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Las ruinas recuperan su memoria

Las ruinas recuperan su memoria
Las ruinas recuperan su memorialarazon

«La melancolía sería eso: un dar vueltas largo tiempo, de forma continua, en torno a unas ruinas», dice Jean-Yves Jouannais en el prólogo de este libro raro, hermoso y extraño, que coquetea con los juegos literarios y en el que las ruinas tienen la forma de una obsesión y, como una obsesión, como un leimotiv, se repiten a lo largo de los veintidós retratos que lo conforman. Ciudades acechadas, ciudades sitiadas, ciudades asediadas, defendidas, invadidas, bombardeadas, destruidas, derruidas, arruinadas. Ciudades que alguna vez existieron en los anales del tiempo y que permanecen en la memoria de las leyendas y la historia y que tienen o tuvieron como protagonistas a personajes como Escipión Emiliano, que destruyó Numancia y Cartago; a Albert Speer, que fue arquitecto del Tercer Reich y pródigo en monumentos; a Emmanuil Evzerijin, que cubrió como fotógrafo la batalla de Stalingrado; al escritor sueco Stig Dagerman, que hasta minutos antes de quitarse la vida estuvo obsesionado con el bombardeo sobre Hamburgo; o también, entre muchos otros, a Bernardo Bellotto, cuya serie «Veinticuatros vistas de Varsovia», compuesta en 1767, sirvió para reconstruir los edificios de una Varsovia que, durante la Segunda Guerra Mundial, había sido prácticamente destruida.

Ciudades, historias y personajes que, en estos retratos plenos de encanto y erudición, que se adentran en la memoria personal y colectiva de las ruinas, cobran vida propia de variada forma: como ciudades conquistadas, como mitos enaltecidos, como héroes de un destino imprevisto y ocasional y unidos, eso sí, por el hilo invisible de una misma pasión: la melancolía y la obsesión que es, señala Jouannais con acierto, «el verdadero nombre de la melancolía». Un nombre que, agrega el autor, está relacionado con el término «sitiar», con el sentimiento de estar sometido (tal como una ciudad puede estar sometida por un ejército de forajidos) «por una obsesión».

En cualquier caso, fuera de la parte central el libro se sostiene, por otro lado, sobre un juego literario que poco agrega a su contenido esencial y sobre dos escritores: Sebald, que se interesó por el uso de las ruinas en uno de sus últimos libros, «Sobre la historia natural de la destrucción», donde el autor recorrió pueblos y ciudades de Alemania que habían sido bombardeadas por los Aliados, y Enrique Vila-Matas, que también, como Sebald, «da vueltas sobre las ruinas». El primero, afirma Jouannais , porque, al tomar la decisión de profundizar en las ruinas, ha condenado «a la extinción el canto de su melancolía». El otro porque es quien ha escrito los veintidós textos que conforman este libro llamado «El uso de las ruinas». Un libro que Vila-Matas concibió como un casting de personajes novelescos que comparten la obsesión de haber entrado todos en contacto con una ciudad sitiada y que él, Jouannais, dice, a modo de acertijo, haber publicado fingiendo una cosa: ser su autor.