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Mesianismo renacentista

Mesianismo renacentista
Mesianismo renacentistalarazon

Viajar es hoy un placer reservado a la inteligencia. Equivale a dar valor a la curiosidad, dar cuerda a la imaginación; en definitiva, es un estado mental para el que hay que estar preparado... y del que se espera obtener algo. Es poner en solfa nuestro mundo en pro de lo descubierto para ser, cuando menos, distintos. Para este «viaje» mesiánico hacia el Renacimiento, la navegación oceánica y las necesidades comerciales del viejo Continente, nada como equiparse de este –así como los anteriores– libro de Isabel Soler, auténtica corredora de fondo de la cultura portuguesa y de la literatura de viajes de los siglos XV, XVI y XVII.

A finales del siglo XV, Europa estaba en plena efervescencia y sus fronteras se estaban quedando pequeñas. Los españoles primero, y los portugueses después, serían los precursores de un impulso febril e incontenible que llevó a los europeos a extenderse por el globo y a apoderarse de buena parte de él hasta configurar el mundo que hoy conocemos. En ese marco histórico, aparecen por derecho propio tres personajes: Cristóbal Colón, Vasco de Gama y Fernando de Magallanes. Hombres que partieron de la Península en cáscaras de nuez, en busca de un «Oriente», con afanes más prosaicos de los que la literatura ha enterrado bajo toneladas de mito, valentía, muchas dosis de épica y orgullo patrio. Este libro pone las cosas en su sitio en tanto que se trata de una crónica fascinante, escrita con un estilo franco, sistemático, riguroso, concienzudo y divulgativo. Esta sencillez subraya más, si cabe, la desmesura y desatino de este tipo de viajes en busca de cristianos, especias y nuevos puertos para el comercio. Aventuras excesivas, casi siempre desesperadas, hasta toparse con una realidad inasible en la tierra colonizada. Para obtener riqueza –no nos engañemos– se mentía, se torturaba y se mataba. Por tanto, ¿descubridores, fantasiosos o delincuentes? A través de la figura del rey don Manuel I de Portugal, la autora nos aclara que estos viajes marítimos se realizaron como medio para justificar el proceso de dramatización del Poder. El poder del rey, y a través de él, del poder de Dios... Ese fue, realmente, el sueño del rey.