Pedro Narváez

Manson está vivo

La Razón
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La muerte de Charles Manson nos deja huérfanos de la encarnación del mal. Hay que buscarse otros demonios mortales, especímenes que hagan que sus seguidores actúen por él, la mente atónita ante lo que dijera el gurú... En los sesenta la revolución de las flores se dio la vuelta, como la cabeza de la niña de «El exorcista». Lo que parecía la era de Acuario convirtiose en la del infierno. Aún no nos hemos quitado el olor a azufre que desprendió el gran momento del resurgir del relativismo y el culto a los malos, símbolos de una actitud antisistema que llega hasta hoy. Porque no se trataba de una fascinación por entender su mente como puede verse hoy en la muy recomendable serie «Mindhunter», de David Fincher, sino en seguirla como se hace con un cantante pop, hacerse «fan» de lo innombrable.

Que un ídolo de masas como Marilyn Manson utilizara su apellido da una idea de hasta dónde llega la industria de la maldad como antídoto a la imagen Disney y al poder de lo establecido. Como si un grupo español se llamara «Txapote». Las mentes frágiles son permeables al fanatismo que les promete una vida eterna. En aquella época se plantó la semilla de la posverdad, la posibilidad de que un grupo de personas enseñara la mejor de sus sonrisas para alcanzar el objetivo máximo. Saquen ustedes las conclusiones que quieran. Después de revivir cómo las chicas Manson se mostraban alegres ante un tribunal viene a la cabeza la peligrosidad del buenismo. También se puede hacer el mal con la apariencia naif de una flor en la mano. Convertir principios claros en verdades difuminadas entre el humo, alimentar la duda y engendrar un virus colectivo. Esto que pensábamos que sólo pertenecía al modus operandi de las sectas saltó de la clandestinidad al devenir cotidiano de masas controladas por un poder de apariencia amable que no se mancha las manos de sangre o de excremento intelectual porque para eso están sus apóstoles. Esa niebla en el alma ha ido extendiéndose tal que en una película de terror, usada a diestra y siniestra para convencer a posibles adeptos. Es entonces cuando la noche de Halloween se convierte en el día a día: los buenos y los malos ya no están cada uno en el sitio que le correspondían sino que pueden intercambiarse. Es el fétido legado que la era pop ha dejado al siglo XXI. Hacer pasar por inocente comportamientos abyectos porque más que el bien es digno de aplauso saltarse las reglas. La legión de admiradores del ya cadáver Manson nos lleva a la reflexión de hasta dónde la metástasis ha dañado ya a una sociedad enferma que lo mismo disfruta con ciertos espectáculos televisivos como digiere ciertas maneras de hacer política.