Sociedad

«Aguanta cariño»

“A ‘ella y él’ me los topé ayer de cuerpo presente, ya no eran brazos y piernas, sino dos ‘personas mayores’ a los que la realidad parece que les ha dado el último zarpazo”

Monedas en las manos de una persona mayor
Monedas en las manos de una persona mayorlarazonLa Razón

Confieso que la primera vez que los observé desde la ventana no me fueron simpáticos. Entonces sólo eran dos pares de piernas que se movían de un lado a otro sin mucha agilidad. Los olvidé a los pocos segundos mientras me sumergía en la realidad sin ningún tipo de sentimiento hacía ellos. A los pocos días otra vez estaban allí, pero solamente podía ver sus brazos, otra vez cuatro, y en esta ocasión cargados con unas bolsas que metían en un carrito de la compra. Entonces supe que eran «ella y él», y así los nombré en mi memoria a medida que fueron apareciendo delante de mi ventana cada dos por tres. Durante meses dejé de fijarme en esa pareja desmembrada, pues sólo veía sus piernas o sus brazos, y no sabía nada más. Únicamente podía imaginar sus intenciones, conjugar el movimiento que realizaban en círculos y, la verdad, juzgarlos. Ya digo que sus apariciones sólo ocupaban poco más de unos cinco o 10 segundos en mi vida cada pocos días. El máximo que la afilada realidad te permite para «desconectar» de la marabunta de la Covid-19. A «ella y él» me los topé ayer de cuerpo presente, ya no eran brazos y piernas, sino dos «personas mayores» a los que la realidad parece que les ha dado el último zarpazo. Por sus zapatos, sus ropas, por el pelo de ella, debe ser una pareja que ronda los 70 años, jubilados, que tienen que buscarse la vida, nunca mejor dicho, rebuscando en un contenedor de basuras. Así de claro y así de duro. Deben ser novatos y torpes en la tarea de recuperar desperdicios. No me topé con su cara. Ella estaba montada sobre el pedal para mantener abierto el bidón con su peso, mientras él abría las bolsas y buscaba en el interior. Cada uno tenía un papel en la grotesca escena. Los observaba a dos metros de distancia, de espaldas, como dos figuras asomadas al abismo, a la oscuridad de una pobreza sin retorno de la que no podrán salir, si todo sigue igual. Mientras pensaba que ni el dinero prometido por Bruselas ni los Presupuestos que ya se han presentado les sacarían del contenedor, escuché una voz masculina a medio camino entre la súplica y el aliento: «Aguanta cariño». Pues eso, aguanta.