Libros

Libros

Rafael Sánchez Saus: «En Al-Ándalus se practicaba la humillación del cristiano»

Rafael Sánchez Saus: «En Al-Ándalus se practicaba la humillación del cristiano»
Rafael Sánchez Saus: «En Al-Ándalus se practicaba la humillación del cristiano»larazon

Analiza el día a día de los cristianos de la Península bajo la dominación musulmana en su nuevo libro, «Al-Ándalus y la Cruz».

Catedrático de Historia Medieval ejerciente en Cádiz, pero antes que eso español desacomplejado, Rafael Sánchez Saus acaba de publicar «Al-Ándalus y la Cruz» (Stella Maris), un ensayo histórico en el que aborda la vida de los cristianos de la Península bajo la dominación musulmana desde una «perspectiva inusual» porque pretende «desmontar el mito construido alrededor de una conquista que no tuvo nada de multicultural». La actualidad, como no podía ser de otra manera, se entrevera en la conversación.

–¿Convivieron en armonía las tres culturas en Al-Ándalus?

–No. Hebreos y, sobre todo, cristianos sufrieron una discriminación que historiadores como Serafín Fanjul han equiparado al régimen del apartheid en Suráfrica. Se montó un sistema legal que buscaba la humillación de los no mahometanos, con medidas sin precedente histórico como la prohibición de no poder llevar armas. En la Edad Media, un hombre era libre en tanto que podía defender a su familia.

–Califica usted en su libro al de Al-Ándalus como un «régimen perverso».

–Así es. Las relaciones entre cristianos y musulmanes se regulaban mediante la «dimma», que convertía a los infieles en ciudadanos de segunda clase, igual que a las mujeres, cuyo testimonio valía la mitad de lo que valía el de un mahometano. Esto se reflejaba también en las leyes matrimoniales. Los cristianos no podían casarse con las musulmanas y si el matrimonio mixto era al revés, los hijos eran automáticamente musulmanes y los bienes de la esposa cristiana se los quedaba el marido.

–¿No suena muy parecido a la conquista demográfica de Europa que pregonan hoy los islamistas?

–Aunque el crecimiento poblacional se ha estancado algo en el mundo árabe en los últimos años, las comunidades musulmanas asentadas en países occidentales mantienen un índice de natalidad muy superior al de los nativos europeos. No hay más que darse un paseo por ciudades de Francia, Alemania o Bélgica para verlo.

–Entonces, ¿no es posible el multiculturalismo?

–No ha sido posible en ningún momento de la Historia. Al menos, no desde el punto de vista legendario que pretenden quienes defienden el mito de Al-Ándalus, que se construyó porque, a lo largo del siglo XX, tanto la derecha como la izquierda españolas, en distintos momentos, quisieron acercarse al mundo musulmán y sufrieron esa fascinación retroactiva por un movimiento que no fue otra cosa que invasión, conquista e imposición. Fue una guerra dura, fruto de la agresión del califato omeya de Damasco. Los musulmanes fueron una minoría guerrera que llegó a un territorio y arrasó mediante las armas la civilización preexistente –por ejemplo, no quisieron saber nada de San Isidoro–, sometiendo o forzando a la conversión a la mayoría de la población. Los usos y costumbres de la época, vamos.

–¿Por qué la intelectualidad europea propaga justamente lo contrario?

–Por pereza, por miedo a querer enfrentarse a un conflicto que puede tener consecuencias terribles. Es más cómodo cerrar los ojos. También nos confunde el vivir en un contexto de tolerancia que nos puede llevar a pensar erróneamente que el islam de hoy puede adaptarse a las normas del Occidente de tradición cristiana. Por ejemplo, en Ceuta y Melilla se han alcanzado unos niveles muy razonables de convivencia entre comunidades religiosas, pero nadie debe olvidar que se hace bajo una estructura social y jurídica occidental. Se puede construir una mezquita en Melilla pero no es tan fácil levantar una iglesia en Nador, que está a escasos kilómetros de la frontera.

–Y en España, nos encontramos con el mismo problema pero multiplicado.

–Desde luego, entiendo que por dos factores. El primero, debido al déficit de identificación de muchos españoles con nuestro propio país, que nos hace denostarlo casi por deporte. Vivimos en una nación consolidada a lo largo de la Historia que, además, goza del respaldo de un Estado fuerte pero si seguimos sacudiendo al Estado, en uno de estos embates nos quedaremos sin él. El otro factor entronca directamente con la leyenda negra que habla de unos españoles genéticamente intolerantes. Al contrario, yo afirmo que la escasa tolerancia con otras confesiones que se prodigó en España desde los Reyes Católicos fue el reflejo de siete siglos de dominación musulmana. Los españoles nunca habían gobernado sobre minorías religiosas y cuando les tocó hacerlo, copiaron el sistema empleado por quienes habían gobernado en esos territorios reconquistados.

–¿Deben tomarse en serio las reclamaciones islamistas sobre Al-Ándalus?

–Naturalmente que sí, como cualquier amenaza explícita. Otra cosa es conferirle un ápice de la legitimidad de la que carecen. Es comprensible que algunos musulmanes sientan que aquel Estado llamado Al-Ándalus forma parte de su patrimonio cultural, pero de ese periodo histórico no se puede deducir ningún derecho sobre la España actual. Sería absurdo, tanto que España reivindicase hoy como suya la Patagonia argentina. Pero esto no significa, cuidado, que debamos restar valor al legado Ándalusí en muchos aspectos, que fue brillante

–Pero, ¿no hay una base doctrinaria, no sólo histórica, en esta reivindicación?

–Eso redobla el problema, porque, en la ortodoxia islamista, toda tierra que alguna vez fue del islam, debe volver a él. Cuando se pinta Al-Ándalus como un ejemplo de tolerancia y buena vecindad, se está induciendo a pensar a muchos musulmanes que su obligación es devolver ese paraíso perdido al islam. Siempre repito que si algún día lo consiguieran, sería por culpa nuestra, no de ellos.

–En uno de los párrafos finales de «Al-Ándalus y la Cruz» afirma que «nunca más que ahora, la verdad, frente al mito, ha resultado tan necesaria». ¿Por qué?

–Retomo una idea de Serafín Fanjul en su libro «Al-Ándalus contra España». Los mitos pseudohistóricos han carcomido en Europa, pero con especial virulencia en España, la idea de nación occidental y cristiana. Pero con cristiana no me refiero a la profesión de una religión, sino a la evolución de unos valores que han permitido que la libertad religiosa se desarrolle en Occidente y no en otras regiones del mundo. Este modelo social, de inspiración cristiana, sustenta nuestro modo de vida. Cuando esta idea se pierda, otros implantarán las suyas y no lo harán de manera pacífica. De eso, justamente, trata mi libro.