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Novela

D’Artagnan existió

Charles de Batz-Castelmore fue el mosquetero en el que se inspiró Alejandro Dumas para su novela más famosa.

D’Artagnan, junto a sus compañeros en una ilustración del siglo XIX
D’Artagnan, junto a sus compañeros en una ilustración del siglo XIXlarazon

Charles de Batz-Castelmore fue el mosquetero en el que se inspiró Alejandro Dumas para su novela más famosa.

¿Quién no conoce hoy al intrépido mosquetero D’Artagnan, el héroe de capa y espada por antonomasia? Pero posiblemente muchos ignoren todavía que no fue una invención del príncipe de las letras Alejandro Dumas (1802-1870) en su inmortal obra «Los tres mosqueteros», sino que existió en realidad. Su nombre auténtico era Charles de Batz-Castelmore. A Dumas debió parecerle, aun así, más sonora su nueva identidad literaria, procedente de la familia materna Montesquiou-Fézensac, dueña de una hacienda denominada precisamente Artaignan en francés antiguo.

En la fachada del austero «manoir» campestre donde nació Charles de Batz-Castelmore, en Lupiac, Gascuña, se conserva hoy una antigua lápida que data su venida al mundo «hacia 1615». Sabemos con seguridad, eso sí, que el trasunto real del mosquetero del rey falleció durante el asedio de la ciudad holandesa de Maastricht, en 1673, habiendo cumplido ya cincuenta años. Previamente, en 1640, abandonó la casa paterna para dirigirse a París con el único propósito de convertirse en uno de los 120 mosqueteros que integraban la primera compañía creada dieciocho años atrás por el propio Luis XIII, el Rey Sol.

Una vistosa vestimenta

D’Artagnan o Charles de Batz, como el lector prefiera, anhelaba más que nada en el mundo lucir la coraza de mangas lorigadas y con un morrión en «boca de mosquete» con la que se protegían los mosqueteros reales, armados hasta los dientes con espada y daga y como remate a tan digna vestimenta, con una vistosa casaca azul adornada con una cruz de plata. El mismo año que falleció nuestro protagonista, la divisa de los mosqueteros adoptó ya su diseño definitivo: casaca roja y capa azul, rematada ésta con una cruz de plata rodeada de llamas y, cómo no, de la inconfundible flor de lis de la casa real francesa en la parte superior.

Antes de partir hacia París, Charles de Batz debió recibir el dinero y los consejos, además de la preceptiva carta de recomendación de su hermano mayor o de algún otro familiar, por la sencilla razón de que su padre Bertrand de Batz, señor de Castelmore, miembro de una modesta familia gascona ennoblecida en la segunda mitad del siglo XVI, ya había fallecido.

Con la carta de presentación para Jean-Arnaud de Troisvilles –el Tréville de «Los tres mosqueteros»–, gentilhombre de cámara del rey Luis XIII y comandante de los mosqueteros de su guardia personal, Charles de Batz logró ingresar en el codiciado cuerpo y conoció a sus tres inseparables amigos Porthos, Athos y Aramis, quienes, lo mismo que él, existieron en la vida real.

Athos, sin ir más lejos, se llamaba Armand d’Athos, noble de Sillegue d’Autevielle; Aramis era en realidad Henry d’Aramitz, que gozaba del privilegio de recaudar los diezmos de la parroquia de San Vicente, en sus propias tierras de Oloron; y Porthos, el grandote e ingenuo personaje de la novela de Dumas, obedecía al nombre de Isaac de Porthau, tal y como figura inscrito en las listas de la Guardia, a las órdenes de Des Essarts. El acreditado valor de Charles de Batz, o D’Artagnan, en el campo de batalla tras la firma del Tratado de Aquisgrán en 1668, le hizo merecedor del grado de mariscal de campo y del nombramiento de gobernador de la plaza fuerte de Lille en 1672. Ese mismo año estalló la guerra contra Holanda, que supondría el final de este aguerrido combatiente. La ciudad de Maastricht, integrada hoy en los Países Bajos, cayó finalmente en poder de los ejércitos de Luis XIV de Francia, tras un asedio implacable a las tropas holandesas y españolas, en 1673.

Entre los 6.000 muertos, heridos y prisioneros, se halló el cadáver del temerario Charles de Batz, hecho un guiñapo en la línea más avanzada de vanguardia con la garganta abierta por un proyectil. Sus hombres lograron recuperar el cuerpo, que recibió los honores militares en el campo francés. Pero nadie sabía entonces que dos siglos después, aunque bajo otro nombre, las hazañas de este singular mosquetero del rey serían inmortalizadas por la sin par pluma de Alejandro Dumas, cuyo padre, un mulato de madre esclava de la islas Indias del Oeste de Santo Domingo, había sido general a las órdenes de Napoleón Bonaparte, como el padre de Victor Hugo.

Al igual que Charles de Batz, el padre de Dumas se distinguió por su legendario valor defendiendo casi en solitario el puente de Brixen contra un escuadrón de caballería austríaco. Y ahora por fin sabemos que D’Artagnan y sus tres inseparables compañeros de aventuras no fueron una pura invención del autor de «El conde de Montecristo».

Alejandro Dumas se inspiró en un libro que pidió prestado en la biblioteca de Marsella en 1843 y que, por cierto, jamás devolvió. Titulado «Memorias de D’Artagnan», iba firmado por Gatien de Courtilz, conocido también como Courlitz de Sandras, polígrafo y periodista especializado en la composición de semblanzas sobre personajes ilustres de su época. Courtilz escribía a finales del siglo XVII, cuando el recuerdo de las hazañas de D’Artagnan seguía aún vivo. El libro se publicó en Colonia en 1700, impreso por Pierre Marteau, y cuatro años después en Ámsterdam, en casa del célebre librero Elzevir. En sólo diez años, la obra alcanzó cinco ediciones, un éxito inusual entonces. Sólo que acarreó a su autor graves problemas, pues su regio lector Luis XIV ordenó que le apresasen indignado por la irreverencia con que se trataba, a su juicio, ciertos episodios de la familia real y sus allegados.

@JMZavalaOficial