Oración

Permanecer

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

"Cristo, la vid verdadera", icono griego del siglo XVI
Retablo Maestà, Museo dell'Opera Metropolitana del Duomo, SienaLa Razón

Meditación para este V domingo de Pascua

Siempre que se sale al campo en primavera llama la atención la luminosidad de los colores, los sonidos del agua, el viento que anima las hojas. Todo anuncia el júbilo de la vida fluyendo desde lo más profundo de cada criatura. A pesar de toda esa explosión de vitalidad, una senda puede ser abruptamente interrumpida por la rama caída de un árbol. ¿Qué puede quebrarle de esa manera? Lo responde el evangelio de este domingo, en el que Cristo nos dice:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Juan 15, 1-8).

La palabra clave de este texto es el verbo “permanecer” –en el griego original “Méno”, de la cual se deriva “Hypoméno” – que significa “sostener desde abajo, desde lo profundo”, y expresa realidades tan significativas como la firmeza y fidelidad en medio de la prueba, la constancia y la resistencia; en definitiva, la perseverancia. Las ramas de una planta viven y dan fruto porque están sostenidas desde abajo por el tronco que les alimenta desde las raíces, como sucede con los sarmientos de la vid de este evangelio. Evidentemente, cuando disminuye el fluir de la vida entre la rama y su tronco, aquella pierde fuerza, se desgasta, se desgaja y muere. No sirve más, es un estorbo en el camino que hay que quitar de en medio y echar al fuego.

La parábola de hoy expresa la penosa realidad de quien no está sostenido desde lo profundo por la gracia de Dios. Es quien vive una existencia meramente natural, sin afincarse en lo sobrenatural, quien lleva la vida a su propia cuenta y riesgo, en vez de mantenerse en comunión con quien es más y más nos da. Su destino es el desgaje por falta de permanencia, el quiebre existencial por la pérdida de lo esencial. Es Dios quien nos da la firmeza vivificante, y la unión con Él nos alimenta como la savia secreta que sostiene, eleva y hace fecunda la vida como los sarmientos de una vid, que están para dar frutos de júbilo, comunión y alegría.

Ahora bien, hay que comprender que el desgaste de la fe puede darse por dejadez en el amor, como también por habernos sostenido en una imagen de Dios todavía incompleta o, peor aún, desfigurada. Para evitar lo primero, hay que espabilar, devolverle el primer lugar en nuestra vida, alimentarnos de su Palabra y fortalecernos con sus sacramentos. Lo segundo exige una poda. Como bien lo dice este evangelio, esa es muestra del amor de Dios, que purifica lo desfigurado para hacernos crecer adecuadamente.

Esa purificación es lo que tiene que pasar con esas imágenes que nos hacemos de Dios a nuestra propia semejanza, impidiendo que se nos muestre infinitamente nuevo y sorprendente, exigente y desafiante, para quedar no reducido a un mero concepto, sentimiento o referencia. ¿Quién quiere estar unido a un Dios así, que en vez de ser linfa vital queda reducido a una cosa para usar y dejar?

Para no desfigurar nuestra relación con Dios y perder la unión vital con Él debemos dejar que se nos muestre en la contundente paradoja de Cristo. Él, siendo el Hijo amado de Dios, no se sustrajo de la prueba y el dolor, sino que los asumió como expresión de su amor hasta el extremo, afrontó las mayores oscuridades del ser humano y de la historia y, clavándolas en sí mismo en la cruz, las venció por su unión con el Padre. Esta unión agonizada, combatida y defendida a todo coste es la que Cristo nos enseña a vivir unidos a él, como los sarmientos a la vid. Es decir, nos enseña a permanecer creyendo y creer amando. De esto se trata ser fieles, que es el sentido más alto de la perseverancia.

Aquella rama se desgajó de su tronco y se desgastaba en medio del camino; a su alrededor, sin embargo, se erguían jubilosas las ramas de muchas otras plantas en la primavera. ¿Qué nos enseña esto sobre nuestros propios desgastes? ¿Nos estamos desgajando acaso del árbol de la vida por no sostenernos en su gracia?