Apuntes

Matemáticas básicas para demócratas

El éxito de María Guardiola ha sido retratar al sanchismo en su misma esencia. Una hazaña

El pasado domingo, el Partido Popular extremeño, liderado por María Guardiola, obtuvo 228.300 votos, un porcentaje de electores del 43,18 por ciento. El PSOE, su rival directo en Extremadura y en el conjunto de España, que había ganado las elecciones autonómicas hace dos años, se desplomó hasta los 136.000 votos, con el 25,7 por ciento de los sufragios, lo que supone una sangría de casi 100.000 votantes en lo que fue feudo socialista por antonomasia. Eso es un «sorpasso» en toda la línea y lo demás son cuentos, se pongan como se pongan algunos de esos columnistas de derechas, en muchos casos de conversión reciente, que, tras desahuciar a Feijóo, mantienen levantado el dedo admonitorio, pase lo que pase. Es cierto que Guardiola no ha alcanzado la mayoría absoluta, pero ha retratado al sanchismo en toda su esencia, lo que supone una hazaña que deberían agradecerle todos los españoles honrados. Ahora le toca negociar con el tercer partido de la región, Vox, que ha crecido, sí, pero que tiene 139.000 votos menos que el PP y suma 11 escaños frente a los 29 de los populares. Por supuesto, está en su derecho Santiago Abascal de hacerse un «Sánchez» y pasar olímpicamente del resultado electoral. Si a nuestro señorito se le han dado una higa los 8.160.837 ciudadanos que votaron al PP en julio de 2023, a los que, por las trazas, considera casi subhumanos, nadie se va a extrañar de que Abascal apriete las tuercas a Guardiola, con la que no se lleva nada bien ni en lo político ni en lo personal, pero que, luego, no nos venda motos. En Extremadura tiene la representación que tiene, tercera fuerza muy por detrás de los socialistas, lo que no le convierte, precisamente, en ganador de las elecciones como tratan de hacernos creer las terminales de la propaganda gubernamental. O, dicho de otra forma, que hay muchísimos más extremeños que prefieren unas políticas moderadas, tributarias de la realidad social y económica de la región, que abrazar cruzadas a lo loco contra el malvado progresismo global. Y si Guardiola tiene que llamar de nuevo a las urnas, pues qué le vamos a hacer. Mejor eso que perpetuar desde el otro lado de la muralla sanchista la división entre españoles malos y buenos. Porque de lo que se trata, desde mi punto de vista, claro, no es echar al señorito para darle la vuelta al calcetín y que cambien de color los cuellos bajo la bota, sino de recuperar la institucionalidad y los buenos usos democráticos, sobre todo, el respeto a la separación de poderes. Devolver a los españoles el concepto de igualdad ante la ley, sin que importe su lugar de residencia, y acabar con la colonización política de empresas públicas y privadas. Hacer que los órganos de control y asesoramiento del Estado, desde el CIS al INE, recuperen la independencia perdida. Es decir, todo lo contrario de lo que ha significado y significa el sanchismo en nuestro país. Y no parece que sea labor para populismos de gesto pronto y soluciones fáciles, esas de barra de bar o de quedada de Belarras, que no aguantan un asalto cuando se confrontan con la dura realidad. Acabar con el sanchismo es, por supuesto, un empeño encomiable y absolutamente necesario, en el que trabajan cada vez más ciudadanos, incluso, socialistas, y que dará fruto antes de lo que muchos piensan, pero no para repetir el modelo de confrontación y exclusión del discrepante que nos ha traído el señorito. Él mismo que, ante la debacle extremeña, nos explicaba lo bien que le va todo en la vida…