Desastre meteorológico

Trump se pone en primera línea al frente de «Harvey»

El presidente de EE UU acude a la zona de Texas, devastada por el huracán, que deja ya 16 muertos y 20.000 millones en pérdidas

Donald Trump muestra una bandera de Texas después de hablar con sus seguidores, ayer, en una de las zonas afectadas por el huracán
Donald Trump muestra una bandera de Texas después de hablar con sus seguidores, ayer, en una de las zonas afectadas por el huracánlarazon

El presidente de EE UU acude a la zona de Texas, devastada por el huracán, que deja ya 16 muertos y 20.000 millones en pérdidas.

Dieciséis muertos. Pérdidas económicas de miles de millones de dólares. Cientos de carreteras cortadas. Los servicios de emergencias desbordados, con más de 3.500 rescates sólo en Houston. «Harvey», la mayor tormenta en EE UU desde «Wilma» en 2004, recuerda ya en su devastación, en las cifras bestiales y las imágenes devastadas, la apocalíptica panorámica de otro huracán terrible, «Katrina». Claro que afortunadamente quedan lejos los 1.833 muertos atribuidos a la tormenta que arrasó Nueva Orleans, pero igual que entonces hablamos de un inmenso territorio sumergido bajo las aguas (sólo Houston ya ha recibido más agua en dos días que en todo un año) y de cientos de miles de personas atrapadas en sus casas, con los ríos en cuarto creciente y los diques a punto de saltar por los aires.

En pueblos como Rockport, donde la orden de evacuación era obligatoria, el alcalde pidió a quienes no abandonaron sus casas que escribieran en sus brazos, con rotulador permanente, el nombre y el número de la seguridad social. Al menos así facilitarían la siempre costosa tarea de identificar los cuerpos. «Estamos ante uno de los mayores desastres naturales jamás sufridos por esta nación», explicó en conferencia de prensa el gobernador de Texas, para añadir sombrío que «tendremos que acostumbrarnos a una nueva normalidad en toda la región». Y cuidado, porque con el ojo de «Harvey» situado otra vez en el Golfo de México la tormenta volvía a rearmarse. Aunque ya no recuperará la condición de huracán (llegó a serlo, y de categoría 4 para un máximo de 5), se espera que vuelva a tomar tierra, esta vez entre Texas y Louisiana, mientras continúa descargando ingentes cantidades de agua. Y ésa ha sido su cualidad más devastadora: las brutales precipitaciones, unidas a la lentitud con la que avanza el frente, han propiciado unas inundaciones de récord. Tan bestiales que sitúan a «Harvey» junto a huracanes texanos del calibre de «Beulah» (1906), «Galveston» (1900 y 1915) y «Carla» (1961).

Entretanto, el presidente Donald Trump viajó a la localidad de Corpus Christie, a 30 millas del epicentro del desastre, para supervisar personalmente las tareas de rescate y los planes de reconstrucción. «Es un auténtico equipo», comentó Trump, refiriéndose a todos los efectivos implicados en las tareas de ayuda, «y queremos que dentro de cinco o diez años la gente mire hacia atrás y piense, así es como se hace».

Con el gesto serio, siguiendo al detalle el guión prefijado, Trump trataba en vano de eclipsar la imagen del día: una Melania Trump a punto de embarcar en el avión que los llevaba a Texas, vestida con gafas de aviador y cazadora bomber... y subida a unos tacones de aguja de diez centímetros. Tampoco le benefician sus comentarios despectivos respecto al cambio climático y el apagón de fondos decretado para las investigaciones científicas al respecto; incluidas aquellas que estudian su hipotética relación con fenómenos atmosféricos como «Harvey». Eso sí, nadie podrá discutirle el empeño por escapar a la siniestra sombra que todavía proyecta la gestión del «Katrina» a manos de George W. Bush. Pocas veces se le ha visto tan implicado, tan decidido a asegurarse de que nadie lo acuse de falta de empatía o negligencia. «Ya nos felicitaremos cuando esto acabe», remató, consciente de que los ojos de la nación siguen al milímetro cada uno de sus gestos, cada palabra y cada orden.

Entretanto, los responsables del FEMA, la Agencia Federal de Emergencias, insistían en que las imágenes que veíamos del centro de convenciones de Houston, donde se agolpaban más de 9.000 personas (cuando estaba diseñado para recibir no más de 5.000), nada tenían que ver con las del Superdome, en Nueva Orleans, cuando la ciudad, incapaz de alojar a más refugiados, acabó por crear involuntariamente un escenario de auténtica pesadilla. Ninguna relación, insistía enfático el director del FEMA, Brock Long, al tiempo que las redes sociales comenzaba a filtrar rumores de pillajes y condiciones poco salubres. Y eso que, con las predicciones igual de oscuras que en días precedentes, lo peor todavía podría estar por llegar. Falta, por ejemplo, poder ir casa a casa, coche a coche, buscando desaparecidos. Realojar a cientos de miles de personas. Reconstruir unas infraestructuras devastadas. Reanimar, en definitiva, una costa borrada por las olas y el viento.