Literatura

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Voces contra el silencio

Lejos de la tópica categoría de género, escritoras como Charlotte Wood, Arundhati Roy y Chimamanda Ngozi Adichie demuestran que la mejor literatura ha perdido centralidad y es desde los territorios periféricos donde se da mayor visibilidad a los problemas contemporáneos.

La escritora y activista india Arundhati Roy, posa durante la presentación de su novela "El ministerio de la felicidad suprema".
La escritora y activista india Arundhati Roy, posa durante la presentación de su novela "El ministerio de la felicidad suprema".larazon

Lejos de la tópica categoría de género, escritoras como Charlotte Wood, Arundhati Roy y Chimamanda Ngozi Adichie demuestran que la mejor literatura ha perdido centralidad y es desde los territorios periféricos donde se da mayor visibilidad a los problemas contemporáneos.

La categorización por géneros es peligrosa, puesto que sí, clasifica, ordena y descentra, algo positivo, pero también encierra, cosifica y desvirtúa, lo que hace que todo lo positivo anterior no sirva de nada. Hablar de grandes mujeres en la literatura es clarificador, puesto que son mujeres, sí, y son grandes, literariamente hablando, no de tamaño, pero también encierra su literatura en esa imagen de mujer grande, o sea cosifica su lírica, lo peor que puede hacerse, y así desvirtúa todas sus virtudes. Es como decir que la poesía de Walt Whitman es poesía de barbudos o que la de Federico García Lorca es de homosexuales. Esta idea hace creer implícitamente que sólo los barbudos y homosexuales pueden entender en su totalidad su obra. Y quien se deje crecer una barba para leer a Walt Whitman es diez veces más tonto que el que aprende alemán para leer a Dostoievsky en chino.

Hablar, entonces, de tres grandes escritoras como Charlotte Wood, Arundhati Roy y Chimamanda Ngozi Adichie en un mismo artículo es, en principio, algo que encierra, cosifica y desvirtúa su literatura. No es que ellas se desmarquen de su género y se sientan violentadas porque nos demos cuenta que son mujeres y escritoras, dos aspectos irrefutables, en principio. Ni mucho menos. Es más, ellas defienden su estatus femenino. Pero en este caso su género es irrelevante o al menos no central. Y esta es la palabra clave, central. Estas tres mujeres hablan desde lugares descentralizados de problemas contemporáneos. Ponen una lente de aumento en África, La India y Australia de tanta potencia que desde todas las partes del mundo se puede ver a la perfección.

¿Por qué desde los territorios periféricos se da mayor y mejor visibilidad a los problemas contemporáneos? Es difícil de saber. Es como deducir que la razón que sean tres mujeres escritoras para hablar de la bondad de este tipo de literatura es simplemente porque actualmente escriben mejor que los hombres. Puede ser verdad, pero difícil de saber. Una de las razones sería que al separar los problemas propios en lugares ajenos se consigue extraer el tumor y analizarlo desde fuera, pare quién sabe.

Hablemos, por ejemplo, de Charlotte Wood y su genial novela «En estado salvaje» (Lumen). Narra la historia diez jóvenes encerradas en una casa perdida en el desierto, donde son vejadas, utrajadas y torturadas. Y todo para resolver sus problemas y devolverlas a la «normalidad». Su problema ha sido que son chicas que han sufrido algún tipo de agresión sexual, pero se las tilda a ellas de problemáticas. «La sensación de pesadilla es máxima, porque estamos viendo una inversión lógica. Aquí las víctimas son las malas, lo que no tiene ningún sentido», comenta Wood.

La fuerza del libro, que ha sido comparado con «El cuento de la criada» de Margaret Atwood, está en que la historia se basa en hechos reales. Existía a finales de los 60 una casa como aquella, una institución donde se pretendía «curar» o «normalizar» a chicas cuyo único pecado había sido hablar sobre los ataques que habían sufrido. «Cuando oí la historia no me lo podía creer. Vivo en Australia y nuestro ecosistema se ha puesto en peligro cuando nos importaron conejos. Nuestro hábitat empezó a cambiar y ha ponerse en peligro. A veces parece que para los hombres las mujeres son una especie de conejos que se están multiplicando y poniendo en peligro su ecosistema. La misoginia está hoy tan presente como hace 50 años», comenta Wood.

Dos voces generacionales

De Nigeria llega Chimamanda Ngozi Adichie, más que una escritora, todo un fenómeno generacional cuyas frases ahora se leen impresas en camisetas de grandes marcas de moda. Adalid del nuevo feminismo, reniega de la definición «activista» para describir su compromiso con la realidad, pero lo cierto es que sus textos, desde «Americanah» a «Medio son amarillo», conmueven, sacuden, divierten y dejan la sensación de gran sabiduría emocional. «En África no necesitamos que mujeres occidentales nos hablen de feminismo. No necesitamos lecciones de gente que sufre los mismos problemas que nosotros y todavía noha encontrado forma de pararlos. Lo que sí aplaudiríamos es inversores que apostasen por mujeres emprendedoras, por ejemplo», asegura.

Otra que no se siente a gusto con el apelativo «activista» es Arundhati Roy, que regresa a la narrativa 20 años después de «El dios de las pequeñas cosas» con «El ministerio de la felicidad suprema» (Anagrama). La escritora vuelve a sacar a la luz la suciedad de La India contemporánea en una historia de amor desde los horrores de Cachemira. «Sólo la ficción puede decir la verdad puesto que da voz a los testimonios que soportan y sufren la macrohistoria», señala Roy. Tres grandes ejemplos de compromiso literario. En realidad, los autores europeos están de suerte. Pronto dejarán de ser centralidad y sus historias volverán a importar