Casa Real

Don Juan: «Eso del recuerdo a Franco no estaba en el guión y ha sido una cabronada»

LA RAZÓN accede a las frases inéditas de Don Juan el día de la proclamación de su hijo, de la que fue testigo desde la residencia del marqués de Marianao en París

El Conde de Barcelona en la ceremonia en el Palacio de la Zarzuela donde cedió sus derechos dinásticos en favor de su hijo, el Rey Juan Carlos I.
El Conde de Barcelona en la ceremonia en el Palacio de la Zarzuela donde cedió sus derechos dinásticos en favor de su hijo, el Rey Juan Carlos I.larazon

Sábado, 12:30 de la mañana del 22 de noviembre de 1975. Una gran ovación acoge la llegada de los Príncipes de España y de los Infantes Don Felipe, Doña Elena y Doña Cristina, al Palacio de las Cortes. Un solemne Don Juan Carlos luce el uniforme de capitán general con el Toisón de Oro pendiendo del cuello; una elegante Doña Sofía ha elegido un traje largo fucsia de manga larga para asistir a su proclamación como Reyes de España, para escuchar, por fin, un sonoro «¡Viva el Rey!», por primera vez desde hace más de 43 años.

A unos 1.270 kilómetros de allí, en París, quien debía haber estado en ese mismo lugar según las reglas de la sucesión dinástica sigue la ceremonia frente a una de las televisiones de la residencia del marqués de Marianao: Don Juan de Borbón y Battenberg, su padre. El marqués, Salvador Samá Martí, es de esos acrisolados fieles al Conde de Barcelona, catalán heredero de una gran fortuna forjada en Cuba antes de la crisis de 1898 y nombrado Grande de España por la Reina María Cristina de Austria. Un incondicional de la Corona que, como el duque de Sesto en el «exilio» de Alfonso XII, no tiene reparo en donar sus bienes a la causa: sonoro es el rumor de las facturas que se acumulaban en el restaurante Maxim’s de París para convidar a Don Juan.

«¡Qué bien le sienta a Juanito el uniforme!», «Qué bien desfila!», comentan. Por la ventana se percibe la quietud en los alrededores del idílico barrio del bulevar Malesherbes de la capital francesa, que contrasta con el bullicio que generan los ciudadanos españoles, que han reservado el día a Don Juan Carlos, para ser testigos del momento histórico que tendría lugar entre la calle Zorrilla y la Carrera de San Jerónimo. Don Juan, acompañado por su mujer, la princesa María de las Mercedes de Borbón y Orleans, y un matrimonio cuyo hijo es quien ha informado a este periódico, se debate en un duelo de sentimientos encontrados: por un lado el orgullo de ver a su hijo convirtiéndose en el máximo representante de los españoles, y por otro, el coraje de sentir cómo a él se le niega la posibilidad de serlo para siempre. «En nombre de las Cortes españolas y del Consejo del Reino manifestamos a la nación española que queda proclamado Rey de España Don Juan Carlos I de Borbón y Borbón», dice Alejandro Rodríguez de Valcárcel, como presidente del Consejo de Regencia. «Señores procuradores, señores consejeros, desde la emoción en el recuerdo a Franco, “¡Viva el Rey!” “Viva España!”». Pero el Conde de Barcelona no escucha cómo el Congreso entero se levanta para aplaudir a su hijo, que en breves instantes saldrá como Rey por la puerta que ha entrado siendo Príncipe. «¡Eso de la emoción en el recuerdo a Franco no estaba en el guión! Nos han hecho una cabronada!», se lleva las manos a la cabeza.

Valcárcel fue el último cargo oficial que saludó a Franco con el saludo falangista. Para él la legitimidad estaba sustentada en el Caudillo y no en la dinastía de los Borbones. Pertenecía a una de las ramas en las que estaba dividida el Congreso: los que aceptaban la Corona siempre y cuando fuera continuista con el legado de Franco, y los que pujaban por un claro viraje hacia la democracia.

Para Don Juan, el entierro de Franco en el Palacio de Oriente, paradójicamente, aquel mismo día, significaba precisamente eso: su entierro. El Conde de Barcelona siente que el futuro de la Corona a la que él aún no ha renunciado queda manchada con aquella frase, que vinculará para la posteridad el comienzo de una nueva Monarquía con la dictadura de su principal adversario.

Don Juan vuelve a sentarse, su hijo ha comenzado a hablar. Han sido muchos años de distanciamiento, concretamente desde 1969, desde que el general lo nombrara oficialmente sucesor a la Corona, saltándose la línea dinástica, saltándoselo a él –Don Juan no renunció a sus derechos dinásticos hasta 1977, dos años después de su proclamación, lo que implicó que no se le considerara Rey según la tradición borbónica–.

Don Juan Carlos lee sus cuatro minutos de discurso. «Con respeto y gratitud» recuerda la figura de quien asumió «la gobernación del Estado», «un jalón del acontecer español», pero también hace referencia a su padre, quien comulga con ese sistema liberal y democrático que buscará la Transición, buscando así un mensaje conciliador para ambos bandos y reivindicando la sangre a la que pertenece. «Se abre una nueva etapa», dice, sentando las bases de su Monarquía, el nuevo Rey, que tendrán como objetivo «la concordia» y el «consenso nacional». Don Juan Carlos se presenta así como el Jefe de Estado de todos los españoles. Según explica esta fuente, Don Juan tenía entendido que la frase de Valcárcel no se iba a producir en esos términos, de manera que prevaleciera la sucesión dinástica en la instauración de la Monarquía.