Reyes Monforte
Amancio Ortega
Hay gente para todo, y cuánto más absurdo es el todo, más personal congrega. Hay quien ante la muerte de un torero en el ruedo se alegra del sufrimiento de su familia y se lamenta del sufrimiento de la familia del toro. Los hay que piensan en formato vómito que Rafa Nadal es un falso por ir de humilde, con el argumento de que el hombre gana dinero, unos ingresos obtenidos con su sudor, no como otros. Incluso hay quien tiene el cuajo de despreciar y rechazar las donaciones millonarias de la Fundación Amancio Ortega, 320 millones de euros para la lucha contra el cáncer. No hay palabras en el diccionario para definirles, y las que hay, mejor no utilizarlas porque se quedarían cortas. La enfermiza manía de algunos por politizarlo todo, incluso el cáncer, es ridícula, banal, demagoga y cansina. Me ha gustado ver a los enfermos de cáncer, esos que saben de lo que hablan y no son políticos ni tertulianos ni asociaciones a sueldo, salir públicamente para recordar que ellos sí dan la bienvenida a esas donaciones, que ellos están luchando por la vida en una batalla contra la muerte y que les indigna las bocanadas de halitosis populistas que desprenden algunos cada vez que hablan por hablar. Bien por Tina Fuertes, profesora del Arte y enferma de cáncer: «Quiero vivir. Queremos vivir. Necesitamos tiempo. Dejad que nos ayuden». Lleva recogidas miles de firmas en apoyo de estas donaciones. Increíble que haya que clamar por ayuda en una situación así. Bien por Inma Escriche quien decidió dedicar su quimio del día a Amancio Ortega e irse a Zara a comprar una camisa. Lo dijo Einstein, «triste época la nuestra: es más fácil desintegrar un átomo que superar un prejuicio». Cuando los expertos en el «de qué se trata que me opongo» reciban el mazazo de boca del oncólogo, cuando vean luchar a muerte contra el cáncer a la persona que aman con la impotencia de no poder hacer nada más, entonces que decidan si quieren o no beneficiarse de las donaciones. Hasta entonces y mientras se lo hacen mirar, que dejen de ponernos más enfermos con sus prejuicios y nos dejen con nuestros átomos. ¡Hala, me voy a Zara!
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