Historia

Historia

Las máquinas

La Razón
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Un día llegaron las máquinas a las Tierras Altas. Y entonces arreglaron los caminos para que pasaran. Era el progreso. Los campesinos dejaron de arrastrarse tras el arado romano. Ya no necesitaban la faja negra para no desrriñonarse del todo. También arrojaron las abarcas, aún con tierra reciente, a un rincón entre los objetos viejos e inútiles. ¿Para qué querían las malditas abarcas en lo alto del tractor? Lo mismo que los leguis y los zahones. Y, ya puestos a modernizarse, lo mejor era sustituir la negra boina de toda la vida por una visera de colores de propaganda americana. Sobraban, desde luego, las hoces, el garrotillo y las zoquetas. Y, por supuesto, el arado y la vertedera. El yugo, con el sudor aún reciente de las caballerías, quedó colgado definitivamente en la pared del portal. La cosecha era cosa de las máquinas cosechadoras, que rapaban el rastrojo y arrasaban los nidos. Pero eran el sonido del progreso. Las eras empedradas, que rodeaban el pueblo, dejaron de tener utilidad alguna, lo mismo que el trillo, las cribas, la media-fanega, las horcas y las palas de madera para dar vuelta a la parva.

Los hombres del campo comprendieron que las máquinas sustituían a los animales, y las cuadras fueron quedándose también vacías. Lo mismo que las pocilgas en los bajos de la casa porque las autoridades prohibieron la matanza. Para traer leña del monte, un tractor acarreaba de una vez más que veinte caballerías. Las calles quedaron limpias de cagajones y cagarrutas. Además, pensándolo bien, lo mejor era modernizarse también en esto, sustituyendo la cocina de leña de toda la vida, con su chimenea, su chapa caliente, sus llares y su antosta, por una de butano, y los pucheros de barro, que borbollaban en la lumbre desde el punto de la mañana, por la olla a presión de acero inoxidable. No tardaron los hombres del campo en darse cuenta de que las máquinas les habían sustituido también a ellos y a sus hijos. Unas pocas máquinas venidas de fuera se encargaban de todo. Cerró la escuela. Así que lo mejor era vender las tierras y el ganado y marcharse a la ciudad, que era donde fabricaban las máquinas. Y así fue como los pueblos se despoblaron, y las casas abandonadas se derrumbaron, los huertos quedaron llecos y fueron cerrándose los caminos.