Marta Robles

Pegar o no pegar...

La Razón
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Pues no es esa la cuestión, sino otra bien distinta: dañar o no dañar. No es lo mismo pegar un azote en el culo que inflar un pómulo y que requiera tratamiento sanitario. Yo, perdónenme, soy un poco antediluviana y tiro más del sentido común que de que lo que me señalan como perfecto. Los psicólogos actuales (y tengo dos en la familia) no paran de decirme que los niños tienen que comer lo que quieran, ni rozarles con la palma de la mano... Bueno. En un mundo ideal, el niño obedece, aprende a la primera y los padres tienen un tiempo indefinido para contemplar cómo lo hace y señalarle con el dedito extendido lo que está bien y lo que no. Pero no vivimos donde Aldoux Huxley, ni nos tomamos «soma» por las mañanas, así que a veces hay que afrontar como buenamente se pueda, todo lo que nos corresponde: los mil frentes del trabajo y un niño que hace lo que le da la gana, contesta, se porta fatal e incluso pega a su hermano... En fin, está claro que lo mejor sería poder decirle «basta, mi amor» y que todo acabase, pero como eso a mí, al menos, me parece Ciencia Ficción, en mi casa alguno se ha llevado un azote. No sangrante, ni de médico, claro. Sólo de los que duelen en el orgullo. Por cierto, hablando de orgullo ¿no creen ustedes que lo que daña de verdad a los niños, son las palabras de los padres y no esos azotes, ahora prohibidos en todas partes menos en Cataluña, que tienen su momento?