Madrid

Guillermo Pérez Villalta: «Al Reina Sofía le horripila mi obra»

Guillermo Pérez Villalta / Pintor. Ha reunido en la galería Javier López-Fer Francés algunos de los ciclos más importantes de su obra, que abarca más de veinte años, en una exposición donde priman dibujos y acuarelas. Habla, lo mismo que pinta, con total libertad

Guillermo Pérez Villalta
Guillermo Pérez Villaltalarazon

Ha reunido en la galería Javier López-Fer Francés algunos de los ciclos más importantes de su obra, que abarca más de veinte años, en una exposición donde priman dibujos y acuarelas. Habla, lo mismo que pinta, con total libertad

Está próximo a cumplir setenta pero mantiene intacta la energía. Se le nota al hablar, aunque cuando le llamamos por teléfono está ciertamente somnoliento. Lo confiesa, aunque a medida que la conversación transcurre, el pintor se despereza y coge ritmo. Habla en cascada, ríe y se muestra irónico y divertido. Da la sensación, así, al primer golpe de teléfono, de que Guillermo Pérez Villalta (Tarifa,1948) es un niño grande, un creador que conserva intacta su capacidad de asombro todavía. Siempre se ha mantenido fiel a una manera de pintar.

Las modas no han ido con él. Ha hecho en el mundo del arte lo que realmente le ha parecido y ahora, en la galería Javier López-Fer Francés, cuelga una parte de sus obras. No hablemos de retrospectiva porque no le va la palabra, es simplemente «una exposición de obras que son, por un motivo u otro, especiales, de ciclos de cuadros que se habían visto poco o mal. La obra que hay es relativamente reciente, desde 1992 para acá. El comisario, Óscar Alonso Molina, ha hecho especial hincapié en la parte de dibujo y acuarelas, a las que muchas veces se les hurta el espacio que de verdad merecen y que a mí me parecen importantísimas», explica.

- Generación «esquizo»

Su obra se enmarca dentro de la figuración madrileña de los años setenta, de donde surgió una impresionante nómina de artistas: Carlos Alcolea, Chema Cobo, Luis Gordillo, Carlos Franco, Martín Begué, Herminio Molero, Rafael Pérez Mínguez o Manolo Quejido y a la que el Museo Reina Sofía dedicó la muestra «Los Esquizos» en 2009.

–Quien venga a la galería se llevará un impresión en conjunto de lo que es su obra.

–De lo que es y de lo que está siendo. A mí me gusta destacar que se expone el ciclo de dibujos que hice para el Pabellón de Andalucía de la Expo de 1992, doce dibujos que componen «Zodiaco», en los que relaciono los doce trabajos de Hércules con los signos de éste, y otro de más de cien dibujos que ilustran los viajes de Gulliver para Círculo de Lectores. Es para mí muy especial el conjunto de obras que representa grandes momentos de la música pop, que tiene un aire neoclásico, muchos de ellos salidos de mi imaginación, inventados, como el que se llama «Priscila rechaza a Jackson ante la estatua de su padre», fíjate qué delirio, o el del asesinato de John Lennon. Me encanta que estén también mis proyectos para fuentes y monumentos absurdos.

La galería Javier López-Fer Francés es un espacio imponente, casi museístico, de techos elevadísimos, diáfano, en el que cualquier exposición se la juega porque no es fácil dar calor a los muros. Con la de Pérez Villalta no hay problema, pues cada una de las obras, algunas con formas bastante caprichosas y sinuosas, cobran sobre sus paredes todo el sentido.

–¿Y la obra en la que está trabajando?

–Hay tres cuadros muy pequeños que están ahí a propósito para que se vea lo que estoy haciendo ahora, son como un aperitivo de lo que vendrá.

–Usted es uno de los artistas españoles más prolíficos.

–Bueno, tenga en cuenta que no hago deporte y por tanto no pierdo el tiempo. Produzco bastante, del orden de cuarenta obras al año.

–La hiperactividad es lo suyo.

–Soy hiperactivo e hipernervioso. Lo que me agrada es el silencio luminoso tranquilo y para conseguirlo me baso en la geometría, en la división armónica del círculo o del rectángulo.

–Su obra se ha mantenido fiel a una línea durante todos estos años.

–Procuro huir del aburrimiento, pero no tengo pautas marcadas, sólo caminos paralelos que recorro. Ni quiero aburrir ni aburrirme, me parece fundamental. Mi producción siempre ha tenido un aire muy metafísico, diría que neoclásico en el buen sentido de la palabra, hecho con rectitud, tratando historias con trazo sutil, paisajes muy ordenados. La geometría es una constante en mi obra que puede recordar a italianos como Carlo Carrá o Giorgio de Chirico.

–¿Busca el silencio?

–Efectivamente. Mis cuadros cada vez se hacen más silenciosos y más maduros. Tengo más experiencia. No trato de metérselos al público por los ojos, no me interesa nada. Busco la belleza.

–Y cuando vuelve a mirar sus obras de hace décadas, ¿las ve de la misma manera?

–Descubro siempre cosas nuevas. Cuando finalizo un cuadro acabo tan harto que no quiero ni mirarlo. Tengo que dejar pasar un tiempo para volver a él y verlo con buenos ojos. Es como si transitara por una escalera de caracol como las de Escher, voy dando vueltas y regreso al punto de donde partí. Me divierte jugar con la propia historia y en mis piezas se ve.

–¿Volvería a pintar alguna de ellas?

–Retocar sí, pero repintar ,no. Las obras tienen su momento y su tiempo.

–Ha vivido con intensidad. Es la sensación que da.

–He disfrutado muchísimo de lo que he hecho y sigo haciendo. Me lo paso bomba con mis obras.

–Cuadros, dibujos, arquitecturas imposibles y escenografías, aunque pocas. ¿Le gustaría que le llamaran de algún teatro de ópera?

–Me encantaría que se acordaran de mí para una nueva. He montado como unas cinco en total, la más reciente fue para el Festival de Peralada, «El rapto en el serrallo», de Mozart, en 1997, que dirigía Mario Gas y que nos dio más de un disgusto con el soplo tan bravo de la Tramontana porque casi dio al traste con la estructura, aunque afortunadamente el resultado fue estupendo. El público aplaudió la escena nada más abrirse el telón y eso no pasa siempre.

–No hay muchos creadores como usted. ¿Qué le parece el arte español que se está haciendo ahora mismo? No sé si nos hemos quedado un poco anclados en la generación de los noventa y nuestra visibilidad exterior es escasa.

–El problema no está en los artistas, sino en el mundo exterior. Existe un arte conceptual ortodoxo cuyo santuario es el Museo Reina Sofía, su reino, que proviene de una generación conceptual que nos divertía en los 70 pero que cuarenta años después no significa nada. El arte no está de moda entre la gente. Hace décadas se compraban cuadros para presumir de que uno tenía la obra de éste o de aquél. Lo decías en voz alta en las fiestas y así quedabas bien porque todos te miraban con cierta envidia. Y eso ha influido en el mercado, que está hundido.

–¿Lo cree así?

–Sí, lo veo muy claro. Lo mismo que el hecho de que existe una generación de menores de treinta años fantástica. Le podría decir hasta una docena de nombres. Y sé de lo que hablo porque no paro y visito los estudios, soy jurado en muchos premios y no me llega de oídas, es que lo veo. ¿Dónde exponen? ¿Con qué facilidades cuentan ahora mismo? No tienen a nadie que les represente, a una galería que apueste por ellos, y así es complicado darse a conocer. En esas circunstancias aguantar es complicadísimo. Yo lo apoyo, pero es un trabajo que no se puede hacer en solitario.

–¿Hay modas en el arte?

–Por supuesto. Y no tiene nada que ver con la moda. Fíjese cuando se llevaba la fotografía, exponerla y comprarla, todo el mundo hablaba de ella. O cuando estaba de moda el pompier. Ahora existen unos cuantos casos de artistas que tiene mucha fama, mucho nombre y mucho marketing detrás y que todos conocemos. En los 90, con su origen fraguado una década anterior, para lanzar a ciertos artistas se realizaron alianzas a nivel mundial entre galeristas y casas de subastas para convertir a un determinado creador en el Miguel Ángel del futuro.

–Dígame algún nombre.

–Sin ir más lejos ahí está la obra de Ai Weiwei, que no tiene ni chica ni limoná. Es un señor que está en todos los sitios defendiendo no sé muy bien qué, pero que, como artista, deja mucho que desear. Por ejemplo, y puestos a elegir y dar nombres, Jeff Koons me divierte bastante más, aunque sea un caso de marketing puro de libro.

–Antes ha hablado del Museo Reina Sofía, no sé si con cierto resquemor. ¿Le gustaría exponer allí?

–Le he propuesto a Manuel Borja-Villel una pero a él le horripila mi obra, no le gusta absolutamente nada, ni le interesa. Lo que él le atrae no es la belleza sino las fotocopias. Le he tirado muchísimas indirectas y no se da por aludido. El compromiso lo tiene pero no desea hacerlo. He estado pensando en escribirle una carta, nada de hacerlo por ordenador mediante un e-mail que luego no llegan, y explicarle que lo que quiero es una en vida y que no se espere a que me muera para montarla. No quiero una exposición póstuma.

Un artista a solas con un lápiz y papel

Confiesa que su pasión es la arquitectura, «pero no la de viviendas subvencionadas, esa no. Tengo una serie de monumentos inéditos, no sé, quién sabe, ahí están, por eso le doy tanta importancia al dibujo dentro de la creación por encima de la mancha pictórica, porque me parece que en él está la base. Ahí, en el trazo, es donde verdaderamente yo me encuentro, a solas con el papel y el lápiz, es lo más simple pero también es el lugar en que plasmar de verdad lo que pasa por mi mente. Proyecto un cuadro como quien proyecta un edificio. Quiero que sea así y así es», asegura el artista, que piensa ya en la siguiente exposición de obra reciente que colgará.

- Dónde: Galería Javier López-Fer Francés. Guecho, 12B. Madrid

- Cuándo: hasta el 21 de septiembre.

- Cuánto: entrada gratis.