
Tradición española
Multas de hasta 500 euros por esta costumbre española: muchos no saben que es ilegal
Esta medida ha abierto una grieta entre lo que la ley permite, y lo que la ciudadanía necesita

Durante décadas, ha sido una estampa habitual del verano en muchas ciudades y pueblos españoles. Vecinos que sacan sus sillas a la calle al caer la tarde para charlar, comer pipas y refrescarse en la puerta de casa.
Un acto tan común como inofensivo que ya casi forma parte de la tradición del país, especialmente en los barrios alejados del centro o en las zonas más rurales. Sin embargo, una reciente polémica ha puesto en el punto de mira esta costumbre, generando confusión entre la ciudadanía.
La normativa que ha levantado la polémica
El origen de esta controversia se encuentra en una ordenanza municipal vigente en Barcelona que regula el uso del espacio público. El texto legal contempla sanciones económicas para aquellas personas que ocupen la vía pública con mobiliario sin autorización previa.
Aunque esta norma no es nueva ya que está en vigor desde 2005, el debate ha resurgido tras la intención del Ayuntamiento de reforzar la convivencia ciudadana a través de una revisión del reglamento.
Las sanciones están pensadas para impedir ocupaciones permanentes, instalaciones que obstaculicen el paso o actos incívicos que afecten a la convivencia. Mientras no se impida el tránsito ni se cause perjuicio al vecindario, no hay razón para aplicar sanciones.
¿Cuándo se puede multar?
El reglamento sí contempla sanciones en casos de ocupaciones sin permiso o de mobiliario urbano sin autorización legal. Algunos ejemplos:
- Establecimientos o personas que ocupen continuamente espacio público sin licencia, con mesas o sillas fijas.
- Elementos que dificulten el paso persistente de peatones.
- Actividades que constituyan "acampada" sin permiso, sancionadas con hasta 500 euros.
Una costumbre en debate
La polémica ha encendido un debate más profundo sobre el modelo de ciudad que queremos.

Mientras algunos defienden que el civismo exige limitar el uso de la calle para actividades privadas, otros apelan al valor cultural y comunitario de estas costumbres, que lejos de suponer un problema, refuerzan los lazos vecinales y fomentan el contacto humano.
Una sanción no imposible
La ordenanza deja abierta la posibilidad de sancionar si se considera que existe una ocupación indebida del espacio público. Por tanto, aunque no es habitual, la multa podría llegar en casos concretos donde se impida el paso, se generen quejas reiteradas o se infrinjan otras normas de convivencia.
Lo cierto es que esta medida ha abierto una grieta entre lo que la ley permite, y lo que la ciudad necesita.
Mientras tanto, muchos vecinos seguirán saliendo con su silla al fresco cada noche. Porque al final, una silla en la calle puede ser mucho más que un simple mueble, puede ser el símbolo de una forma de vivir, de una comunidad que no quiere renunciar a compartir su verano a pie de acera.
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