Gastronomía

Hostelería al rojo vivo

Los bares y restaurantes climatizados correctamente son el refugio gastrónomo perfecto

La climatización no es una opción, es una obligación
La climatización no es una opción, es una obligaciónlarazon

En pleno epílogo primaveral, a las puertas del solsticio estival, los 40 grados de temperatura nos acompañan para alternar con nosotros. La ola de calor se recrudece. El calor se convierte en un auténtico sufrimiento para los clientes: sudores constantes, sensación de atmósfera opresiva y mayor dificultad para disfrutar de las terrazas. Almuerzos, aperitivos y sobremesas que nos hacen sudar la gota gorda. ¿Cómo es posible sufrir de esta manera a estas alturas?

Las deseadas precipitaciones gustativas se desvanecen con el calor que nos castiga desde el minuto uno. La hidratación pilsener, en compañía de la líquida rubia espumosa, nos permite pasar el rubicón del aperitivo, en la barra, con más pena que gloria. Ventanas abiertas y dispuestas. ¡Qué manera de sudar, qué manera de sufrir! Tras diez minutos es imposible aguantar. La obligada estampida en busca de un local climatizado se convierte en rutina. La complicidad de la terraza, en plena vorágine de calor, es desestimada de manera evidente.

Es solo coyuntural o un síntoma de algo. Para reflexionar sobre esta y alguna contradicción hostelera más. Debemos reconocer que estamos ante un problema de c...alores. Resumiendo mucho y por no evitar (nunca) la tentación del chiste fácil, eso es básicamente a lo que nos enfrentamos. Los mapas del tiempo son más inteligibles que los supuestos mandos del aire acondicionado. A veces, también somos expropiados de la necesaria climatización. Sin previo aviso. Como iniciativa para ahuyentar a la parroquia comensal y provocar el éxodo de los clientes al final de la jornada.

La semana continúa. No hace falta irse tan lejos para sufrir el calor. El silencio del impasible camarero es delatador. Se muestra inalterable ante la temperatura. Aunque su frente le delata, con estragos relevantes de sudor, fruto del constante agobio.

Sorpresas te da la vida. En pleno polígono industrial durante un caluroso almuerzo se produce el colmo del delirio. Nos colocan un ventilador industrial, de un taller mecánico contiguo. Detallazo de un cliente de la mesa de al lado. Sombrerazo. Sálvese quien pueda. La mantelería de pasta de papel se convierte en un surtido de confeti que revolotea, sin control, adueñándose del comedor. Ya se sabe, se ven pajas ajenas y no vigas propias. La cuestión tiene su miga. Morir de calor en un lugar frío.

Gastronomía al rojo vivo, menús templados y ambiente tórrido al otro lado del polígono. Ha llegado el momento para que la humanidad comensal, ponga fin a este flagelo calorífico. El almuerzo se tambalea como el asfalto recién armado que acabamos de pisar en el «parking».

Bienvenido al Infier(hor)no

Nuestro fiel Matute nos ofrece una solución popular y reparte un juego de viejos abanicos publicitarios de un banco recientemente intervenido. Tranquilos, hay para todos. Se propaga el momento Locomía. Cuanto más depreciado, más querido. Misteriosa paradoja.

El canto de los paladares achicharrados nos recuerda que hay motivo de queja. Es verano y toca sudar, dicen desde la barra. El (mal)trato sobrevenido se lo recordará dentro de poco la (in)significante factura de la luz. Arrieros somos y en el camino gastronómico jamás nos encontraremos. La indiferencia en frío y la penitencia en caliente. No tienen solución.

El taxi que nos lleva hacia la estación del AVE remata la jornada. ¡Uff, qué temperatura! Sin rastro de aire acondicionado en el interior del vehículo traccionado por más de 150 caballos coreanos. Observamos a duras penas la vieja licencia plastificada que está a nombre de un tal Carlos... Parafraseando al bueno de Luis Moya copiloto del mítico Sainz... «Por Dios, Carlos trata de arrancarlo, trate de poner el climatizador. ¿Tan difícil es?».

Busquemos la climatización óptima sin pérdidas térmicas que penalizan sobremesas gustativas. Adiós a la política hostelera de puertas abiertas que da miles de oportunidades a la presencia de la temida canícula en el interior de los bares. Párense a pensar y encontrarán la respuesta a esa pregunta. Los bares y restaurantes climatizados correctamente son el refugio gastrónomo perfecto.

Los clientes entienden de comodidad y confort, no de eficiencia energética ni del coste de mantenimiento para decantarse por un determinado establecimiento. La necesidad de una atmósfera placentera y fresca para los comensales no puede ser un desafío. La climatización no es una opción, es una obligación. Hostelería al rojo vivo.