Cataluña

LA SEQUÍA Y LOS TRACTORES

La Razón
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España ha sido hasta hace dos días un país eminentemente labriego y agricultor, de ahí que exista ese miedo atávico a los periodos de sequía. Nunca llueve a gusto de todos, ciertamente, aunque la realidad apenas acepte hoy frases hechas ni oraciones completas. Nunca llueve y punto. La lluvia se marchó un buen día como una nube errante y no volvió jamás. Así de simple. Y, con todo lo que ha avanzado la tecnología, nadie parece tener un remedio a estas prolongadas carestías del líquido elemento que tanta psicosis despiertan en el ciudadano medio. Uno de los principales problemas de las sequías en estos tiempos, habiendo dejado de ser España un país labriego y eminentemente católico, es que nadie promueve rogativas ni misas a Santa Ana, San Antonio o San Isidro Labrador. Tan difícil es encontrar a quien sea diestro con una azada como a quien recite de corrido el Padrenuestro y así, naturalmente, se hace imposible revertir la aridez del campo. La última perjudicada por la falta de agua ha sido la cosecha del olivar, fruto elemento en la región, pero los expertos advierten del peligro que empieza a correr el suministro normal de agua corriente, algo a lo que los andaluces estamos ya tristemente habituados. Al final va a resultar que el agua, la falta de ella, se presenta como metáfora de una suerte de condena nacional. Hay quien ha defendido que el drama de la sequía puede evitarse con una pasión nacional. Y, para pasiones, las alentadas por esa Cataluña independentista desafecta a un proyecto en el que no vea disponer de privilegios diferenciados. La sequía es en su origen un castigo divino al payés que arma la presunta república con tractores, pero los dioses no entienden de supremacías de última hora y extienden la carestía a toda España.