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¿Protagonizaron el príncipe Napoleón y la infanta Pilar un romance de leyenda?

Prácticamente no se vieron desde que eran unos niños, pero parece que la atracción entre ambos era mutua. Lástima que se llevasen el secreto con ellos

Napoleón Eugenio Luis Bonaparte y María del Pilar Berenguela
Napoleón Eugenio Luis Bonaparte y María del Pilar Berenguelalarazon

Prácticamente no se vieron desde que eran unos niños, pero parece que la atracción entre ambos era mutua. Lástima que se llevasen el secreto con ellos

La infanta María del Pilar Berenguela (1861-1879) era la hija más hermosa de la reina Isabel II, y también la más desconocida de todas. De su singular belleza daban fe quienes pudieron admirarla de cerca; entre ellos, el mismísimo príncipe imperial Napoleón Eugenio Luis Bonaparte, hijo único de Napoleón III y de Eugenia de Montijo.

Tampoco escapó a sus encantos el archiduque Rodolfo de Habsburgo, príncipe heredero del Imperio austrohúngaro y único hijo varón del emperador Francisco José y de la emperatriz Isabel, llamada cariñosamente Sissi en familia, de quien ya nos ocupamos en un anterior enigma sobre la tragedia de Mayerling. La infanta María del Pilar era un ángel tierno, solícito y afable que seducía a propios y extraños por la dulzura del semblante y su mirada azul resplandeciente, como un cielo en miniatura. Y como tal, protagonizó una tragedia romántica, con mezcla de realidad y fantasía. El propio Alfonso XII, partidario de casar a su hermana con el hijo de Napoleón III, contribuyó a extender la leyenda.

- Lanzas zulúes

Circuló entonces una idílica historia, según la cual la infanta murió de una gran pena de amor tras enterarse de que el príncipe Napoleón Luis falleció en el campo de batalla acribillado por las lanzas de los feroces guerreros zulúes, en África del Sur, mientras combatía con el Ejército británico, pues los príncipes desterrados como él no podían alistarse en los ejércitos de Francia. No en vano, al derrumbarse el Segundo Imperio francés y proclamarse la Tercera República, debió exiliarse primero a Bélgica y luego a Gran Bretaña, donde falleció su padre en 1873. Algunos seguidores proclamaron entonces al joven Napoleón Luis como Napoleón IV. Llegó a barajarse incluso su candidatura a la mano de la princesa Beatriz, hija de la reina Victoria de Inglaterra y futura madre de Victoria Eugenia de Battenberg.

Tras la emboscada tendida por los bravos zulúes, el cadáver del infortunado príncipe fue abierto en canal, según la costumbre de aquella tribu para liberar el espíritu de los fallecidos.

La infanta Paz anotó en su diario personal la horrible muerte 20 días después, el viernes 20 de junio de 1879: «Acabamos de recibir una noticia espantosa: el príncipe Napoleón ha sido matado en Zululand. Hacía pocos días había tomado con 22 compañeros un fuerte al enemigo, y alabaron mucho su valentía. Ha caído en una emboscada. Sus compañeros lo notaron demasiado tarde. Se encontró su cadáver desnudo, cubierto de heridas. ¡Pobre madre [Eugenia de Montijo], que le dedicó toda su vida y soñaba un trono para él!».

- La violeta rota

Llegó a decirse que el día de su muerte, el 1 de junio de 1879, una violeta, que era la flor de los Bonaparte, se le cayó a Pilar de su libro de oraciones y que el tallo se rompió. Cuando, semanas después, se enteró de la muerte del príncipe imperial, Pilar languideció y murió. La emperatriz Eugenia envió una guirnalda de violetas de la tumba de su hijo para que fuera depositada en la de ella.

Las violetas simbolizaban a los Bonaparte, como decimos, porque cuando Napoleón cortejaba a Eugenia de Montijo le preguntó cuál era su flor favorita. Ella respondió con toda modestia que la violeta. De modo que en la función de gala de la Grande Ópera, con motivo de la boda de los emperadores, todo el salón se adornó con violetas.

Pero por muy romántica que fuese la muerte, como la propia Pilar, resultaba bastante improbable, pues la infanta apenas conocía al príncipe imperial, a quien casi no veía desde la infancia, cuando la llevaban con sus hermanas a jugar con él en las Tullerías.

¿Se trató entonces de un amor platónico? El diario de la infanta Paz despeja ahora en parte esa incertidumbre: «¡Cuántos castillos en el aire hacíamos juntas! El hijo de Napoleón III era el personaje principal. Desde que volvimos a España [Pilar] estaba deseando que Alfonso lo convidase. Rezaba siempre por él, cuando se fue a la guerra contra los zulúes».

Pero a juzgar por la carta de Isabel II a la propia Pilar, fechada en París el 26 de abril del mismo año 1879, el príncipe Napoleón Luis anhelaba ver a Pilar en Madrid, señal inequívoca de que existía también cierta atracción por parte de él: «Sé que el príncipe imperial –aseguraba la reina a la infanta–, de vuelta de su expedición, si Alfonso le convida, irá a Madrid, pues lo desea mucho, y yo me alegraré infinito de ello». Sea como fuere, ambos se llevaron su secreto a la tumba.

A mediados de julio de 1879, la infanta Pilar viajó con sus hermanas menores Paz y Eulalia al balneario guipuzcoano de Escoriaza. Pilar se sintió ya muy cansada; su pálido semblante reflejaba su estado. Llegadas a Escoriaza, Pilar compartió con su inseparable Paz una pequeña habitación comunicada con el balneario. Asomadas al balcón, las jóvenes infantas contemplaron el domingo 23 de julio el baile del zorcico con el tamboril y el pito. Un grupo de muchachos, tocados con boinas rojas o azules danzaron alegremente bajo el mirador. Nada hacía presagiar el fatal desenlace, hasta que el 3 de agosto, extenuada por la meningitis tuberculosa que la asediaba, Pilar no tuvo más remedio que guardar ya cama. Aquella misma noche, mientras leía «Graziella», de Lamartine, sufrió una crisis repentina de convulsiones y trismo, con pérdida de conciencia. Fueron 36 horas agónicas, hasta su fallecimiento tan sólo dos días después.

@JMZavalaOficial