Política

Sabino Méndez

Los negocios catalanes

La Razón
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Los resultados de las municipales catalanas ponen de relieve que, en esta región, los votantes suelen ser más sensatos que sus dirigentes. Las propuestas que pretendían ignorar la voz de la calle y suplantar la voluntad del votante con escenarios imaginarios han recibido todas un severo correctivo. Los votantes han huido de cualquier propuesta frentista y han preferido la fragmentación posmoderna. Ya nadie podrá en los próximos meses pretender arrogarse la voluntad única de los catalanes. El electorado catalán ha hablado y ha dicho que toda política que se sustente en supuestos decisionismos que por la fuerza de los hechos quieran vulnerar el derecho será rechazada. De ahí el formidable batacazo, largamente anunciado, de Artur Mas por coquetear frívolamente con esa idea. De hecho ya podía verse, en los últimos tres años, que lo que se producía eran trasvases de votos entre CiU, ERC y la CUP pero sin que aumentara gran cosa el número de independentistas. Con esos números, era implanteable cualquier choque con el Estado. Mas ha querido ignorar esa simple verdad y así le ha ido. La irrupción en el espacio político catalán de partidos y plataformas creados en la última década hace pensar en una generación que no se ha socializado en las triquiñuelas de régimen partidista y por tanto, como votante, las aborrece y desea que sean combatidas. Es una generación que aspira a una administración pública no gestionada desde partidos con ribetes caciquiles. Ese cambio de gestión es más fácil proponerlo que ejercerlo y eso es algo que no deberían olvidar los partidos emergentes. No cabe hablar del final del bipartidismo pero sí de un claro debilitamiento de ese sistema. Falta ahora que las siguientes citas electorales confirmen esa tendencia. En el resto de la península quién ganaba las municipales ganaba luego las generales, pero Cataluña es excepción. Aquí las municipales las ganaban los socialistas y las generales los convergentes. Ese escenario se ha roto. El asentamiento del nuevo panorama fragmentado dependerá de la capacidad de sus lideres para la negociación. Para esa tarea, la caducidad política de Artur Mas es incontestable. Ha sido incapaz de llevar Cataluña a la modernidad; con la paradoja que, de estabilizarse este escenario, los catalanes habríamos pasado directamente con un salto del pensamiento pre-moderno propio del nacionalismo identitario a la fragmentación posmoderna. Los nuevos representantes de esa fragmentación descubrirán que el gobierno representativo está plagado de pequeños inconvenientes, uno de los cuales es precisamente no ser representativo. Descubrirán también que el votante ya, por fin, es consciente de ello y que, por tanto, su confianza en listas montadas con prisas será limitada. El escepticismo sabio le dice al oído a ese votante que la democracia es el sistema menos malo de todos los que hemos encontrado para gobernarnos, por eso, su veredicto es claro: a negociar.