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Felipe Grimberg: «A Botero me costó quince años ganármelo»

Felipe Grimberg. Marchante. Es quien más obras ha vendido del maestro colombiano, cuatrocientas largas. Su historia, un proyecto de cuatro años, la publica ahora en un volumen

Felipe Grimberg. Marchante
Felipe Grimberg. Marchantelarazon

Es quien más obras ha vendido del maestro colombiano, cuatrocientas largas. Su historia, un proyecto de cuatro años, la publica ahora en un volumen

Con veinte años Felipe Grimberg empezó a vender obras de arte. Dedicó su vida a su «hobby». Lleva 28 en el negocio del arte, 15 viviendo en Miami y acude a unas diez ferias al año. Sabía lo que quería, que era llegar hasta Fernando Botero, «el artista colombiano vivo más exitoso», así le define, pero no le resultó tarea fácil. Ha empleado quince años en conseguir que el pintor de las mujeres y hombres orondos no recelara de él y le otorgara su confianza. Fue poco a poco, como un goteo. ¿Cuál era el método? «Le seguía por medio mundo, me acercaba al término de cada exposición a saludarle. Ahí acababa todo. Así, un año tras otro», explica. Hasta que se obró el milagro y vendió el primer trabajo del maestro, una escultura: «Me puso a prueba porque era una figura poco agradable, difícil, una mujer de pie. Yo me quedé apretando los dientes, pero sabía que no podía decir que no». Era la década de los noventa. A los pocos meses la vendió por 100.000 dólares. Era el primer paso dado. Fue la primera de más de cuatrocientas que ha vendido en todo el mundo.

«Yo no era un fan alocado, sino un trabajador que quería poder vender obra de aguien a quien admiraba. Me mostraba muy discreto, no asustaba al personaje. Después de verme en tantos lugares él me reconocía. ‘‘Gracias por venir’’, me decía, y yo siempre le contestaba lo mismo: ‘‘Quiero comprar obra suya’’», e invariablemente su respuesta era: ‘‘Yo le vendo a las galerías’’». Quince años después del primer contacto fue don Fernando quien invitó a Grimberg, e incluso le dio su teléfono. «Se empezó a fraguar nuestra amistad». La desconfianza devino en lo contrario «porque comprobó que lo que le decía era verídico, no le engañaba». Toda esa experiencia es la que ha decidido plasmar en «Selling Botero», un volumen que ha presentado días atrás con el propio artista y en el que cuenta su trayectoria, sus ventas y la relación entre ambos. Él se define como un «dealer» privado, un hombre que ha comprado a casas de subastas y galerías de medio planeta. Un intermediario para el que lograr la confianza del cliente es fundamental. El «Hombre Botero» le llaman. En tantos años las anécdotas son infinitas, como aquel día que en Pietrasanta, muy cerca de Pisa, en Italia, donde produce sus esculturas, se quedó sin carrete fotográfico (eran los noventa) después de muchos disparos con la cámara, «me dio un colapso. Casi no me atrevía a decir que de tanta foto ya no tenía rollo. Arranqué, se lo dije y el paró el coche y bajó a comprarlo», o aquel día que en la playa, con la familia en el mar, todos en bañador, «me salió del alma sincerarme con él y decirle que era para mí ‘‘el Picasso de hoy’’».

Como un pincel

En la distancia corta Botero es amable, afable, metódico, muy ordenado y limpio, un pintor que no es de los que necesita bata para no mancharse. Siempre va como un pincel. Su estudio de Nueva York, recuerda, es imponente, cien metros muy aseados llenos de luz. ¿Lo último que ha vendido de él? Un carboncillo sobre tela que es un bodegón a un coleccionista de México. «Somos 15 los galeristas y marchantes que compramos directamente». ¿Ha habido un ‘‘boom’’ de su obra? «Sus precios han subido gradualmente. Nunca ha llegado a un techo para desplomarse después. Está muy pendiente siempre de sus trabajos, aunque si a su edad y consolidado como está diera un pelotazo no me parecería mal», asegura.

Para Grimberg, el que quiere tener un Botero «sabe lo que desea de verdad y demuestra interés, no va a lo loco», comenta. No se arredra cuando le preguntamos por esa leyenda oscura que ha acompañado a algunos «dealers», «porque todo el mundo tiene sus cuentas, y yo, las mías, como las de cualquier negocio. Respiro y compro arte». Hay tiempos en que se las quitan de las manos y semanas que cuesta más vender. Por ellas han pasado Manolo Valdés, Basquiat, Warhol, Claudio Bravo...