto A a otro B existen miles de caminos y lo que consiguen estas hormonas es cortar los que son más largos, para dejar sólo los principales que nos llevan al mismo sitio».

Los datos se han obtenido gracias al análisis de imágenes de resonancia magnética, en las que los científicos han observado como en las mujeres que han vivido su primer embarazo se reduce el volumen de la materia gris en regiones implicadas en las relaciones sociales. Parte de estas regiones se activan cuando la mujer observa la imagen de su bebé, por lo que «probablemente los cambios corresponden a una especialización del cerebro para encarar los retos que supone la maternidad», asevera el investigador de la UAB y del Instituto de Investigación Médica del Hospital del Mar y director del grupo que harealizado el estudio, Òscar Vilarroya.

Para llegar a estas conclusiones, los científicos compararon las imágenes de 25 mujeres embarazadas antes y después del parto, las parejas masculinas de 19 de ellas y un grupo de control formado por 20 mujeres que no estaban ni habían estado embarazadas y las parejas de 17 de ellas. El seguimiento duró cinco años. Y, como no contaron con mucho apoyo económico, el «reclutamiento» fue algo curioso. «Las tres investigadoras formamos parte del estudio de una manero u otra. Elseline Hoekzema y yo formamos parte del grupo de control porque en ese momento ni nos planteábamos ser madres, mientras que Erika Barba-Müller que ya tenía una niña, entro dentro del primer grupo de 25», afirma Carmona. El resto de participantes surgió de amigos, «ya que en esa edad todos conocemos a alguien que quiere ser madre o que lo ha sido», añade. También se pusieron en contacto con el Instituto Valenciano de Fertilidad (IVI) para contar con algunas de las parejas que acuden a este centro para formar una familia.

Las resonancias se repitieron al cabo de dos años para confirmar que esos cambios seguían presentes en el cerebro femenino. Y así es. «Estas modificaciones están directamente ligadas a una parte del cerebro que se denomina ‘‘teoría de la mente’’ y que está relacionada con la cognición social, es decir, con la conducta maternal», afirma la investigadora del Gregorio Marañón. De este modo, «mientras el cerebro de los animales se van adaptando al uso de herramientas o al perfeccionamiento de la caza, los humanos, por la maternidad, nos adaptamos para poder entender al bebé y sus necesidades», añade. «Los resultados apuntan a que esta plasticidad cerebral inherente al embarazo tiene un fin evolutivo destinado a que la madre infiera eficientemente las necesidades de su bebé», indicaron las investigadoras Barba-Müller y Hoekzema. Se trataría de una reestructuración del cerebro con fines adaptativos, para incrementar la sensibilidad de la madre para detectar, por ejemplo, rostros amenazantes o para reconocer más fácilmente el estado emocional de su bebé.

La intención de estos científicos es continuar con el análisis de las imágenes para poder determinar si esta «poda» que se produce en nuestra materia gris perdura en el tiempo. Eso sí, «ahora mismo, si cogemos la resonancia magnética de cualquier mujer podemos saber, al cien por cien, si tiene hijos o no». Ellas mismas van a servir como cobayas, ya que, ahora, cinco años después de iniciar la investigación, todas se han convertido en madres. «Ya no podría formar parte de ese grupo de control», bromea Carmona.

Así funcionan las hormonas

Sonas afectadas. Los resultados muestran una reducción simétrica de la sustancia gris en la línea media cortical anterior y posterior, así como en secciones específicas de la corteza prefrontal y temporal en las embarazadas. Estas zonas forman un mapa que coincide con la cognición social.

Madres en el laboratorio

En primera persona. Las tres principales investigadoras han cambiado sus vidas en los últimos cinco años, durante el progreso de este estudio neurológico. Así, ellas mismas han podido vivir en primera persona cómo cambia su forma de actuar cuando se convierten en madres. Susanna Carmona, una de las autoras, ya se ha llevado a su hija al laboratorio. «Claro que notas los cambios, ahora soy una persona diferente», afirma la investigadora.