«Sinfonía de los Mil» de Mahler: Entre riscos y extáticas peroraciones
Mahler: «Sinfonía nº 8 en Mi bemol mayor», «De los Mil». Solistas, Coros de la Comunidad de Madrid, Orfeón Donostiarra, Orfeón Pamplonés, Antara Koral, Orquesta Nacional. Director: David Afkham. Auditorio Nacional. 30-VI-2023
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Hacía años que no escuchábamos en Madrid ese monumento que es la «Sinfonía nº 8» de Mahler, la llamada «De los Mil», que se presentó por primera vez en España durante el Festival de Granada de 1970, con Frühbeck de Burgos en el podio. La dirigiría a continuación en Madrid y lo volvería a hacer en 2007. Su programación, de nuevo en Granada, para 2020, hubo de ser suspendida por la pandemia. Por fin aquietadas las aguas sanitarias, hela de nuevo ante nosotros, esta vez a cargo de quien es en estos tiempos asimismo titular de las formaciones Nacionales, David Afkham. Que se enfrentó a un orgánico de algo más de 400 ejecutantes.
Estamos ante una de las obras más densas –en forma y pensamiento– de Mahler; también de las más desequilibradas y de mayor contundencia, que exige, para reproducir su complejo entramado, un enorme contingente de músicos, instrumentistas y coristas; amén de un amplio plantel de solistas vocales. El primer movimiento, el himno «Veni, creator spiritus», que emplea el texto latino, está organizado a base de gigantescas peroraciones, de fugas inacabables y dificultosas, en las que los coros han de cantar de manera crispada y angustiosa el mensaje de alabanza y de súplica. Lo mismo que los ocho esforzados solistas.
Todo se aquieta en el segundo movimiento, más confortador y sereno, un canto a lo femenino, con texto de la escena final del segundo Fausto de Goethe. Para llevar a buen puerto ese edificio monumental hace falta un especial sentido constructivo, una mente lúcida y un mando firme y claro que pueda poner en orden la multiplicidad de líneas, los furiosos contrapuntos del himno y, luego, dejar que la música cante más llanamente, en progresión ascendente hacia el apoteósico cierre, en donde –Coro Místico– la armonía se cumple tras esplendorosa elevación.
Ese mando lo tuvo en las manos sin batuta de Afkham, que trató de domeñar las imponentes fuerzas desatadas, ásperas, con frecuencia disonantes, rozando el puro grito de la primera y encrespada sección. No hubo total unidad ni encaje y la planificación no se consiguió en todo instante. La afinación peligró y el empaste coral y de los esforzados siete solistas fue irregular, aunque decidido y catedralicio. Buen remanso lírico con participación del violín concertino (Miguel Colom). En las frases «Accende lumen» gozamos de una bella meseta expresiva.
Los mejores momentos se vivieron en la segunda mitad, que se inició extáticamente, con buen pulso y excelente letra, frases bien esculpidas, con participación coral transida en pianísimo y silabeo cordial en la entrada de los ángeles. Un preludio anunciador de los distintos temas que se irán sucediendo. Los solistas iniciaron su desfile. Primero Pater Ecstaticus, al que dio vida ese excelente barítono, de tan buena pasta, de tan homogénea emisión, oscura y segura, que es José Antonio López. El tenor Simon O’Neill, Doctor Marianus, exhibió una voz bastante destemplada y una emisión forzada, de timbre algo raído ya. Lo sostuvieron hermosas frases de la orquesta en ese pasaje que La Grange calificaba de «irresistible». El bajo David Steffens mostró un atractivo timbre lírico, una adecuada entonación y una envergadura muy relativa como Pater Profundus. Sarah Wagener (Magna Peccatrix) mostró una voz de lírica algo falta de carne, pero también una gran valentía para acometer las notas más agudas con solvencia; algo ya apreciable en sus espinosas intervenciones en el «Vieni, Creator». Enseguida apareció quizá la mejor voz de la reunión, la de la contralto Wiebke Lehmkuhl (Mulier Samaritana), amplia, de bello contorno, esmaltada y carnosa. Dijo con mucha propiedad.
La mezzo Alice Coote (Maria Aegyptiaca), a quien hemos encontrado con un timbre algo desleído y delgado, expuso con unción sus frases dedicadas al Señor. Fue el turno de Margarita (Una penitente), expuesta en la voz lírica, bastante tensa en el agudo, de Susanne Bernhard. Solo nos queda por seguir la dos brevísimas frases de Mater Gloriosa, en este caso la lírico-ligera Serena Sáenz, que estuvo perfecta, cristalina, casi celestial en su frase «¡Ven! ¡Asciende hasta las esferas más altas!», que da paso a los compases postreros.
En ellos Afkham supo construir de menos a más una peroración final de espléndidas resonancias y de crecimiento perfectamente marcado, con todos los conjuntos corales y toda la gigantesca orquesta a la máxima presión. Gran y justificado éxito al cierre; pese a las motas aquí expresadas. Los tres coros de adultos y el de niños cantaron bien, con empaste y afinación a veces irregulares, pero con buena calificación final. Cumplidas notas al programa del oboísta Roberto Puchades, que ha sabido penetrar en los misterios de la composición.