Historia

Historia

Ceuta y Melilla

Ha llegado la hora de buscar una solución adecuada que evite que las dos líneas sigan sirviendo de troneras. Para Europa, todavía más que para España, se trata de un problema serio y difícil

La Razón
La RazónLa Razón

En estos momentos, sacudidos por las migraciones que son consecuencia del proceso de descolonización de 1959, estas dos importantes ciudades se han convertido en fuente de problemas cuando debieran ser exactamente lo contrario. Por ello parece conveniente que los historiadores demos a conocer los datos esenciales. Cuando Roma creó la Hispania que más adelante (418) los visigodos dirían que les fue legalmente transmitida, una de las provincias que la componían era ese pequeño trozo del norte de Africa que se denominaba entonces Tingitania. Fue precisamente el conde Olian de Ceuta el que incurrió en el error de pedir a Tarik que le ayudase en aquella lucha de partidos witizano y rodrigueño. Estamos en el año 711. Árabes y berberiscos aprovecharon para despojar a los godos y hacer de Hispania un nuevo Estado que llegaría a calificarse de Califal. La Tingitania se incluía. Así, hecha trizas aquella primera Andalucía los africanos intentaron restaurarla como simple colonia. Algo que Ceuta, puerto mercantil de gran importancia, no estaba dispuesta a consentir. Y al producirse la derrota almohade se convirtió en ciudad independiente siguiendo el modelo de los principados italianos. En esta tarea participaron con empeño y eficacia genoveses y catalanes.

El reino de Fez hizo intentos para apoderarse de ella y fracasó. Decidió entonces crear una especie de muro que impidiese cualquier expansión y le llamó Aita Tektauen. Hoy, nosotros decimos Tetuán.

En 1419 Ceuta tomó por su parte la decisión de incorporarse a Portugal y así permaneció hasta 1640 cuando los Braganza separaron a Portugal de Castilla. Los ceutíes prefirieron considerarse españoles y así ha permanecido hasta nuestros días. Resulta difícil explicar las consecuencias positivas de este hecho. Baste decir que garantizaba la comunicación entre dos mundos el Atlántico y el Mediterráneo. No es un mero azar que el descubridor de América haya sido precisamente un genovés que había establecido su primer domicilio en tierras lusitanas. No hacía mucho tiempo que Fernando el Católico había confirmado acuerdos precisos con Portugal respetando y apoyando las posesiones de este reino al que estaba familiarmente vinculado.

Tras la toma de Granada, que devolvía a la Península su unidad, se planteó el problema que castellanos y portugueses debatieron: ¿qué hacer con Tingitania? Cisneros se inclinaba por una especie de continuación de la reconquista pero los reyes que contaban con acuerdos esenciales para el comercio catalán con Túnez y Fez no eran partidarios de continuar una contienda que había costado vidas y dinero en cantidades apreciables. Pero en febrero de 1493, el administrador del erario granadino Fernando de Zafra comunicó a los reyes que sus agentes que operaban al otro lado de la costa y entre los que figuraban curiosamente judíos expulsados le habían explicado cómo la peña rocosa de Melilla, próxima a Alhucemas y situada dentro de los límites de Castilla pactados con Portugal, había sido abandonada por sus habitantes y se había convertido en una tierra de nadie según las normas del derecho romano. En agosto de ese mismo año siguiendo las instrucciones del rey, Zafra envió a sus mercaderes a rescatar cautivos y aprovechar la ocasión para conformar la noticia. Melilla iba a desempeñar el mismo papel que a Ceuta correspondía en Portugal. Una primera exploración conformó la noticia. En pleno invierno un hermano de Zafra llamado Lorenzo hizo un importante viaje. Todo eso era verdad. Los berberiscos habían abandonado completamente la zona incluyendo Mazalquivir y Cazaza, de modo que era posible aprovechar la playa y las costas. Por primera vez en el tratado que portugueses y castellanos negociaban en Tordesillas se incluyó el nombre de Melilla como tierra española. A cambio de esto se iba a permitir a los portugueses establecerse en Brasil. Los berberiscos no opondrían resistencia; ellos temían como los españoles que los peligrosos otomanos decidieran enviar a los suyos. Por su parte, el Papa consintió en que se utilizara en la operación el dinero que sobrara de la guerra de Granada.

Un detalle que también debe ser tenido en cuenta. La misión de ocupar Melilla y convertirla en esa fortaleza que aún recibe visitas turísticas fue encomendada al duque de Medina Sidonia. Y éste requisó la fuerte flota que Colón preparaba para su tercer viaje obligando al almirante a un retraso. De este modo, en la noche del 17 al 18 de febrero de 1497 cuatro mil soldados desembarcaron en Melilla y a toda prisa levantaron sus muros. Cuando marroquíes y tremelceños intentaron remediar el error por ellos cometido sufrieron un fracaso. Melilla había pasado a ser bastión inexpugnable. Desde abril de 1498 se incorporó al patrimonio real abonándose a Medina Sidonia una indemnización.

De este modo, entre Algeciras y Ceuta y entre Málaga y Melilla se pudo establecer una comunicación regular que en lo esencial sobrevive. Para Europa significa tanto como el establecimiento de dos puentes pasadizos que con el tiempo permitirían algo más: una regularización de relaciones con los singulares mercados del norte de Africa. Hoy, esa condición se está señalando como un doble peligro la filtración del tráfico de drogas y el atractivo para las lejanas poblaciones africanas víctimas de las insuficiencias de la descolonización. Las verjas pueden resultar imprescindibles, pero en modo alguno considerarse como adecuada solución. Ni el África mediterránea ni el mercado común europeo pueden renunciar a esos dos puentes que forman la punta extrema de España. Europeos y africanos deberían ponerse de acuerdo para alcanzar la debida solución. Durante casi quinientos años el bien se ha mantenido. Ha llegado la hora de buscar una solución adecuada que evite que las dos líneas sigan sirviendo de troneras. Para Europa, todavía más que para España, se trata de un problema serio y difícil.