José María Marco

Perfil / Artur Mas: La alucinación nacionalista

Perfil de Artur Mas

Artur Mas
Artur Maslarazon

Joaquín Costa, el nacionalista español, impulsor de los nacionalismos en nuestro país, dijo en un momento de desesperación que, al final, siempre se tropieza con la política. Pase lo que pase a partir de aquí, Artur Mas, como le ocurrió a Costa, siempre tendrá garantizado un puesto en el panteón de los nacionalistas españoles, en el columbario dedicado a los catalanes. Como Macià, como Companys, Mas acaba de entrar en la historia como el mártir que se sacrificó en el altar de la nación catalana. Y como el legado de Macià y de Companys, también el suyo es ambiguo. Servirá para la leyenda, pero no tanto para la realidad. Y las naciones, piensen lo que piensen los nacionalistas y los teóricos del nacionalismo, no se hacen solamente con la estofa de los sueños, las ilusiones, las leyendas y la manipulación.

El último movimiento de Mas, el que le llevaría a su repudio por sus soñados socios de la CUP, empezó como una apuesta realista. La crisis había llevado a España –sea lo que sea eso– al borde de la quiebra. El partido gobernante en Madrid, el PP, era el responsable del recorte que el Tribunal Constitucional había infligido al nuevo Estatuto. Se había presentado la ocasión ideal para intentar lo que el nacionalismo catalán difería hasta las calendas griegas: la independencia de la nación y la formalización de un Estado propio.

Probablemente, Mas no estaba destinado a un porvenir tan glorioso. Parecía el heredero provisional del clan Pujol, a la espera de que el más listo de la familia estuviera en condiciones de continuar la saga. La crisis económica y la posición del PP le dieron la ocasión de reivindicarse. No le debió de resultar difícil convencerse a sí mismo que estaba en condiciones de ejercer de Moisés catalán. Educado en buenos colegios, políglota, de buena apariencia, era –y es– la perfecta representación de lo que el nacionalismo catalán cree que es Cataluña: la Alemania del sur de Europa, una sociedad laboriosa, moderna, racional... a años luz de esos casi cafres parásitos que somos los españoles. Mas era la versión civilizada, segura de sí misma, de Macià y Companys, personajes demasiado atrabiliarios y pintorescos. Nada de caudillismos ni de teatralidades. Un mesías institucional, con apariencia de consejero delegado de unos grandes almacenes.

Al mesías recién estrenado se le cruzaron dos grandes obstáculos, que al parecer no había previsto. Uno vino de la política exterior, es decir del Gobierno español, que sacó al país de la crisis, evitó la escenificación de un nuevo desastre noventayochista como el que tantos, como Mas, andaban soñando, y plantó cara al nacionalismo catalán sin concederle la beligerancia ni el privilegio del victimismo. Para más ignominia, aprovechó el prestigio de España para acabar con la reputación que el nacionalismo catalán ha gozado en el resto del mundo. Con Mas, tan hinchado de globalización, habrá llegado el descrédito exterior de este, entendido ahora como lo que es, un populismo identitario regresivo y desestabilizador, en particular para la Unión Europea. El otro gran obstáculo vino de la política interior catalana. Las elecciones de 2012 señalaron los límites de la nacionalización de Cataluña, límites que no se habían movido hasta entonces ni se han movido desde ahí. En teoría, la crisis proporcionaba una buena ocasión para la proyecto ilusionante de Mas. En realidad, las cosas eran más complicadas. La herencia del nacionalismo conservador estaba demasiado podrida, como quedó demostrado con la confesión de Jordi Pujol. Aunque eso no distrae a los fieles, quedó claro que el ideal modelo de modernidad era un paraíso fiscal, al servicio de una oligarquía familiar. Cataluña demostraba una vez más su condición de sociedad mediterránea pura, y la imagen de Kennedy que quiso encarnar Mas se empezó a parecer demasiado a del padre, Joseph, en este caso Jordi. Esto, por otra parte, no le simplificó las cosas con sus nuevos aliados: las famosas CUP, de las que Mas había acabado dependiendo. El paraíso fiscal es un plato demasiado duro de tragar para quienes van preconizando una Cataluña comunista. Así que Mas, que alucinó hasta el punto de estar dispuesto a vender su país a un grupo de marginales, se encontró con que el sueño había terminado.