Alfonso Ussía

Añoranza canapera

La Razón
La RazónLa Razón

Dormida estaba mi memoria cuando la magnífica Carmen Rigalt me la ha despertado desde su artículo dominical en «El Mundo». Han desaparecido los canaperos, aquella poderosa banda organizada a la que yo bauticé como los «Croquétez». Otra nostalgia más de la Santa Transición. Los «Croquétez» se reunían en la sede de su banda para distribuirse los eventos con canapé asegurado. Jamás llevaban invitación, pues en tal caso perderían su condición de «croquétez». En Brasil, en la presumible alta sociedad de Río de Janeiro, existe y se valora a una figura que realza con su presencia cenas, bodas, bailes y fiestas benéficas. El «penetra». Como en todo, existen diferentes categorías de «penetras», y si el «penetra» que se colaba en una reunión de primera clase no era uno de los más conocidos, la reunión se consideraba rotundamente fracasada.

Las presentaciones de mis libros se las rifaban los «Croquétez», y muy especialmente las organizadas por «Ediciones B», que ofrecían mejores canapés y mediasnoches que las de «Planeta». En «Planeta» no había jamón, y los «Croquétez» eran muy críticos al respecto. Para mí, que el jefe de la banda era Manolo, el de los abrazos. No he conocido en mi larga vida a nadie que abrace con tanta naturalidad como aquel añorado Manolo. Tenía una extraña habilidad que le abrió muchas puertas. Conocía el nombre de las mujeres de los ministros y altos cargos. En una presentación, conversaba con Marcelino Oreja cuando se aproximó Manolo. El ministro se llevó el abrazo correspondiente sin poner reparo alguno. Pocas personas, además de inteligentes, tan educadas y cordiales como don Marcelino. Se estableció una charla tópica, centrada en el paso del invierno al verano sin apenas disfrutar de la primavera de Madrid, cuando pasó por el sudoeste de nuestro grupo un camarero con una bandeja con canapés de salmón ahumado. Inmediatamente, Manolo puso rumbo a la bandeja, no sin antes abrazar de nuevo a Marcelino Oreja y encargarle con el mayor desparpajo: «No te olvides de dar un fuerte abrazo a Silvia, tu mujer, que es encantadora». Todavía, veinte años más tarde, estará Marcelino intentanto averiguar la identidad de Manolo el de los abrazos.

Destacaban una guapa peruana, un bien vestido otoñal que decía ser tenor y amigo de Plácido Domingo, una señora rubia que se apoderaba de cuatro canapés de un solo golpe –se comía uno y guardaba en el bolso los tres restantes–, un educado personaje que se presentaba como militar retirado con escasas posibilidades de ser reconocido como tal y la de las fotos. La de las fotos se hacía acompañar por una amiga que simulaba ser tonta de nacimiento, y era la encargada de hacer las fotos con personajes relevantes. La de las fotos era perversa. Comentaba mientras su amiga enfocaba la cámara: «No sirve para nada y es completamente tonta, pero hace muy bien las fotos».

La banda de los «Croquétez» alcanzó un número tan alto de componentes que los organizadores de eventos sociales intentaron por todos los medios obstaculizar su presencia en los cocktails y aperitivos. Resultaba desgarrador llegar al lugar de la celebración y advertir la presencia de los «Croquétez» en la calle, intentando vanamente colarse en los salones canaperos. Al final de la existencia de la banda, sólo Manolo el de los abrazos superaba el umbral de acceso. En cierta ocasión lo hizo en el Ritz en un desayuno en honor del Presidente colombiano Álvaro Uribe. Lo hizo con grandeza. Posó un brazo sobre la espalda de Uribe, y lógicamente, pasó.

No dejó un churro sobre la mesa.

Llegó la crisis, y la banda se extinguió. Hoy me ha traído sus paisajes velados Carmen Rigalt, y mi mañana dominguera se ha cubierto de melancolía.