Política

Chatarrería parlamentaria

La Razón
La RazónLa Razón

Tras la noche toledana en la que Íñigo Errejón perdió la cabeza, Pablo Iglesias parece haberse desentendido de más cuchillos largos y sus huestes campan por sus fueros. No es que haya descubierto las bondades del parlamentarismo, dedicando a él todos sus esfuerzos, es que tiene de las Cortes la idea de un desguace, y como chatarrero político vende las piezas por las plazas. En Madrid, Sol parecía terciada, pero eso de desahuciar la democracia participativa para exhumar la siempre teórica democracia directa, tiene su atractivo. La amiga de una dama paciente de obesidad mórbida y famosa por su vida galante, preguntaba: «No sé como logras tantos amoríos». «Hija, la carne tiene su público». Iglesias sobre un tablado improvisando consignas tiene más atractivo que la osa y el madroño. Como el podemita tiene poco que agitar en el Congreso al que se debe para publicitar o enaltecer su moción de censura contra el Gobierno se contradice a sí mismo gritando que la representación está en la calle y no en el Parlamento. Eso puede estar muy bien pero tendrá que hacer una revolución y no un discurso en campo abierto. Mociones de censura hubo dos y una intentona, porque están tasadas. Felipe González perdió la suya pero salió realzado ante un Adolfo Suárez deteriorado. Hernández Mancha, que ni era diputado o senador, hizo el ridículo con la suya de la que sólo quedó lo de poner RVE en almoneda. Mancha era numerero, como Iglesias, y un día se presentó en un acto de blanco nuclear, canotier y bastón de bambú. Tuvieron que sujetar a Fraga para evitar una desgracia. Creo que Rubalcaba, tras emerger Bárcenas, sopesó una censura, pero, inteligentemente, dejó esa lidia a los medios de comunicación. Iglesias no podrá subir al arengario a perorar lo que acostumbra; tendrá que proponer un programa alternativo de Gobierno, habrá de enseñar sus cartas, no podrá jugar de farol como en la calle, y el Parlamento tiene demasiadas bisagras para el chatarrero. Hasta ahora las mociones de censura han sido chatarra parlamentaria y han servido para muy poco o nada. Acudiendo a la psicología quizá el perillán pretenda alzaprimarse ante el barullo en que hierven los socialistas entre primarias y congreso y darse tono de estadista pero ya es tarde para escapar de su soflama populista. Tendrá también su público; es imprescindible oír lo que quiere hacer con España.