Alfonso Ussía

¿Acaso importa?

La Razón
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Lope de Vega, Quevedo y el conde de Villamediana fueron tres acosadores frecuentes en tabernas y tahonas. ¿Acaso importa? Almorzando con Pepe Stampa y Miguel González Lucas –Luis Miguel Dominguín-, la charla derivó a Picasso. Miguel era muy de derechas, y cazaba con frecuencia invitado por el Generalísimo, mientras sus hermanos Pepe y Domingo fueron antifranquistas, el segundo miembro activo del PCE. Miguel intercedió a favor de Picasso en diferentes ocasiones, sin resultado positivo. Lo admiraba profundamente, y Picasso le correspondía en la admiración y el afecto. –Era un caso. Desnudaba a sus modelos, las pintaba y se acostaba con ellas al finalizar la sesión-. ¿Era un acosador Picasso o las modelos consideraban un honor ser poseídas por el genio? ¿Acaso importa? Torrente Ballester escribió un divertimento errado. «El Rey Pasmado», que tuvo su versión cinematográfica, catastrófica y ridícula. Interpretaba al Conde-Duque de Olivares el de la Orquesta Mondragón, y al confesor del Rey, Juan Diego, haciendo de malo. Nada, que el Rey Felipe IV, el de nuestro Siglo de Oro de la Pintura y la Literatura, deseaba ver desnuda a su mujer, la Reina. Y no había manera. El Rey pasmado de Torrente tuvo decenas de hijos naturales. Los historiadores más prudentes calculan que una veintena, y los más optimistas estiman que fueron 41 los hijos naturales del pasmado. ¿Acaso importa? ¿Era Felipe IV el acosador o el acosado? ¿Merece que le derriben sus monumentos y le cambien el nombre de sus calles y plazas? ¿Cerramos los museos de Picasso de Málaga y Barcelona? ¿También la sala donde se expone su «Guernica»? ¿Prohibimos la venta en librerías de las obras de Lope, Quevedo o el conde de Villamediana? ¿Escondemos en las filmotecas las copias de las películas de Alfred Hitchcok, que abusaba de todas las actrices que pasaban por sus ojos y por sus aros? Hay que distinguir. Los genios pueden ser crueles, salidos, acosadores, malvados, proxenetas... Allá ellos y los o las que les facilitaron el cumplimiento de sus obsesiones. Lo que importa es lo que dejan, no lo que hicieron desde sus despojos morales y antiéticos. Tendríamos que clausurar la mitad de las salas del Museo del Prado, del Reina Sofía, del Bellas Artes de Bilbao, y una buena parte de los archivos y volúmenes depositados en la Biblioteca Nacional. José Bergamín, en el penúltimo tramo de su vida, ya retornado a España, escribía en el «Sábado Gráfico» de Eugenio Suárez. Allí lo conocí y traté. Bergamín estaba obsesionado por los culos de unas guapas y jóvenes redactoras, y las perseguía por los pasillos para pellizcarles el trasero. ¿Prohibimos la obra de Bergamín? He citado recientemente a Rafael Alberti, que no movió un dedo para salvar de la muerte a su paisano Pedro Muñoz-Seca. Hay noticias de sus visitas siniestras a la checa de Bellas Artes. A pesar del rechazo que me inspira su persona, me considero un albertiano profundo, porque me enseñaron a distinguir entre el hombre y el artista, en este caso, poeta. Con el permiso de Federico García Lorca y su «Poeta en Nueva York», considero a Alberti el más grande de la gongorina Generación del Veintisiete. Y recito de memoria muchos de sus poemas. Como persona, me repugna. Como poeta, me entusiasma. ¿Fue González Ruano un ejemplo de virtudes? No. Fue un prenda de cuidado. Mapfre instituyó uno de los grandes premios periodísticos con su nombre, y al cabo de 30 años lo eliminó por motivos políticos y morales. Una ridícula decisión de sometimiento a lo políticamente correcto. La peor y más degenerada persona del mundo puede dejarnos arte y belleza literaria, plástica o musical. Ahí está Mozart. Un imbécil con la capacidad de rozar el cielo con su maravillosa creación musical. ¿Acaso nos importa lo que fue Mozart en vida, aparte del genio que nos regaló su música?

La presión de lo políticamente correcto nos está deshabitando el alma. Si nos quedamos con la obra de arte, ¿acaso nos importa la vida del que nos la dejó para siempre?