Historia

Barcelona

155..

Luis Alejandre

La Razón
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Los artilleros siempre han sido gente de números y de cálculos logarítmicos. Mientras, los infantes éramos gentes de pica, mosquetón, machete, carretera y manta y los de Caballería galope, coraje, sacrificio, entrañable conjunción con un noble animal: la raíz de 2 o el logaritmo de «Pi» no formaban parte de nuestra impedimenta.

Pero estos artilleros de larga historia desde las catapultas y torres de asedio helenísticas y los fuegos griegos bizantinos, hasta el empleo de la pólvora, «alargaban el brazo» de los ejércitos, utilizando cañones, primero de hierro, luego de bronce y finalmente de acero. Como bien sabe el lector el cañón es fundamentalmente un tubo al que de forma lisa o con estrías, se le ha practicado –siento ser tan rústico definiéndolo– un agujero, cuyo diámetro constituye su calibre. Se define por la longitud del tubo en relación al número de veces que contiene el calibre. De ahí viene su nombre y apellido. Así el 155/52 actualmente de servicio en España fabricado por Santa Bárbara, con alcance de 40 kilómetros, tiene un tubo de 8,120 metros, equivalente a 52 calibres de 155 milímetros. (1)

Luis XIV ordenó grabar en sus cañones la máxima «ultima ratio regis» como coercitivo argumento de fuerza. Federico de Prusia asimiló la idea que llegó a ciertas fundiciones de cañones en España, algunas de ellas de reconocido prestigio ubicadas en Barcelona.

Cañones de estas características fabricados en acero ya se utilizaron a finales del XIX y especialmente en la Primera Guerra Mundial. Verdun constituye el ejemplo más palpable. Hoy en versiones autopropulsadas o remolcadas más sofisticadas, se siguen utilizando en EE UU (M-109 y M-198), Alemania (Panzerhaubitze) el Reino Unido( AS-90 y M-777), China (PLZ-45) y un montón de países repartidos por todo el mundo. Colombia comparte con nosotros el fabricado por Santa Bárbara. Rusia ha hecho amplio uso de su artillería guiada por láser –Krasnopol– en Siria.

Escribo en una jornada de reflexión previa a las elecciones de hoy en Cataluña, en la que está en juego no solo su futuro, sino también el de toda España. En las recién pasadas jornadas electorales se ha dicho de todo, muy especialmente lo que podía dañar al enemigo político, utilizando la dialéctica de mayor alcance y de mayor destrucción como los cañones de 155. Incluso alguien ha querido ver en su numeral una injerencia del Ejército en el «procés» como aliado necesario de un artículo de la Constitución que otros consideran «ultima ratio» del Gobierno. Olvidan que también tiene una amplia interpretación en Derecho Penal. Ni Gila lo hubiera hecho mejor. Y seguro que un genial Eugenio envuelto en flecos de humo –¿sabes aquel que diu?– hubiera parodiado las casualidades del 155 partiendo de risa a un entregado auditorio.

Me arrimo a los humoristas porque prefiero no mirar a otro lado, al de las energías perdidas, al de las mediocridades, al de los fanatismos, a los del odio que se ha incrustado como Caballo de Troya, en nuestras vidas familiares, empresariales y sociales.

Se preguntaba un conocido columnista hablando de este 21 de diciembre: ¿cuántas jornadas históricas somos capaces de asumir?, teniendo en cuenta todo el rosario de descalificaciones, bravatas, pulsos, sentencias, detenciones, fugas, mentiras, intoxicaciones, que hoy se califican en un examen electoral que no sabemos si es parcial, de septiembre o de curso final. En su tránsito, un serio procedimiento jurídico de alcance histórico; dos fiscales generales fallecidos por –en mi opinión– sobrecarga de trabajo emocional, y un juez, el del 13, con serios problemas de salud por las mismas razones. ¡Cuántas personas y sus familias, policías, guardias civiles, mossos, directores de colegio, concejales, secretarios judiciales, empresarios, han sufrido desgastes físicos y emocionales? ¡No quiero pensar lo que tuvieron que asumir responsables de Caixabank y Sabadell –Banco Popular in mente– cuando en un solo día 4 de octubre, se les escaparon depósitos por valor de 4.000 millones de euros! Este desgaste que afecta principalmente a personas formadas y con sentido de la responsabilidad, no afecta a una clase política blindada por la ambición, por su propia insensatez, por una inmadura base cultural. Bertolt Brecht nos recordaría hoy: «¡ay del país en que los intrépidos pasan por inteligentes!».

No nos alegran a nadie los encarcelamientos. Pero menos nos alegraron los riesgos indiscutibles de unas jornadas de Septiembre y Octubre donde se puso a prueba a toda la estructura de nuestro propio Estado de Derecho. «Vamos a poner al Estado contra las cuerdas» sentenció una conocida encausada de mala memoria, que ha olvidado estos días lo que declaró ante un juez del Supremo, cuya libreta de notas debe estar saturada.

No sé lo que dibujaría hoy un irrepetible soldado de Infantería llamado Antonio Mingote. Pero seguro nos haría sonreir como mejor arma –ultima ratio– contra el fanatismo y la sinrazón.

(1) No multiplique el lector minucioso porque no salen las cuentas. Hay que sumar la recámara.