Alfonso Ussía

De la grosería al amor

La Razón
La RazónLa Razón

El pasado año, la mayoría mema de los componentes del jurado del Cervantes, le regaló el premio a Juan Goytisolo, un mal escritor, autor de elementales bazofias con pretensiones literarias que se han compilado en una extraordinaria Antología del Escritor Coñazo. Goytisolo, por otra parte, se comportó con los memos que le concedieron el premio –intuyo por ahí la mano y la influencia del ridículo Lasalle de Betet–,con arrogante grosería. Y fue estúpidamente chusco con España y con el Rey, pronunciando el discurso más lamentable de cuantos se han oído en Alcalá de Henares desde que el Cervantes se convirtió en el Nobel de la palabra española. Goytisolo es un pelmazo que nació de nalgas, según tengo entendido, y de nalgas permanece. Y muy probablemente, cuando Dios lo disponga, de nalgas fallecerá. Creo que en ese aspecto tan singular de su vida, Juan Goytisolo ha sido consecuente.

A Goytisolo, como al director de cine con un ojo en Murcia y otro en Lisboa, –y también premiado por el acomplejado Lasalle, señor de Betet–, sólo les interesa de España el respaldo del dinero oficial. España es una porquería excepto cuando paga.

Recogen el premio, dicen cuatro estupideces floreadas, reniegan de sus raíces, y se marchan cuando han recibido el correspondiente talón que autoriza Lasalle, ese verso supuestamente libre y mal medido del Partido Popular que nos impuso Wert y ha mantenido el simpático y sonriente Méndez de Vigo, siempre diplomático.

En esta ocasión, el premiado, un excepcional escritor mexicano, Fernando del Paso, anclado en su silla de ruedas, roto de salud y con más de ochenta años, ha pronunciado uno de los discursos más emocionantes y limpios al recibir su premio de manos del Rey. Se presentó con una corbata con los colores de España –y del Reino de Aragón, séame autorizado a recordar–, con la sonrisa en su rostro, con la emoción en su ánimo, con la gratitud en su medida y con el señorío en todas sus esquinas. «Desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano; y cuando bostezo, toso y estornudo, lo hago en castellano; eso no es todo; también hablo, leo y escribo en castellano. Vine y estoy aquí, discurso en ristre y con los colores de España en el pecho, muy cerca del corazón, para agradecer a Sus Majestades los Reyes su generosa hospitalidad. Y sobre todo, gracias a ti, España, mil gracias. Por cierto, también sueño en español».

El pasado año, un supuesto escritor supuestamente español abusó de la tribuna del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para prodigarse en variopintas pedorretas contra España, contra el Rey, contra Cervantes, contra nuestro idioma y contra todo aquello que el perroflautismo le exigía. Aseguró su futuro como censor del Organismo de Escritores del Estado en el caso de que algún día gobiernen los suyos, los de Podemos. Aquella mugre intelectual ha quedado borrada por las palabras de un escritor mexicano, infinitamente más firme y contestatario que él, que sin concederse importancia ni usar de los tics simplones del falso progresismo, le ha dado, no sólo una lección de conocimientos cervantinos, sino una abrumadora clase de buena educación y serenidad exigida.

Necesitaba el Paraninfo –y el Premio Cervantes–, una higiénica eliminación de las bacterias y los microbios dejados en el aire por las necedades simplonas de Goytisolo. Y lo ha llevado a cabo Fernando del Paso, ese escritor mexicano que ilumina nuestro idioma con la genialidad y la belleza.

Ha quedado liberado de bacterias el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.

Y por ahora, también de Lasalle de Betet.