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«Narcos»: Hay vida después de Pablo Escobar

Va a sorprender la chulería de Alberto Amman como Pancho Herrera. Impresiona al interiorizar con acierto un ser tan implacable. A sus seguidores les será difícil reconocerle porque ha engordado 15 kilos

Damian Alcázar (izda.), que encarna a Gilberto Rodrígez, y Mark Whelan (dcha.) como Dave Mitchell
Damian Alcázar (izda.), que encarna a Gilberto Rodrígez, y Mark Whelan (dcha.) como Dave Mitchelllarazon

Va a sorprender la chulería de Alberto Amman como Pancho Herrera. Impresiona al interiorizar con acierto un ser tan implacable. A sus seguidores les será difícil reconocerle porque ha engordado 15 kilos.

Como sucede con los mafiosos primigenios –con el paso de los años los narcotraficantes son la ramificación más poderosa como se pudo ver en «El padrino. Parte II», (1974)–, no podemos evitar sentir una fascinación, algo culpable, por ellos. Volvió a suceder con Al Pacino en su memorable interpretación de Toni Montana en «Scarface» (1983) y «Narcos» no ha sido una excepción. En las dos primeras temporadas Pablo Escobar era el eje y polo de atracción de la trama. Ante la tercera, que hoy estrena Netflix, había cierta inquietud entre sus seguidores y una sensación de orfandad ante su ausencia. A priori, no hay motivos para alarmarse. La compañía sabe que esta ficción es la que puede atraer a más suscriptores y se han esmerado para que el carisma de Escobar se reparta entre otros personajes hasta formar un corpus compacto.

En la década de los ochenta y los noventa en Colombia entre la delincuencia ligada a creación y distribución de drogas existía una guerra con varios campos de batalla y demás escaramuzas. Con la DEA obcecada por encarcelar y anular al líder del cartel del Medellín, el de Cali, a la chita callando, iba expandiéndose. Es más, ayudó a desmantelar a sus rivales, algo que se les volvió en contra porque pasaron de ser el segundo objetivo a ser el primero. Su poder era inmenso y sus tentáculos, múltiples. Como afirma Pedro Pascal, que interpreta con solvencia y autoridad al agente de la DEA Javier Peña, «ellos fueron más ricos que Escobar. Eran cuatro capos: Gilberto Rodríguez Orejuela, su hermano Miguel, Pablo Herrera y Chepe Santacruz. Tomaron Miami y también Nueva York. En esta temporada veremos kilos y kilos de cocaína». Es algo más que una declaración propagandística en beneficio de la serie, es una realidad que el espectador comprueba desde el minuto uno. Porque hay que subrayar el poderío de la producción que ha sabido metamorfosearse sin perder su esencia, con una salvedad: en esta temporada el mal no es uno y unívoco, sino que es poliédrico con cuatro ramificaciones. El cartel de Cali es coral y más complejo y letal, aunque la serie arranque con la intención, como ocurría en «El Padrino III» (1990) con Michael Corleone, de intentar lavar su imagen y dedicarse a los negocios lícitos. La tercera parte de «Narcos» sabe sacar partido al contraste entre el de Medellín y el de Cali. Si el primero orbitaba alrededor de Escobar y se mostraba el apoyo popular que tenía, el segundo se movía en un entorno más sofisticado y evidencia la connivencia con la policía, los políticos, la policía y las fuerzas armadas. Las escenas de violencia descarnada siguen siendo uno de sus puntos fuerte y persiste la voluntad de los creadores de la ficción de que esta tenga un tono, sobre todo en la textura de las imágenes y en las interpretaciones de los protagonistas, cercano al documental. A los distintos directores no les ha faltado el pulso narrativo con vibrantes secuencias de acción.

Si algo ha aprendido Netflix con esta ficción es que es un acierto no «americanizar» la serie para satisfacción de los espectadores anglosajones. Le restaría realismo y credibilidad. De ahí que «Narcos» sea una cantera para los actores latinos, incluidos varios españoles. Esta circunstancia también será favorable para captar a la audiencia de nuestro país. Alberto Amman –que encarna a Pancho Herrera, el sicario que con mano de hierro controla las conexiones mexicana y la distribución internacional– es un robaescenas, un traficante de emociones en el mejor sentido de la palabra. Por paradojas del destino, Miguel Ángel Silvestre, que se dio a conocer como narco en la almibarada «Sin tetas no hay paraíso», regresa a sus orígenes. Es evidente su evolución interpretativa –después de ser uno de los «chicos Netflix» tras «Sense8»– y Javier Cámara defiende con convicción su personaje, Guillermo Palomari. Lo que parece claro es que decir que «Narcos» es una serie de moda es minusvalorarla. Parece que ha llegado para quedarse, puesto que ya está confirmada una cuarta temporada.