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Historia
Manuel Lucena Giraldo, historiador: "La leyenda negra de España es un invento del siglo XX"
El académico y experto en historia global desmonta los mitos que han rodeado durante siglos la imagen del Imperio español y sitúa su desprestigio en el terreno de la propaganda moderna

La idea de un Imperio español cruel, destructor y especialmente brutal ha calado profundamente en el imaginario occidental. Sin embargo, según el historiador Manuel Lucena Giraldo, esa percepción, conocida como "leyenda negra", no es más que una ficción construida en tiempos recientes. En una entrevista concedida a Historia National Geographic, Lucena expone con claridad que esta visión sesgada es, en realidad, un producto del siglo XX, más influida por intereses políticos y nacionalismos contemporáneos que por los hechos históricos.
Lucena, investigador del CSIC y uno de los mayores especialistas en historia global hispánica, sostiene que el concepto de “leyenda negra” como tal no existe en la época del Imperio. La expresión fue acuñada en torno a 1910 por Julián Juderías, quien trató de denunciar una imagen sistemáticamente negativa de España en Europa. Para el historiador, este relato nace en un contexto de crisis nacional: tras la pérdida de las últimas colonias en 1898, parte del pensamiento español recurrió a una explicación victimista, responsabilizando a una supuesta campaña extranjera del descrédito histórico del país.
La leyenda negra española: ¿mito o realidad?
Pero ¿qué hubo antes de esa leyenda? Evidentemente, propaganda. Como en cualquier conflicto imperial, las potencias rivales (Inglaterra, los Países Bajos, Francia) promovieron relatos hostiles contra España. A finales del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, estas campañas se intensificaron. “Lo que distingue a la leyenda negra es que los propios españoles la asumieron como cierta”, explica Lucena. Es esa interiorización lo que la convierte en un fenómeno cultural singular, diferente de las críticas recibidas por otros imperios europeos.
El historiador matiza también que, frente a la leyenda negra, existe una "leyenda rosa": la idealización del papel civilizador de España en América, una narrativa que empieza con el testamento de Isabel la Católica de 1504, donde se prohíbe la esclavitud de los indígenas. Ambos extremos, insiste Lucena, distorsionan la compleja realidad imperial. “Las leyendas, sean negras o rosas, no son historia. Son relatos interesados”, sentencia.
Una parte central del relato negro descansa en la violencia ejercida durante la conquista de América. Lucena no niega esa violencia, pero la contextualiza: "Todo imperio se funda sobre conflictos. Lo que llamamos conquista fue, en buena medida, una guerra entre pueblos indígenas, en la que los españoles jugaron un papel limitado pero decisivo". Muchos grupos mesoamericanos, sometidos por los aztecas, se aliaron con los castellanos para derrocar al poder dominante. Esa red de alianzas locales, más que una invasión puramente europea, explicaría el rápido colapso de los grandes imperios indígenas.
Lucena también advierte sobre el uso interesado de testimonios como los de Bartolomé de las Casas, cuya Brevísima relación de la destrucción de las Indias fue ampliamente explotada por los enemigos de España. Ilustraciones que mostraban descuartizamientos y torturas sirvieron para consolidar en Europa una imagen demonizada del conquistador español. Sin embargo, el propio autor, señala el historiador, ha sido convertido en una figura casi sacrosanta por el indigenismo moderno, cuando su contexto y sus motivaciones eran mucho más complejas.
¿Por qué se ha consolidado la idea de "leyenda negra"?
Una pregunta crucial es por qué la figura del conquistador cruel ha perdurado tanto. La respuesta, para Lucena, está en la funcionalidad política de esa imagen. Potencias como Inglaterra, Francia o Estados Unidos la utilizaron como herramienta identitaria frente a un imperio mestizo, católico y barroco. En el siglo XIX, por ejemplo, el naciente nacionalismo estadounidense se construyó en oposición simbólica a la España decadente. Esta oposición culminó en la guerra de 1898, en la que el relato de una España opresora y atrasada fue clave para justificar la intervención.
Paradójicamente, fuera de Europa y del mundo anglosajón, esta leyenda no tiene tanto peso. “En China o en muchos países africanos, España no es vista como una potencia colonial agresiva, a diferencia de Francia o Reino Unido”, destaca Lucena. En esos contextos, el país se percibe incluso como un actor cultural o diplomático amistoso.
De esta manera, la leyenda negra no es tanto una descripción del pasado como una construcción del presente. Y como toda construcción, debe ser cuestionada, matizada y, sobre todo, analizada con las herramientas de la historia, no con las de la ideología. Sólo así se podrá dejar atrás el lastre de las leyendas y mirar el pasado con una mirada más completa.
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