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Bruce pone letra a su vida

El cantante publica este martes, de su puño y letra, «Born to run», su autobiografía, unas memorias detalladas y sinceras en las que confiesa su depresión y habla del carácter introvertido y nostálgico que predomina en él, una imagen muy alejada de la que desprende en el escenario

Bruce Springsteen
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Bruce Springsteen (Freehold, 1949) creció en un tiempo en el que el rock and roll era algo más que un blando entretenimiento mientras quemas grasa en el gimnasio.

Bruce Springsteen (Freehold, 1949) creció en un tiempo en el que el rock and roll era algo más que un blando entretenimiento mientras quemas grasa en el gimnasio. De ahí que cuando Brian Hiatt, de «Rolling Stone», le preguntó el otro día por Donald Trump, el de Nueva Jersey disparó sin reparar en campañas de marqueting: «Es trágico. No exagero. Es una tragedia para nuestra democracia. Cuando empiezas a decir que las elecciones están siendo manipuladas empujas a la gente más allá de la gobernabilidad democrática. Y eso es algo muy, muy peligroso. Una vez que sacas los genios fuera de la botella es difícil meterlos de nuevo, si es que vuelven». Sus palabras llegan en plena promoción de «Born to run» (publicado en España por Random House y Malpaso para la edición en catalán), su flamante autobiografía. En el actual clima político de EE UU, quebrado por la animosidad, chabacano, demagogo y violento, no hay rastro de intención comercial en unas declaraciones que levantan ampollas: «Creo que hay un precio por no haber abordado el coste real de la desindustrialización y la globalización en EE UU. (...) Las de Trump son respuestas simples a problemas muy complejos. Y eso las hace muy atractivas».

- Deserción de fans

Por comentarios así, Springsteen ha sufrido la deserción de una considerable porción de sus fans en los últimos años. Le importa un bledo. Considera que la gente es un don, y es indudable que el suyo resulta abrumador. Si por decir lo que piensa cae la venta de discos o le cuesta llenar en según qué regiones del país, qué le vamos a hacer. Va en el sueldo. Springsteen comenzó a escribir «Born to run» hace siete años. Lo hizo en secreto; sin el amparo de una editorial o la promesa de un adelanto; sin la ayuda de un «negro». A contrapelo de las normas no escritas que rigen el cada día más lucrativo negocio de las memorias de estrellas del rock. Las repeticiones y erratas del libro, así como la propia escritura, tan personal e intransferible como la letra de «Incident on 57th Street» o «Thunder road», revelan, para bien, que no estaba dispuesto a entregar un volumen esterilizado.

Su libro es tumultuoso, íntimo y valiente, empático y escarpado. Magnífico e imperfecto. Indispensable para cualquiera interesado en su figura y, de paso, en la historia y la cultura de los EE.UU. De paso certifica que, de no haberse dedicado a la música, hubiera sido un estupendo escritor. Algo que ya sabía cualquiera que alguna vez se haya tomado la molestia de leer las letras de sus canciones, demoledoras estampas americanas a la altura de lo mejor de Charles Bukowski, Raymond Carver, Carson McCullers o John Steinbeck.

Para el novelista Richard Ford el resultado es el equivalente a uno de sus conciertos: exhaustivo, grave, energético, emocionante, melancólico y festivo; capaz, al mismo tiempo, de dejarte exhausto y de que al salir del recinto quieras más. Medio millar de páginas que recorren en primera persona la vida de uno de los últimos titanes del rock, desde sus humildes orígenes en un rincón depauperado de la Nueva Jersey industrial al estrellato masivo, del niño que descubrió a Elvis Presley con 7 años y convenció a su madre, Adele, para que al día siguiente le comprara (a plazos) una guitarra a la creación de la E-Street Band y de la épica de sus conciertos a sus frecuentes depresiones.

La enfermedad mental, sí, forma parte decisiva del relato. Springsteen es hijo de un padre, Douglas, controlador y ciclotímico, y al que al final de su vida le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide. Con pastillas y tratamientos logrará reconciliarse a medias con un Bruce al que nunca entendió: un chaval introspectivo, encerrado en su cuarto con la guitarra, juramentado para no seguir la ruta paterna, del trabajo eventual al trabajo basura y de ahí a las seis cervezas de rigor cada noche, consumidas en la oscuridad y antelasa de la bronca diaria. La escena en la que un Douglas anciano admite finalmente que quizá no se portó bien, repetida por Springsteen en varias entrevistas, corta el resuello: esa sombra, esa relación mal descorchada, se combina con la incapacidad de Bruce para dejarse querer durante décadas.

Olviden la imagen que destila en el escenario. No es una pantomima o un montaje, pero sólo constituye una parte de un todo más intrincado. Estamos ante un tipo hosco e introspectivo, generoso y locuaz. Un culo inquieto dado a los ataques de aflicción, a desaparecer sin mediar aviso, a conducir de madrugada para visitar los espacios de su infancia, y que durante años trató a sus colegas de la E-Street Band como empleados. Un Springsteen adicto al trabajo, casi tiránico, y al que sólo le importaba su oficio. La camaradería y la amistad con Clarence Clemons o Steve Van Zandt, dos de sus lugartenientes más queridos, es real. La otra cara de la moneda será una ambición ilimitada y la febril necesidad de plasmar su visión en unas canciones ante cuyo altar no hay colegas ni conocidos: la escritura, la guitarra, los riffs y las metáforas, ocuparon el escenario principal durante buena parte de su existencia. Al acabar muchos conciertos, mientras los otros celebraban, él escuchaba las cintas del recital que había ofrecido para detectar posibles errores y escribía y reescribía nuevas canciones. Y ay de ti si osabas faltar a tus responsabilidades.

- Un carácter obsesivo

Es desde esa perspectiva, desde la urgente necesidad por escapar del pasado, que uno entiende mejor la redención que le ofrecían el estudio y los conciertos, el hambre por aprender y destacar, el conocimiento obsesivo de la historia del rock, la voracidad con la que acomete la tarea de rellenar sus lagunas culturales para empaparse de las claves que conforman la mitología y el tuétano del país. Su historia familiar, de paso, ilumina aquellas monumentales sesiones de grabación. Cuando para facturar un disco de diez o veinte canciones grababa setenta y descartaba el noventa por cierto, así como los recitales de tres y cuatro horas. Unas maratones de las que a menudo salía para tocar más tarde en algún garito de Asbury Park. Ya dijo él mismo, a principios de los noventa, que los días más importantes de su vida son dos: cuando cogió una guitarra por primera vez y cuando aprendió a soltarla. A lo segundo le ayudó su actual esposa, casi treinta años juntos, Patti Scialfa, no por casualidad miem-bro de la E-Street Band, y el nacimiento de sus hijos.

«La depresión aparece sin avisar», le comentó el otro día a Anthony Manson, en una entrevista para la CBS, «te envuelve, hasta que llega un momento en que ya no quieres salir de la cama. Dejas de comportarte bien en casa, eres duro con todo el mundo, aunque ojalá que no con los niños, siempre traté de ocultárselo a los niños. El amor y la fuerza de Patti es lo que me ayudaba a sortearla. Ella solía repetirme: “Vas a estar bien. ¡Tal vez no hoy, quizá tampoco mañana, pero vas a estar bien!”». Es muy posible que los capítulos finales, cuando relata la existencia de un multimillonario, carezcan del interés de los primeros. Pero sólo por la narración que ofrece de sus primeros años, por la prosa encendida con la que relata su amor por la música y por la brutal honestidad con la que encara sus demonios ya merece pagarse el precio de la entrada. Hay que leerlo.

La estrella que ocultaba a sus hijos quién era

No es fácil lidiar con la fama. Cuando eran unos críos, Springsteen trataba de ocultar a sus hijos la extravagancia de ciertos fans. Quería hacerles creer que su trabajo consistía en ejercer del equivalente a un personaje de dibujos animados para «mayores», pero el adulto que se había acercado para pedirle un autógrafo llevaba tatuado en el brazo el nombre, o el rostro, de su padre. El mundo de Springsteen, como el de cualquier otro creador bendecido por la diosa fortuna, es más intrigante de lo que intuye cualquier observador superficial. Un error clásico: creer que el chico que aúlla en el escenario sabe desenvolverse en el mundo real con la misma maestría con la que escribe sus impecables obras. A sobrevivir, a conocerse y encontrar su voz, ha dedicado su vida; a esa búsqueda, le añade ahora «Born to run», un libro conmovedor y veraz.

«Born to run»

Bruce Springsteen

Literatura Random House

568 págs,

22,90 eur