Exposición

El viaje oval de Bigas Luna

La Fundación Vila Casas acoge la obra gráfica y multidisciplinar del célebre cineasta

Diapositiva retocada que muestra el interés por la tecnología del cineasta
Diapositiva retocada que muestra el interés por la tecnología del cineastalarazon

A Bigas Lunas le gustaban muchísimas cosas, pero la que más, la vida. Así de rotundo y global, esa vida en minúsculas que sucede y es fácil darla por sentada y no hacerla ni caso. Él sí lo hacía, con tanto entusiasmo que no podía quedárse solo para él, tenía que compartirlo. Así, obligaba a todo el mundo a hacerle caso. No con látigo, pero sí con persuasión estética. Ese era su talento y esas eran sus películas. Las comidas, el sexo, las reuniones, las risas, las caminatas, las conversaciones, nada extraordinario, es cierto, pero que sublimado y transformado en fenómeno estético, pues coge peso y realidad y entonces los demás lo ven y dicen, «¡pues es cierto!». Hay gente que sale de un musical bailando como si fuera el mismísimo Fred Astaire. Uno salía de una película de Bigas Luna con unas ganas tremendas de comer jamón, algo más real, cercano y, por tanto, brillante.

La Fundación Vila Casas, en Can Framis, acoge por primera vez la obra gráfica e interdisciplinar de Bigas Luna, en una exposición que presenta todas las filias de un artista lleno de tótems y fijaciones. «Su mayor fuente de inspiración siempre fue la vida, lo que le rodeaba, lo que pensaba, las personas con las que trataba», comenta Celia Orós, su viuda, que ha cedido parte de las obras, incluyendo sus diarios, documentos imprescindibles para conocer mejor cómo funcionaba el genio de Bigas Luna, «y que no creo que vuelvan a salir a la luz», añade su mujer.

La muestra, que incluye una treintena de piezas, sin contar las 591 caras de una serie de retratos mínimos, está dividida en cuatro partes y deja claro la influencia que tuvo en su trabajo nombres como los de Goya, Miró o Joseph Beuys. «El deseo de triunfo significa casi lo mismo que el temor al fracaso», escribe en uno de sus diarios, mientras pega en una esquina una hoja marchita.

La exposición comienza con sus «Guiones, lonas y piedras», donde el denominador común es el retorno a la naturaleza, sin renunciar a las nuevas tecnologías. «Lo que nos ha interesado comunicar es descubrir cómo era el artista, creador de una obra atravesada por diferentes disciplinas, que a los 20 años ya se interesó por la pintura y que contactó en sus inicios con los artistas conceptuales», afirma la comisaria de la muestra, Glòria Bosch.

Un segundo espacio nos presenta sus «Microcosmos», una amplia serie de retratos conceptuales realizados de forma convulsiva en pequeños papeles que bautizó como «caras sin alma». Sus 591 formas o deformaciones del rostro, realizadas con rápidas pinceladas en trazos amplios son una muestra del carácter obsesivo del cineasta.

Un último espacio traza la esencial relación que vivió desde sus inicios Bigas Luna con la tecnología y cómo la utilizaba para sus fijaciones. «Solía decir que lo primero que vemos al nacer es una forma oval vertical que se abre, como es el sexo femenino, y morimos con una última imagen oval horizontal, como es el ojo que se cierra. Por eso su obsesión por este tipo de formas, por la vagina o las semillas», afirma Bosch.

La exposición deja claro que el director de «Jamón, jamón», «La teta y la luna» o «Afixia» era un artista multidisciplinar con un universo propio y el talento para seducir a los demás.