Alfonso Ussía

Chismes de cotorras

La Razón
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El mal gusto, la zafiedad, la incultura y la mentira se han apoderado de un alto porcentaje de las tertulias políticas y rosas de las cadenas de televisión y las emisoras de radio. No ha surgido espontáneamente la estupidez, y aún menos la grosería. Con independencia del gran negocio que mueve el chisme en España, todo responde a un meditado plan para desprestigiar, mediante bulos e intromisiones en la privacidad del Rey Don Juan Carlos y su familia, a la institución monárquica. El objetivo es la Corona. Precisamente la Corona, la garantía contra el cáncer de la secesión y simultáneamente el símbolo de la unidad de España. Las redes sociales colaboran con sus dos grupos perfectamente coordinados. El identificable y el anónimo. El identificable da la cara para que el anónimo, infinitamente más numeroso, apoye la desfachatez y la injuria al tiempo que insulta, amenaza y desacredita a quienes salen al paso del vómito podemita. Dicen que en la Fiscalía General se trabaja mucho, pero me temo que llevan algunos años de vacaciones. La sarta de calumnias, vejaciones, humillaciones, falsedades y mentiras que se han escrito en los últimos meses contra el Rey Don Juan Carlos, no persiguen el daño personal del Rey que devolvió la libertad a los españoles. Saben que las criticas personales, que también le afectan –o al menos, me lo figuro–, no cumplen su misión con el exclusivo malestar del Rey padre. Don Juan Carlos no es la víctima deseada. Es la excusa para socavar el prestigio de la Corona. Y en esa estrategia suicida hay empresas y medios privados y públicos que causan asombro. A nadie escandaliza que en «La Tuerka» iraní, en «Público» o en algunos confidenciales de muy limitado prestigio profesional, se ponga a caer de un burro al Rey de la libertad por asuntos de muy superficial importancia, aunque fundamentalmente importantes, y hasta básicos, para mantener el buen negocio. Pero en cadenas de televisión de cobertura nacional y accionariado –bueno es evitar las derechas o izquierdas–, constitucionalista, a la figura del Rey Don Juan Carlos se le trate como a un guiñapo. Vuelvo a lo de antes. Es la excusa, porque el fin es la destrucción de la existencia de la Corona. Y en esa destrucción, aplaudida por empresarios constitucionalistas y un sinvergüenza millonario de la extrema derecha italiana, colaboran con entusiasmo ilustres periodistas y opinantes que parecen desear pertenecer al submundo de las cotorras chismosas de los platós rosas, hepáticos y cardíacos. Al menos, ya han copiado de las cotorras sus dos armas argumentales preferidas. Los gritos y los insultos.

Las redes sociales, cloacas de la peor educación, también entontecen. A los mensajes sensatos, positivos, cultos y equilibrados, normalmente firmados y con autor identificado, responden los aparatos del estalinismo, el separatismo y el terrorismo, con una virulencia tan brutal como analfabeta. Intuyo que el Rey padre está preparado para soportar el acoso. Lo malo es que el actual Rey, que ha demostrado una imparcialidad y un sentido de su papel constitucional admirables, tiene un Gobierno que se sitúa de perfil cuando la Corona tiene que ser defendida de los ataques miserables, y un partido Socialista dividido en dos bloques. El que representa al PSOE de la Constitución y el que promueve el infiltrado de Podemos y que vota con los separatistas, los estalinistas y los terroristas. La Corona no puede defenderse en soledad, y tengo para mí, que se siente sóla. Los cobardes callan, los resentidos claman, la anti-España está crecida, el Gobierno de perfil, el PSOE dividido y la Constitución cuestionada y desobedecida mientras los fiscales siguen de vacaciones. El Rey Don Juan Carlos es el pretexto. El texto es hundir a la Corona, y con ella, la unidad, la libertad, los derechos humanos, el futuro, la prosperidad y la paz de los españoles. Demasiado para seguir haciendo negocio con los vociferantes y las cotorras del chisme.