Tenis

Tenis

Santana y su día de lluvía en Wimbledon

Como campeón en 1966, el tenista español inauguró la siguiente edición, ante 16.000 personas. Había convertido el tenis en un deporte popular y era un heróe... Ningún vencedor había caído en primera ronda el año después de ganar

Manolo Santana y Charlie Pasarell en el partido que abrió el torneo de Wimbledon de 1967
Manolo Santana y Charlie Pasarell en el partido que abrió el torneo de Wimbledon de 1967larazon

Como campeón en 1966, el tenista español inauguró la siguiente edición, ante 16.000 personas. Había convertido el tenis en un deporte popular y era un heróe... Ningún vencedor había caído en primera ronda el año después de ganar.

La lluvia tiene buena imagen en el cine. Siempre se asocia a una dulce melancolía, una tristeza que te hace sentir bien. Pero digámoslo ya: la lluvia solo molesta. Y lo mejor que podemos hacer es olvidar esas tardes y centrarnos en las soleadas. «Me duele la memoria», ha contado Manolo Santana cuando le han preguntado por esos días de final de junio del verano de 1967, cuando tanto llovió en Inglaterra. Ganador del Roland Garros y del Abierto de Estados Unidos, líder de la España que había perdido la mítica final de la Davis en 1965, la memoria de Santana únicamente puede ser de gloria y satisfacción. Fue el pionero, quien hizo del tenis un deporte de masas, quizá el principal responsable de que el tenis español sea como es ahora. En 1966, además, había ganado Wimbledon, el tenis de hierba, esa superficie que tanto odiábamos aquí.

La tele había cubierto el partido y aunque todo era más pequeño y con menos ruido que ahora el tenista se convirtió inmediatamente en un ídolo. Hijo de un republicano que perdió la guerra y que fue encarcelado, Santana llegó a jugar al tenis con Franco.

La memoria de España de los años sesenta puede o no ser de rosas y hippies. Pero seguro que en esos recuerdos sentimentales hay una raqueta.

Sin embargo, había llovido mucho esa última semana de junio de 1967, cuando empezaba otra vez Wimbledon. Abría el torneo, en la pista central, Manolo Santana, como ganador del año anterior, todo un honor para él y para el deporte español. Era, de nuevo, junto a Roy Emerson, el favorito para ganarlo pese a que la temporada había sido más discreta que otras veces. La hierba estaba más rápida que nunca, por la lluvia y porque todavía no se había disputado ningún partido. Con el paso de los días, las pisadas, el bote de la pelota o el calor van desgastando la superficie y obligan a que se cambie la manera de jugar. Pero ese día, no. Todo era inmaculado, blanco, como manda la tradición en el clásico torneo inglés. Como había ganado Santana un año antes, con el escudo del Real Madrid en el pecho.

Un año después, quizá Manolo Santana no llegó a las pistas de Wimbledon en metro, cargando con sus bolsas, como sí había hecho cuando ganó el torneo. Quizá ese día había cambiado sus costumbres o no se encontraba en su mejor momento o le sorprendió la velocidad de la bola. O pensaba que iba a seguir lloviendo y no se iba a jugar finalmente el partido. Porque el cielo estaba gris, tres de las quince pistas de Wimbledon no pudieron utilizarse por el chaparrón y el choque tuvo que interrumpirse durante diez minutos, cuando se puso a llover.

Puede que todo eso le afectase. O puede que el rival fuese mejor y lo demás sean excusas históricas, un modo filtrado de mirar el pasado. Cuando al puertorriqueño Charlie Pasarell le preguntan por sus mejores partidos, no duda: «Tengo en la memoria muchos triunfos que conseguí en mi carrera como cuando le gané a Manolo Santana, que estaba defendiendo el título en Wimbledon y le gané en primera ronda». 8-10, 3-6, 6-2 y 6-8 ante las 16.000 personas y la duquesa de Kent. Santana, que había logrado éxitos inauditos para el deporte español, sufría un hecho inédito: nunca el campeón había perdido en el primer partido del siguiente año.

Los héroes también pueden caer, pero es recomendable no hacer hincapié en ello, dejarlo pasar, que no se note en exceso que son tan humanos como los televidentes. Lo mejor era verlo hasta como una buena noticia. España tenía que jugar con Rusia la final europea de la Copa Davis y Manolo Santana iba a llegar descansado. Es 1967, los rusos son los soviéticos. No hay mucho más que explicar.

El verano había empezado en Wimbledon lluvioso en junio, pero continuaba en julio, en la soleada Barcelona, donde se disputó esa eliminatoria. Santana volvió a ser fundamental. Porque es un héroe.