Julián Cabrera

Ardor Guerrero

La Razón
La RazónLa Razón

Me pregunto después de escuchar estos días las arremetidas de Albert Rivera contra la que considera indefinición del presidente del Gobierno, a propósito del envío de efectivos militares a zonas de conflicto en la lucha contra el terrorismo yihadista, si el líder de la «emergente»... o algo más Ciudadanos habría tenido igual de clara esa posición bien desde la responsabilidad de gobierno para destinar tropas con riesgo de recibir ataúdes o bien en otros momentos de nuestra historia reciente en los que el «no a la guerra» venía a ser la excusa perfecta para hacer política cortoplacista.

Rivera se ha destapado como un gigantesco animal político, un auténtico «velociraptor» de la vida pública a la hora reaccionar antes que nadie, de la mejor y más ingeniosa manera y, sobre todo, diciendo aquello que en cada momento unos u otros quieren oír. Tal vez por eso –y sin haber comprobado aun cómo reaccionaría desde el ejercicio directo del poder– me quede la duda de saber en qué trinchera o detrás de qué pancarta hubiera estado en según qué momentos.

Incluso antes de sumarse al pacto contra el terrorismo yihadista, Rivera tenía, como el resto de dirigentes de partidos políticos, toda la información post-viernes-13-negro por parte de un Mariano Rajoy escaldado de errores del pasado que le costaron sin quererlo ni comerlo nada menos que una derrota electoral. Pero aun así, la tentación del cercano 20-D y la sensación de «rozar el cielo» con los dedos parecen evidenciarse con todo su peso. Si toca espolear el espíritu bélico ante el rechazo en caliente del terror yihadista, hágase. Ya llegarán momentos en los que toquen la margarita o la paloma de la paz.

La osadía de Rivera contrasta con el equilibrismo y la equidistancia del partido Socialista a la hora de contemplar en estos delicados días de miedo al terror aquel, en otros tiempos de cejas y artistas «ZP» el muy rentable «no a la guerra». Sánchez -encajonado entre el aroma antibelicista tan de manual para la izquierda española como el anticlericalismo y la realidad de que el referente socialdemócrata europeo Hollande se haya lanzado junto al ruso Putin a una cruzada para acabar con los cuarteles generales del terror yihadista- se ve obligado a medir cada frase y casi el tono de cada palabra sobre el particular, aunque siempre vendrá alguien desde las propias filas para complicarlo. Escuchar a Meritxell Batet, número dos de su lista por Madrid, una defensa «sí pero no» del «no a la guerra» pero «depende» si es solo simbólico, viene a demostrar que, a diferencia de Rivera, Sánchez pertenece a un partido que para bien o para mal tiene un pasado. La realidad es tozuda, España vivirá dentro de veinte días un proceso electoral que dará con un Parlamento al que no conocerán ni los Leones Daoíz y Velarde, y deberá ser ese Parlamento y no una diputación permanente quien se retrate –incluido el previsiblemente numeroso grupo de Ciudadanos– a propósito de un eventual incremento de presencia militar española en el exterior.