Congreso de los Diputados

El síndrome de Escarlata O’Hara

La Razón
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La cosa empezó con un cotilleo de la Policía Nacional: un tiparrón de dos metros de altura llegaba al Congreso por el parking con intención de no ser visto. Los mandos de seguridad echaban una mano a los periodistas dado que el caballero en cuestión era Pedro Sánchez. Un mes sin aparecer por la Cámara y, fiel a su estilo chulesco, el defenestrado líder avisaba por Twitter de que llegaba para votar NO a Mariano Rajoy. Casi a la misma hora, el candidato a presidente no alteró su costumbre de acceder al patio principal con sus colaboradores, estrechar las manos de varios diputados y saludar cortésmente a todo el mundo. Arropado hasta la saciedad por la cúpula del PP, su cara denotaba serenidad y un pelín de satisfacción. La de Pedro Sánchez era una auténtica cruz, aunque intentó disimularlo. «Rajoy está como siempre y Sánchez ha crecido», comentaban algunos en un pasillo abarrotado. Normal, uno ha seguido en el trabajo y el otro de vacaciones.

El candidato del PP estuvo arropado como nunca. Había ganas de desatascar el bloqueo, y se notaba. Al margen de la pléyade de ministros pendientes de destino, la cúpula del partido y del grupo parlamentario, muchos rostros de la periferia. Ex presidentes autonómicos como el balear José Ramón Bauzá, el castellanoleonés Juan José Lucas o la aragonesa Luisa Fernanda Rudí, primera mujer presidenta de las Cortes que aún tiene sus fans en el Palacio de San Jerónimo. Dirigentes regionales como el catalán Xavier García Albiol o el andaluz José Manuel Moreno Bonilla. Y no faltó, como ha sido costumbre en anteriores investiduras Elvira, la esposa de Rajoy, instalada en la tribuna de invitados con el ex presidente del Congreso, Jesús Posada, el actual del Senado, Pío García Escudero, y el muy sonriente marido de María Dolores de Cospedal, Ignacio López del Hierro. No se vio a la antaño rutilante esposa de Sánchez, aquella mujer de rojo llamada Begoña Gómez.

Y es que en el PSOE el horno no está para bollos. Caras largas tras dos horas de reunión a puerta cerrada para seguir con la herida candente. La tensión fue de aúpa cuando Pedro Sánchez subió las escaleras para llegar a su escaño en la octava fila y se lanzó a un gélido saludo de manos con Antonio Hernando. «Esto es la pera», susurró algún diputado crítico por lo bajines. El líder caído con quien fuera su mano derecha y apóstol del NO hasta darse la vuelta, destinado ahora a defender la abstención. El ascenso de Sánchez hacia su escaño era un poema: saludos fríos de circunstancias y besos cariñosos de dos de sus leales, casi embelesadas, Margarita Robles y Zaida Cantera, las independientes de la justicia y los ejércitos. A decir verdad, Sánchez sudó lo suyo hasta sentarse en el escaño entre una nube de fotógrafos, bastante frialdad de su grupo y una malévola sonrisa de Patxi López, a quien desde Euskadi ya le quieren candidato. Otro rival en el camino.

Antes del debate, muchas sonrisas en el PP. A su portavoz, Rafael Hernando, le caen todos los «marrones» por llegar andando tan campante. Alguien de Podemos le grita: «Os han regalado la abstención». Mire usted, responde: «A nosotros el único regalo nos lo hicieron ocho millones de españoles». Vuelve a por otra. La plana mayor del grupo popular en defensa de la solidez del jefe y con dos palabras claras: compromiso y consenso. En el plano femenino, muy elegantes todas: Soraya, Cospedal, Fátima y una vivaracha Andrea Levy que estrena enormes gafas a la última. Y, por supuesto, «Viri», la esposa de Rajoy, de azul y blanco a juego con el traje y corbata de su marido, un largo collar de perlas y unas discretas lentes de moldura transparente que le mitigan una incipiente miopía. Las damas socialistas más discretas, porque todo el morbo se lo llevaban Pedro Sánchez y los nuevos jerifaltes del grupo, el converso Antonio Hernando, tan serio que parece que se ha tragado una estaca, y Miguel Ángel Heredia, uno de los centinelas en Madrid de la presidenta andaluza Susana Díaz.

Mucha menos expectación en Podemos y Ciudadanos. Con gran disgusto de Pablo Iglesias, tan ególatra y protagonista. Se desgañitaba cuanto podía entre los periodistas intentando colocar un titular: «Para el PP esto es un trago y para el PSOE una vergüenza», mientras lidiaba como podía su presencia en las algaradas callejeras. Albert Rivera, más templado y recatado, fiel a su discurso del diálogo. Curiosamente, la estrella naranja fue Inés Arrimadas, recién llegada de Barcelona y harta de que se la critiquen veleidades por su matrimonio con el ex convergente nacionalista Xavier Cimá. «Soy de las mujeres que no dependen de su marido», decía la catalana tan risueña. Rivera y los suyos quedaron contentos porque Rajoy en su discurso otorgó mucha importancia al acuerdo firmado con Ciudadanos, al tiempo que ofrecía constante diálogo a los demás partidos.

Tras diez meses de bloqueo, esto empieza a andar. Satisfacción contenida en el PP, vía crucis en el PSOE, optimismo en Ciudadanos y furia contenida en Podemos, obsesionados con la segunda plaza. Los nacionalistas, poca expectación, si bien Aitor Esteban, del PNV, ya va girando el rumbo: «Si el partido empieza saldremos a jugar en primera división». Otros que cambian su NO cuando les tocan el bolsillo. Rajoy se fue del Congreso con su semblante apacible y Sánchez con la crispación contenida. Y cuando se le preguntó qué votará el sábado, se limitó a una repuesta: «El sábado será otro día». O sea, como Escarlata en «Lo que el viento se llevó».