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La inspiradora carta a «la chica del bañador verde» que triunfa en Facebook

El «post» de Jessica Gómez ha sido compartido más de 110.000 veces en dos días

Imagen de la hija de Jessica, que se baña en el río mientras la chica del bañador verde revela sus miedos a través de cada gesto, de cada movimiento, de cada mirada
Imagen de la hija de Jessica, que se baña en el río mientras la chica del bañador verde revela sus miedos a través de cada gesto, de cada movimiento, de cada miradalarazon

La carta "a la chica del bañador verde"es un alegato a la aceptación de uno mismo, de su cuerpo, de que no hay que dejarse llevar por los estereotipos y aprender a querernos tal y como somos.

Jessica Gómez ha pasado de ser una desconocida a ser la autora de la inspiradora carta dirigida a una joven con bañador, acomplejada por su físico. Gómez publicó la carta el pasado martes y ha sido compartida más de 110.000 veces y acumula más de 4.000 comentarios. La carta "a la chica del bañador verde"es un alegato a la aceptación de uno mismo, de su cuerpo, de que no hay que dejarse influir por los estereotipos. Es una carta en busca de la madurez de los jóvenes, en una época, la estival, en la que se despojan de sus hábitos para mostrar sus cuerpos al sol. Cuerpos moldeados por la genética, por la alimentación y por el deporte. Cuerpos distintos, grandes, pequeños, gordos, delgados, curvilíneos, rectos... pero todos llenos de imperfección y belleza. Es un ejercicio de regresión de una madre, que se mete en la piel de una joven inmadura, insegura por su físico y a la sombra de su amiga. Es una llamada a la tolerancia, a la belleza de la imperfección, a la necesidad de aceptarse a uno mismo tal y como es, a la valentía, a la lucha contra lo que la sociedad impone.

Gómez apela a los detalles, a las pequeñas cosas que nos diferencias de los demás y que nos hacen especiales por ello. A la importancia de la autoestima en unas edades difíciles, en las que la opinión de los demás son casi más importantes que las propias. Es una llamada a la esperanza, al amor. Ese amor que cuando llega oculta nuestras inseguridades, que resalta las virtudes, que convierte cada imperfecciónen un mapa del tesoro, en el que todas sus localizaciones son importantes dentro de esa aventura.

Gómez confiesa que es una persona más de esas en las que te encuentras en una zona de ocio y que se da cuenta de que nos estamos equivocando, pero nunca dan el paso para decirnos nada. Por ello, reconoce que esa falta de valentía no la tendrá con sus dos hijos, a los que dirá todas esas cosas que le hubiera gustado decirle a la chica del bañador verde y que nunca le dijo.

Ésta es la carta íntegra:

QUERIDA CHICA DEL BAÑADOR VERDE:

Soy la mujer que está en la toalla de al lado. La que ha venido con un niño y una niña.

Primero que nada, decirte que estoy pasando un rato muy agradable junto a ti y tu grupo de amigos, en este trocito de tiempo en el que nuestros espacios se rozan y vuestras risas, vuestra conversación ‘transcendental’ y la música de vuestro equipo me invaden el aire.

¿Sabes? He alucinado un poco al darme cuenta de que no sé en qué momento de mi vida he pasado de estar ahí a estar aquí: de ser la chica a ser “la señora de al lado”, de ser la que va con los amigos a ser la que va con los niños.

Pero no te escribo por nada de eso. Te escribo porque me gustaría decirte que me he fijado en ti. Te he visto, y no he podido evitar verte. Te he visto ser la última en quitarte la ropa. Te he visto ponerte detrás de todo el grupo, disimuladamente, y quitarte la camiseta cuando creías que nadie te miraba. Pero yo te vi. No te miraba, pero te vi. Te he visto sentarte en la toalla en una cuidada postura, tapando tu vientre con los brazos.

Te he visto meterte el pelo tras la oreja agachando la cabeza para alcanzarla, quizá por no mover los brazos de su estudiadísima posición casual. Te he visto ponerte en pie para ir a bañarte y tragar saliva nerviosa por tener que esperar así, de pie, expuesta, a tu amiga, y usar una vez más tus brazos como pareo para taparte: tus estrías, tu flaccidez, tu celulitis. Te vi agobiada por no poder taparlo todo a la vez mientras te ibas alejando del grupo tan disimuladamente como antes lo hiciste para quitarte la camiseta.

No sé si tenía algo que ver, en tu descontento contigo misma, que la amiga a quien tú esperabas se soltaba su larguísima melena sobre una espalda a la que sólo le faltaban unas alas de Victoria’s Secret. Y mientras tanto tú ahí, mirando al suelo. Buscando un escondite en ti misma, de ti misma. Y me gustaría poder decirte tantas cosas, querida chica del bañador verde... Puede que porque yo, antes de ser la mujer que viene con los niños, he estado ahí, en tu toalla.

Me gustaría poder decirte que, en realidad, he estado en tu toalla y en la de tu amiga. He sido tú y he sido ella. Y ahora no soy ninguna de las dos –o acaso soy ambas aún- así que, si pudiera dar marcha atrás, elegiría simplemente disfrutar en lugar de preocuparme -o vanagloriarme- por cosas como en cuál de las dos toallas, la suya o la tuya, prefiero estar.

Quisiera poder decirte que he visto que llevas un libro en tu bolsa, y que cualquier vientre que ahora tenga tus dieciséis años perderá, probablemente, su tersura mucho antes de que tú pierdas la cabeza. Me gustaría poder decirte que tienes una preciosa sonrisa, y que es una pena que estés tan ocupada en ocultarte que no te quede tiempo para sonreír más.

Me gustaría poder decirte que ese cuerpo del que pareces avergonzarte es bello sólo por ser joven. ¡Qué coño! Es bello sólo por estar vivo. Por ser envoltorio y transporte de quien en realidad eres y poder acompañarte en cuanto haces. Me encantaría decirte que ojalá te vieras con los ojos de una mujer de treinta y pico porque quizás entonces te darías cuenta de lo mucho que mereces ser querida, incluso por ti misma.

Me gustaría poder decirte que la persona que algún día te quiera de verdad no amará a la persona que eres a pesar de tu cuerpo, sino que adorará tu cuerpo: cada curva, cada hoyito, cada línea, cada lunar. Adorará el mapa, único y precioso, que dibuja tu cuerpo y, si no lo hace, si no te ama así, entonces no merece que le ames. Me gustaría poder decirte que –créeme, créeme, créeme- eres perfecta como eres: sublime en tu imperfección.

Pero, ¿qué te voy a decir yo, si sólo soy la mujer de al lado? Aunque, ¿sabes qué? Que he venido con mi hija. Es la del bañador rosa, la que juega en el río y se está untando en arena. Hoy sólo le ha preocupado si el agua estaría muy fría.

A ti no te puedo decir nada, querida chica del bañador verde... Pero todo, TODO, se lo voy a decir a ella. Y todo, TODO, se lo diré a mi hijo también. Porque así es como todos merecemos ser queridos. Y así es como todos deberíamos querer.