CRÍTICA DE CINE / «Otra tierra»: Mundo espejo

Miren la foto de arriba. Con detenimiento; observen a la chica, las gaviotas, el cielo, esa imagen. Imaginense, durante unos pocos segundos, que desde la tierra ven otra tierra, la nuestra clonada. Piensen la inquietud que puede provocar al espíritu saber que, en una realidad paralela y muy probablemente idéntica, otra persona que es usted misma vive una vida que quizá sea igual que la suya o no. Y complique más esta extraña, poética y lánguida historia de falsa ciencia ficción (hay algo en ella que recuerda otro debut raro e hipnótico, «Moon», de Duncan Jones, 2009) con la presencia de Rhoda Williams, una chica inteligente que deseaba convertirse en astrofísica pero marcada por una tragedia sucedida en el pasado que no puede borrar de la cabeza y que la aboca a un futuro que no le correspondía. No obstante, la repentina aparición de ese planeta idéntico al nuestro supone para Rhoda un último atisbo de esperanza. Y, también, aunque tan complicada, la relación amorosa que comienza con el hombre al que la propia joven torció la existencia de manera irreparable.
Atípico drama psicológico vestido de fantástico, la primera película de Mike Cahill tiene gancho, pero, además, posee ciertos problemas en cuanto a edición y presupuesto, así como un final demasiado abierto y desangelado. En el fondo, compagina con toda la contenida película, que posee esa pátina fría y melancólica que a los indies tan locos vuelve. Pero merece la pena, ya sea solamente por descubrir un día, junto a la luna, otro mundo que, como decía aquel spot, existe, desde luego, pero lo tenemos en éste aunque todavía no nos hemos dado ni cuenta.