Atenas

Extraña democracia

Ciertamente, ETA se hunde, declina el nacionalismo gallego y nadie quiere, tampoco, volver a Companys y a lo que le siguió 

La Razón
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La Constitución de 1978 constituye la culminación de todas nuestras leyes: un corpus legal sancionado por el parlamento y votado por los ciudadanos. A él las leyes deben amoldarse. Y ya que en España al que propone una ley nueva no se le exige, como en la antigua Atenas, un previo certificado de constitu­ciona­lidad, queda el Tribunal Constitucional para dictaminar. Dice la Constitución, art. 153: «El control de la actividad de los órganos de las Comunidades Autónomas se ejercerá: a) por el Tribunal Constitucional, el relativo a la constitucionalidad de sus disposiciones normativas con fuerza de ley».Pues bien, ya saben: este tribunal ha derogado una parte importante del Estatuto de Cataluña, a otra parte le ha aplicado una «interpretación» para hacerla constitucional. Y también saben que la Generalidad y los políticos catalanes se manifestaron en contra y que el Presidente de la Generalidad vino a Madrid y se reunió con el del Gobierno para buscar una salida. Y que el último prometió actuaciones legales para que sea respetado, íntegro, el Estatuto. Ambos Presidentes son miembros de un mismo partido, el llamado todavía Partido Socialista Obrero Español. Sobrecoge que máximos representantes de un gran partido se manifiesten contra una sentencia del TC o hablen así. Es un nuevo peldaño en la escalada de desatención a la Constitución. Es esta una extraña democracia.Hablo de escalada porque mirar a otro lado mientras alguien atenta contra la Constitución cuando no le gusta, era ya muy grave.Y es que la Constitución, desde su nacimiento mismo, ha sido desatendida muchas veces. Por ejemplo, hay tres Autonomías, ya se sabe, que hacen caso omiso del artículo 3, el de la lengua castellana (que hoy se llama española) como lengua oficial de España, el del «deber de conocerla y el derecho a usarla». Obligan a conocer las otras lenguas, so pena de cerrarse muchas puertas, atraerse multas, ser ciudadanos de segunda. Ya en 1995 la Real Academia Española acudió al Gobierno quejándose de esto. Y luego ha habido sentencias de tribunales varios, sentencias desatendidas.Y esto va a más. Ciertamente, jamás se hizo una Ley del Español (Castellano si quieren, no hago logomaquias), mientras que hay la Ley del Catalán y mil leyes y disposiciones y Estatutos que desatienden ese artículo. Son invadidos múltiples dominios que, según la Constitución, son «competencia exclusiva del estado» (art. 144). Por ejemplo, lo relativo a la igualdad de los españoles, a las relaciones internacionales, a la Administración de Justicia. Son reformas encubiertas de la Constitución que no siguen los trámites que esta prescribe (título X), reformas por las bravas.Y ahora hay un colmo: el Presidente del Gobierno promete medidas para evitar que se cumpla la sentencia del TC. Que incumpla esa promesa es nuestra esperanza. ¿Cómo ha llegado a esto un partido socialista? No estaba, ciertamente, en su programa. Es el resultado de la Ley Electoral. Un partido que quiere gobernar, si quiere ganar las votaciones, necesita los votos de los diputados nacionalistas. Ellos le dan sus votos, a cambio de que se cierre los ojos a las transgresiones de la Constitución. Y ahora los socialistas (que han tenido que replegarse en Galicia, que aliarse en el País Vasco con los que defienden esa Constitución) han ayudado de mil modos a los defensores del enésimo Estatuto de Cataluña, el más peligroso de todos. Se aprobaría lo que quisieran, les dijo el Presidente. Pero se toparon con el TC, que recortó ese inconstitucional Estatuto. Cumplió, tras largas vacilaciones y pese a múltiples presiones, con su deber. Y vinieron la contestación de los políticos catalanes y las palabras del Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE. Pero la política de ese Partido en el tema de los nacionalismos merece algún comentario más. Porque no viene de su doctrina ni su programa sino de tristes circunstancias bien conocidas. Y es bien comprensible el amor de los catalanes a su propia tierra. Pero el desespañolizar es empobrecer, España es el pasaporte de todos para el mundo y para tantas cosas. Y se equivocan también los socialistas. La ventaja momentánea no los justifica.Recuerdo cuando, hace años, la Academia Española no logró consensuar la definición del Socialismo. Hubo el revolucionario, el de Carlos Marx, el de Kautsky; y el de los que entraban ya en la democracia pero conservaban la veta jacobina: a ratos Iglesias, en años cruciales Largo Caballero. Triunfó la rama de Lasalle, la que intentaba promover los progresos sociales por vía parlamentaria. La de Besteiro, su derrota fue terrible para España. La de los que apoyaron la constitución del 78. La de Felipe González, tras algunos errores iniciales. Repudió el marxismo. Y el partido siguió siendo español, está en su nombre. Pero la tentación radical es persistente en él. Y ello, porque el Socialismo se ha quedado sin doctrina: su veta social todos la admiten ya. Entonces, con o sin ganas, se ha aliado con causas marginales. Entre ellas, la de los que en definitiva buscan, no sé si todos con la misma convicción, romper con España. Eso sí, algunos socialistas se hacen la ilusión de suavizar las cosas con palabras de doble sentido, esperando que la ola pase. Ir tirando, a ver si hay suerte. Ciertamente, ETA se hunde, declina el nacionalismo gallego y nadie quiere, tampoco, volver a Companys y a lo que le siguió. Pero esa deriva es demasiado arriesgada. Unos más, otros menos, la han practicado todos. El PSOE, ahora, más que nadie. Esa promesa, si es que lo es, es un paso más en la escalada del derrumbe. «Hasta aquí hemos llegado», habría que decir.