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Rato: el increíble hombre milagro

La Razón
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Rodrigo Rato llegó a lo más alto que se puede llegar en política, a jefe de Estado, que es la consideración protocolaria del director gerente del Fondo Monetario Internacional, para después ir cayendo a un pozo sin fondo en varias etapas. En los inicios de la democracia su padre, Ramón Rato, comentó a Adolfo Suárez que su hijo Rodrigo, entonces joven licenciado de Derecho, llegaría a ser también presidente del Gobierno. Le faltó poco, apenas una indecisión del propio protagonista. Curiosamente, Suárez, en 2002, fue el primero en descartarle para el cargo, apostaba por Mayor Oreja. Rato rechazó por dos veces la propuesta de sucesión que le brindó Aznar. No hubo una tercera, el elegido fue Mariano Rajoy.

A Rato se le vincula con el milagro económico español que comienza con la llegada al poder del PP en 1996 y que se prolonga hasta bien entrado el siglo XXI. Rodrigo Rato, master por la Universidad de Berkeley y doctor en Economía, cuando ya ejercía como gobernante, se convirtió en el icono del relanzamiento económico de España tras la corta pero profunda crisis productiva del último mandato de Felipe González. Aquella crisis dejó las arcas de la Seguridad Social con telarañas, hubo de solicitar créditos de urgencia para abonar pensiones, con un paro del 24%. Fue la crisis de las reiteradas devaluaciones de la peseta: «Se acabó la Expo, se acabó la fiesta». Sobre ese andamiaje Rodrigo Rato, como vicepresidente económico del Gobierno y titular del Departamento de Hacienda, edificó su aura de eficiencia y el «milagro económico español». El proceso de construcción del euro estaba ya en marcha y muchos países pretendían que España parara el reloj de su incorporación por sus dificultades económicas. Se le pedía a Madrid que esperara en el andén la llegada de otro tren para unirse al euro, España no podía quedar otra vez descolgada de un proceso europeo.

Rato impulsó decididamente la privatización de empresas públicas que había iniciado el anterior Gobierno socialista. Se avanzó en la liberalización económica, se cuadraron las cuentas del Estado y, por primera y última vez, se logró un sistema de financiación autonómica por consenso. Las empresas españolas dejaron de tener miedo al exterior, se frenó la inflación y, a pesar de las huelgas de rigor, las relaciones con los agentes sociales fueron fluidas. Se comenzó a crear empleo, cada vez con más vigor, hasta el punto de que España, país tradicionalmente de emigrantes, vio el comienzo de la llegada de cientos de miles de trabajadores extranjeros, muchos de ellos a la selva de grúas y andamios de la incipiente burbuja inmobiliaria.

En 2004, Rodrigo Rato logró el acta de diputado por Madrid pero dimitió a los pocos meses. El 7 de junio, con el apoyo del presidente socialista Rodríguez Zapatero, fue designado director gerente del Fondo Monetario Internacional. Nunca en la historia de la economía un español había llegado a un nivel tan alto, a esa cima, es la responsabilidad más elevada de la arquitectura financiera internacional surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Su paso por el FMI no fue un camino de rosas. Había comenzado la guerra soterrada que aún pervive entre las antiguas potencias económicas occidentales y los nuevos países emergentes como China, Rusia, India, Brasil..., más dinámicos y con reclamaciones de una mejor distribución del poder. Rato heredó aquella guerra de guerrillas y ni sus antecesores ni él, ni su equipo fueron conscientes de que la gran recesión estaba a punto de estallar. ¿O quizá él si? Rato no ha aclarado nunca, suficientemente, las razones que le llevaron a dimitir de su cargo del FMI, sorpresivamente, en octubre de 2007. Arguyó razones personales.

Después de abandonar Washington y dejar al Gobierno de Zapatero y a su propio partido pasmados, decidió aprovechar sus conocimientos y contactos para dedicarse al mundo de las finanzas. En enero de 2008 entró en el Consejo Asesor Internacional del Banco Santander y un mes después fue nombrado director internacional del banco estadounidense Lázard. Uno de las bancos de inversión más activos, especialista en fusiones, asesoramiento y operaciones corporativas. Ahora se investigan los 6 millones de euros cobrados en su despido. Le dio tiempo para ser consejero externo de Criteria, el holding industrial de La Caixa, hasta que después de un intenso enfrentamiento en el PP Rodrigo Rato accede en 2010 a la presidencia de Caja Madrid, una de las entidades más grandes del país pero que cuenta ya con plomo en las alas por la gestión de su antecesor, Miguel Blesa.

Con su entrada en Caja Madrid, la biografía de Rato se acelera. Primero con un proceso de fusión fallido con el otro gigante de las cajas de ahorro, la Caixa. El reparto del poder personal y territorial agostan el proyecto en los primeros compases. La crisis financiera arrecia al igual que la morosidad, consecuencia de la alegría del crédito de años anteriores y del incremento del paro. Con la aquiescencia del Banco de España, Rato se lanza a la creación de Bankia con la fusión de siete cajas de ahorro especialmente con la valenciana Bancaja, también en la órbita del PP. Pero el problema sigue siendo la crisis y la falta de capital. Ya se había puesto en marcha años antes el experimento de las preferentes, pero ese camino estaba agotado, los preferentistas reclamaban el pago de sus intereses y la devolución de sus dineros cuando los beneficios ya menguaban. Se decidió acudir a bolsa con el apoyo de la vicepresidenta Elena Salgado y del gobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordoñez. Rato toca la campana en el parqué pero sólo ha ganado tiempo. Todo se derrumba en 2012. El auditor no firma las cuentas, Bruselas presiona y el Gobierno de Mariano Rajoy teme que Bankia termine arrastrando a España por el precipicio del rescate como antes ocurrió con Irlanda, Grecia y Portugal. Rato debe dimitir y su cabeza la presenta el ministro Luis de Guindos envuelta con la nacionalización de BFA, la matriz de Bankia. y un rescate europeo para el sistema financiero español de 40.000 millones de euros, la mitad para tapar el agujero de Bankia. Es el inicio del calvario judicial de Rodrigo Rato y su descenso a los infiernos procesales. La Audiencia comienza a investigar las cuentas de Bankia y su salida a bolsa por presunta estafa. En octubre de 2014 estalla el escándalo más mediático: el de las «tarjetas black». A Rato le imputan por apropiación indebida y delitos societarios. La mayoría de los consejeros de Caja Madrid y después de Bankia cargaron a estas tarjetas, se supone que de representación, cientos de miles de euros de gastos personales que nunca declararon. Incluso, Rato, la cena de despedida como presidente de Bankia la pagó con su «tarjeta black».

Rato se asoma ahora a una sima judicial en la que no se aprecia el fondo. Es negro como el dinero blanqueado y los territorios opacos. Rato rechaza las acusaciones, afirma que no tiene sociedades en paraísos fiscales y que colaborará con la justicia. La Agencia Tributaria le ha investigado durante más de un año y sospecha que ha cometido fraude, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes con su intrincada red patrimonial y sociedades en Gibraltar, cerca de donde comenzó su carrera pública como diputado por Cádiz, hace 33 años.