Ciencias humanas

Los farsantes de la ciencia

El falso estudio japonés sobre células madre, cuya autora dio explicaciones ayer, revela los puntos negros de las revistas científicas

Haruko Obokata presentando con firmeza un hallazgo que se prometía revolucionario.
Haruko Obokata presentando con firmeza un hallazgo que se prometía revolucionario.larazon

«Siento mi falta de conocimiento y el haber hecho las cosas a mi manera. No hice nada con mala intención». Con lágrimas en los ojos, Haruko Obokata, investigadora del Instituto Riken, compareció ayer ante una sala abarrotada de un hotel de Osaka. Fue su primera aparición tras la publicación en «Nature», el 30 de enero, de lo que se prometía un trabajo revolucionario: el hallazgo de las células STAP, aquellas que, sometidas a estrés ambiental, podían regresar a su estado embrionario, por lo que podían transformarse en cualquier tejido. El entusiasmo fue generalizado... hasta mediados de marzo. Otro laboratorio fue incapaz de replicar el experimento y denunció que se manipularon las imágenes que se adjuntaban al «paper». El Instituto Riken pidió que se retirara el trabajo de la revista hasta que se aclarará el asunto. Y el pasado 1 de abril, admitió que contenía aspectos «fraudulentos». Con todo, Obokata negó ayer que su trabajo fuera un fraude. De hecho, afirmó que consiguió producir células madre más de 200 veces. Como dijo su abogado, todo se debió a una mala presentación de las imágenes.

Dentro de lo que se conoce como comunicación científica, por la cual los investigadores revisan y difunden sus trabajos, las revistas copan un rol clave. A grandes rasgos, el sistema funciona así: «Science» o «Nature» reciben diariamente unos 150 «papers» de instituciones e investigadores que aspiran a publicar en las dos revistas más prestigiosas; en una primera criba, se descarta el 90%; el 10% restante se somete a la revisión por pares o «peer review», por la cual se envían los trabajos a dos o tres jueces, científicos que colaboran gratuitamente con la revista; para evitar controversias, sus nombres permanecen en el anonimato y son independientes entre sí; estos realizan sus observaciones y redactan un informe anónimo que devuelven al editor de la revista; por último, es el editor –o editores, en las revistas «grandes»– quien tiene la última palabra. Al final, «sobrevive» un 3% del total de ese 10%.

«El ''peer review'' no es el ideal, pero es el mejor sistema», sostiene Tomás Marqués-Bonet, investigador ICREA del Instituto de Biología Evolutiva UPF-CSIC. Y como dice José María Bermúdez de Castro, del Grupo de Antropología Dental del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), «los ''goles'' son anecdóticos». Sin embargo, Marqués-Bonet señala algunos «agujeros negros». Y es que hablamos de un sistema que se basa en la «confianza», y por tanto en la honradez de los investigadores. «Es una crítica que nos hacemos a nosotros mismos y no puede utilizarse como excusa, pero la única forma de medir si un científico es bueno o malo es ver, en su currículo, en cuántas revistas grandes ha publicado. Si lo ha hecho en ''Nature'', ''Science'' o ''Cell'', es bueno. Y eso crea unas presiones fortísimas para publicar. Una presión que te puede llevar a engañar», indica. Y es que ese currículo lleva a que las universidades reciban a los científicos de brazos abiertos. De hecho, «si en cinco años no publicas en alguna de las mejores revistas, pueden echarte de la universidad», así como peligrar la adjudicación de grandes proyectos. «Te juegas mantener un grupo y tu salario», añade.

Mientras, las revistas, como dice Bermúdez de Castro, «quieren publicar lo más increíble, lo que traspasa las fronteras del conocimiento, pues para ellas supone dar un paso adelante». No en vano, recuerda, hablamos de «empresas, y todas quieren ganar dinero». Y la competencia entre ellas es fuerte. Además, si un artículo tiene la suerte de ser elegido para su publicación, pueden cobrar a una institución entre 2.000 y 5.000 euros. «Es un negocio brutal», dice Marqués-Bonet.

El científico de la UPF-CSIC también cree que sería interesante «profesionalizar la figura del revisor»: lo hacen gratuitamente y, si están en medio de un proyecto, sólo tienen tiempo a revisar el «paper» por encima. Por su parte, Bermúdez de Castro afirma que alguno de sus artículos ha podido ser víctima de un «conflicto de intereses» de algún revisor. «Uno de mis ''papers'' cayó en manos de una persona que no quería que se publicara», asegura.

Ahora bien, ambos señalan que el 99,9% de los científicos son honrados. «¿Es posible engañar? Claro. Si eres un científico muy hábil, puedes hacerlo. Pero es rarísimo: te estás jugando tu carrera profesional. Si te pillan, puedes despedirte. Y los científicos, por lo general, somos personas honradas» concluye Bermúdez de Castro.