Política

Accidente de Germanwings

La meticulosa tarea de identificar los cadáveres del A320

Los restos humanos llegan con cuentagotas al centro avanzado que la Gendarmería francesa ha montado en Seyne-les-Alpes, donde son tratados con quirúrgica meticulosidad para identificar a las 150 víctimas del siniestro aéreo del pasado martes.

“Es un trabajo de relojero”, describe un responsable francés de identificación criminal. Todo se hace con escrupulosa precisión, desde la recogida de las muestras en la montaña hasta su tratamiento y atribución.

Será una labor de semanas: hasta que no se complete, los cadáveres permanecerán en custodia en Seyne y solo cuando se acabe el trabajo se repatriarán para entregárselos a sus familiares.

Los helicópteros siguen llegando de forma incesante a la montaña donde el pasado martes se estrelló el vuelo de Germanwings que cubría la línea entre Barcelona y Düsseldorf.

Llevan investigadores, por un lado, y forenses por el otro, en total unas 40 personas permanentemente en el terreno. Son trabajos diferentes y tratan de no mezclarlos.

Los primeros buscan indicios que sirvan para aclarar los motivos de la catástrofe, con especial atención a la segunda “caja negra”, aún no localizada.

Los forenses se centran solo en localizar restos humanos, recuperarlos y llevarlos al centro avanzado para su identificación.

La zona del accidente está siendo tratada como “la escena de un crimen”, según el portavoz del Ministerio del Interior, Pierre-Henri Brandet, aunque otros responsables lo comparan con una “excavación arqueológica”.

El terreno ha sido cuadriculado de forma cartesiana para ir explorando cada centímetro. Primero se recuperan los restos más lejanos al epicentro del impacto y se va cerrando el círculo.

El terreno es una “zona cero”, según un gendarme que lo ha visitado varias veces. “Impresiona, todavía se desprenden hilos de humo y persiste el olor a quemado del queroseno”, agrega.

La zona de trabajo prioritaria es una especie de triángulo con el punto de impacto en el vértice inferior y unos 250 metros de largo por algo más de cien en su punto más ancho, lo que lo convierte en una vasta zona de trabajo en condiciones difíciles.

Cada equipo lo forman un gendarme de montaña para facilitar el trabajo y un socorrista. El segundo sostiene al primero con una cuerda mientras el gendarme recoge los restos. “Uno depende del otro. Es casi montañismo”, sostiene el investigador.

Así se ha creado todo un sistema de cordaje y arneses que tiene su último extremo atado a un helicóptero.

El terreno es duro, pero el impacto fue de tanta violencia que algunos de los restos están enterrados.

Las bolsas amarillas que contienen los restos de las víctimas son trasladadas por los helicópteros a un punto intermedio de la montaña desde el que, en furgonetas, llegan al centro de identificación levantado por la Gendarmería con material procedente de su Brigada Criminal, que tiene su sede en el este de París.

Allí comienza la tarea de identificación, para la que los agentes franceses cuentan con el apoyo de colegas españoles y alemanes.

Ningún resto es atribuido a una víctima si no se tiene la certeza de que le pertenece. “No sirve que haya sido encontrado al lado de un carné de identidad o de un collar, tenemos que tener pruebas científicas”, afirma un responsable.

Solo hay tres comprobaciones que se consideran infalibles: el ADN, las huellas dactilares y las odontológicas.

Los restos van pasando por diferentes mesas para su estudio por los forenses. En ese punto, es clave el contacto directo con el equipo “ante mortem” situado en París y que es donde están centralizadas las pruebas de ADN, dactilares y odontológicas de las víctimas.

Se cruzan datos en una comunicación constante. En París, también hay agentes españoles y alemanes.

La mayor parte de los cuerpos se recuperarán incompletos y hay un riesgo “muy alto”, según un investigador, de que de algunos no se encuentre nada. Luis Miguel Pascual/EFE