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Un premio kamikaze

El Nacional de Teatro recae en el equipo de «inconscientes» que hace un año asumió el Pavón por su «valentía y excelencia de las diversas ramas de la escena»

De izquierda a derecha, Jordi Buxó, Miguel del Arco, Aitor Tejada e Israel Elejalde
De izquierda a derecha, Jordi Buxó, Miguel del Arco, Aitor Tejada e Israel Elejaldelarazon

El Nacional de Teatro recae en el equipo de «inconscientes» que hace un año asumió el Pavón por su «valentía y excelencia de las diversas ramas de la escena».

Cada uno celebra las cosas a su manera, como buenamente le parece: unos descorchan una botella, otros se tiran a una fuente, los hay que rompen platos –o lo primero que pillen– y a los kamikazes les ha dado por hacerlo con la tarta de zanahoria del Café Pavón, «la especialidad de la casa», apunta Miguel del Arco. Se enteraron de la noticia en la calle Embajadores de Madrid y salieron corriendo al bar de la esquina, que para eso son «amigos y hermanos», continúa. Allí, en el local que tienen a apenas 5 metros de la taquilla del teatro, festejaron la noticia que se confirmaba al mediodía: el Premio Nacional de Teatro de este año va para la familia de Kamikaze «por la puesta en marcha de un proyecto colectivo en el que se desarrollan con excelencia las diversas ramas de la creación escénica: dirección, dramaturgia, producción e interpretación», en palabras del jurado. «Por el trabajo en equipo», en las del dramaturgo.

Jordi Buxó, Israel Elejalde, Miguel del Arco y Aitor Tejada –cuatro «inconscientes», como se definen sin complejos– cogían en septiembre de 2016 un edificio –el Pavón– desierto tras la vuelta de la Compañía Nacional a su sede en la calle Comedias y lo hacían sin ninguna garantía económica. Sabían que su proyecto no era viable con las cuentas sobre la mesa, pero les dio igual. Estaban allí para enfangarse, hasta el cuello si era necesario, con lo que les gusta: el teatro. Nada más. Simple. Si tenían que subir a escena «Hamlet» a sabiendas que perderían dinero, lo hacían para ofrecer «calidad e ir creando un repertorio». Se lanzaron a una piscina que Del Arco todavía ve sin agua, pero en la que, por suerte, no han tocado fondo. Ni falta que hace. «Lo que pasa es que nosotros chapoteamos con lo que nos den. Con que tenga un poco de agua nos vale», bromea. Es la forma de encarar el proyecto, «la alegría», dice el director. «Sabíamos los problemas que nos íbamos a encontrar desde el principio, pero no dejan de ser más que eso, problemas. Así que podemos decir que todo este tiempo ha sido una cosa muy feliz», dice Del Arco.

Aun así, no han sido pocas las veces que en las ruedas hemos escuchado al kamikaze quejarse de una u otra cosa: subvenciones, IVA, problemas de licencia... Y nadie dice que no llevara razón. Del Arco no se calla, y eso siempre gusta desde este lado. «Las dificultades y la queja son las de siempre. Como dice el refrán, ‘‘quien no llora no mama’’. Vivimos en un país en el que es una necesidad reclamar para que las cosas vayan a mejor», apunta. Y en esas, a principio de verano les llegó una bajada del IVA que celebraron. Se iban quitando palos de las ruedas que les permitía coger un poco más de oxígeno. Mientras, sus fieles crecían y rejuvenecían un patio de butacas que se hacía mayor. ¿Vacaciones de verano? Para otros. El Pavón Teatro Kamikaze no cierra ni por esas. No se lo pueden permitir. Aunque, lejos de meter programación de relleno, ellos reponen «Antígona», del propio Miguel del Arco y con la Machi «castigada» sin descanso. Calidad. «Se lo debemos al público», comentan. Porque la familia kamikaze es eso: ir al límite sabiendo que el objetivo es darle «pienso del bueno» a los suyos, porque la gente se siente kamikaze. Es por todo ello que el jurado del Nacional también quiso destacar «la valentía y la adhesión de un público fiel que respalda este proyecto único en el panorama actual».

Todo a la taquilla

Fueron con la taquilla como único respaldo, sin ningún colchón público, y aquí siguen, sumando adeptos y, desde ayer, un premio que con sus 30.000 euros, «ayuda, pero no nos soluciona nada porque las cifras que manejamos como teatro son infinitamente superiores». Ahí está la mayor preocupación del cuarteto que lidera el Pavón: «Nos falta de todo. Pero lo fundamental es hacer sostenible el teatro. Poder apartarnos de la angustia económica y quedarnos solo con la artística, que esa siempre es creativa. Hay que salir de esa zozobra permanente de ver si podemos aguantar un mes más. Por lo demás, seguimos para delante. Dentro de nada, vamos a poner en funcionamiento un proyecto para que esta sea la casa de la nueva dramaturgia». La misma –y conciertos, y danza, y monólogos, y las fiestas del barrio...– que han unido en un año en las casi 40 producciones que han ido de «Idiota» a «Ensayo». Y lo que queda.