Crisis económica

Las fichas azules

Aunque pueda parecer que los norteamericanos no afrontan satisfactoriamente sus dilemas, les aseguro que, de todos los aspirantes a la hegemonía mundial, ellos son los más favorables para nosotros. Pero estamos en pleno periodo de redefinición de las reglas de juego. Las que ellos impusieron en su día

Las fichas azules
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Exponíamos ayer (23/07/2016) una analogía –la de un juego de parchís– para ayudar a entender la situación mundial. Cuatro jugadores compitiendo para lograr la supremacía sobre un único tablero. Como en el parchís, solo uno puede prevalecer pues sus objetivos excluyen los empates. Pretendo ir repasándolos, individualmente, en sucesivas Tribunas. Hoy empezaremos con el titular de las fichas azules: los norteamericanos.

EEUU es actualmente un imperio, aunque por razones históricas les cueste admitirlo. Muestra bastantes rasgos comunes con los imperios que le precedieron, específicamente, la tensión entre sus reglas internas –democráticas en grado notable– y las que aplica en la conservación de su área de influencia exterior. Sin embargo, este imperio americano se diferencia de los anteriores en que no busca conquistar territorios, sino «únicamente» que todos sigan sus reglas. Empezaron hace unos dos siglos a la manera clásica: arrebatando territorios a las tribus indias y al pobre México; después nos tocó a nosotros los españoles sufrir sus ansias de expansión. Posteriormente, invocaron el destino manifiesto de esparcir la democracia –con la libertad como filosofía– por todo el mundo. Estos altos ideales –y también el evitar que Europa fuese dominada por una potencia hostil– les llevaron a participar en dos guerras mundiales tras las cuales regularon las relaciones internacionales según sus intereses especialmente las comerciales y financieros. Al colapsar la URSS este papel de regulador-en-jefe fue aceptado por la mayoría. Pero extender –o a veces imponer– la democracia no siempre es fácil. Funcionó lo de restaurarla en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, pero ha fracasado en Oriente Medio y en Asia en general. El sistema democrático requiere una autocontención de los ciudadanos que no está al alcance de todos. EEUU muestra una clara fatiga en su misión evangelizadora de la democracia. Incluso con la versión «light» de la misma como es la defensa de los derechos humanos. Pese a poseer el ejército convencional –incluidas armas nucleares– más potente del mundo, su historial de victorias desde el final de la Segunda Guerra Mundial es escaso con la notable excepción de la Guerra Fría. Pero esta última acabó más por el colapso económico y psicológico de la Unión Soviética que con un choque donde hablaran las armas. Este pobre récord de enfrentamientos (Vietnam, Corea, Afganistán, Irak.....) se debe a la naturaleza de los conflictos en que se ha venido enfangando. No ha fallado la capacidad militar, sino más bien la formulación de objetivos estratégicos alcanzables dentro del esfuerzo –en tiempo e intensidad– que estaban dispuestos a desarrollar. Esto ha conducido a que tengan que competir por preservar su preeminencia con los otros tres jugadores: rusos, chinos e islamistas.

Los europeos no hemos acompañado satisfactoriamente a los norteamericanos en sus últimas poco meditadas aventuras imperiales entre otras cosas por nuestra debilidad/fragmentación política/militar que EEUU ha permitido/fomentado hasta la fecha.

Los guerreros azules están repartidos por bases a lo ancho de toda la geografía mundial; dos de ellas en España. Aun siendo muchos, no son suficientes para su nivel de ambición global por lo que deben acercarse a las murallas a defender. Cuando soldados, buques y aviones no son suficientes para lo que se desea, la única solución es estacionarlos a la vanguardia tratando de reducir los tiempos de despliegue. Estas bases avanzadas añaden un aspecto «imperial» poco deseado por el gobierno y el pueblo norteamericano y son vulnerables, aunque imprescindibles, cuando con poco se quiere hacer demasiado.

Las armas nucleares –su hipotética utilización– presentan graves dilemas éticos que la opinión pública norteamericana no se atreve a debatir en público. La disuasión ha tratado de inducir un miedo paralizante en los posibles adversarios dotados con ellas y ha funcionado razonablemente mientras eran solo dos los jugadores –azules y rojos– quienes las poseían. Pero la actual proliferación de armas nucleares –las químicas y biológicas también entran en esta categoría– hace cada vez más incierta dicha disuasión. La contención de los mayores puede peligrar por el fanatismo de los más pequeños. Estando la administración Trump a punto de iniciar una costosa modernización nuclear, la falta de debate público azul sobre este asunto es clamorosa. A este presidente le debemos también frivolidades dialécticas como que las armas nucleares que tienen están para emplearlas y que Japón y Corea (del Sur naturalmente) debían dotarse con ellas. La Constitución norteamericana –ejemplo de equilibrios– prevé que declarar la guerra sea una prerrogativa del Congreso –de los representantes democráticos del pueblo–, mientras que a su presidente le reserva el papel de conducirla. Por dejación del Congreso esto no es así actualmente. Últimamente, los presidentes deciden y el Congreso calla o apoya vergonzosamente a posteriori. Especialmente vidriosos en estas guerras no declaradas que EEUU viene manteniendo actualmente resultan los asuntos de los asesinatos selectivos de líderes terroristas –con drones y operaciones especiales– y el nivel de bajas civiles aceptables. Los ciudadanos norteamericanos –pese a apoyar a sus tropas– cierran los ojos ante estas decisiones de sus gobernantes como posiblemente ha pasado en todos los imperios. Pero ahora vivimos en plena globalización y con el internet es cada día mas difícil mantenerlos cerrados.

Aunque de los brochazos dados aquí pueda parecer que los norteamericanos no afrontan satisfactoriamente sus dilemas, les aseguro que de todos los aspirantes a la hegemonía mundial, ellos son los más favorables para nosotros. Pero estamos en pleno periodo de redefinición de las reglas de juego. Las que ellos impusieron en su día.