Enrique López

El teatro del mundo

La Razón
La RazónLa Razón

Si analizamos la opinión de muchos analistas políticos podríamos llegar a la conclusión de que el mundo occidental se encuentra en un proceso de degradación. Justifican tal juicio en que los supuestos valores y libertades occidentales se enfrentan un creciente empobrecimiento espiritual y decadencia moral. A ello le añaden el decaimiento de los liderazgos políticos en la actualidad. Pero para llegar a esta última conclusión se debe tener primero claro qué se entiende por liderazgo para poder evaluar los actuales. El liderazgo, incluso a nivel de estado, no es una profesión, sino la conjunción que multiplica la sabiduría y el carisma de la personalidad; para ello resulta claro que se debe ser consciente de la responsabilidad que recae sobre aquellos a quienes se les transfiere el poder y entender que éste debe ser utilizado correctamente, en bien del país y sus intereses genuinos, más a largo que a corto plazo. Es difícil establecer comparaciones entre los líderes mundiales de una y otra época, sobre todo porque las circunstancias a las que se enfrentan o han enfrentado son muy diversas y diferentes en cada momento histórico. De lo que no cabe duda es de que, cada vez más, los problemas importantes en las sociedades actuales traspasan fronteras, y exigen actuaciones conjuntas y concertadas que requieren de líderes que amalgamen en torno a su persona el ejercicio de las acciones tendentes a la solución de los problemas. En este entorno, países como España se encuentran en una situación en la que no pueden aspirar a ser países determinantes de las soluciones globales, pero tienen un tamaño suficiente como para que sus propios problemas trasciendan a sus fronteras, y esto debería hacer reflexionar a algunos sobre sus posturas políticas, rayanas en un tancredismo inapropiado. En este contexto internacional, lo único que debería esperarse de los responsables políticos es la asunción responsable del diferente papel que les atribuye a cada uno la sociedad española a través de sus votos, y aceptar la conformación de las mayorías sociales expresadas a través de su escrutinio. La realidad es la que es, y no la que cada uno quiere que sea, y aceptar el destino histórico que a cada uno le depara la voluntad popular es un acto no sólo reprobable, sino y, además, necesario. Hoy en día, la historia en su papel de juez ha acortado los plazos procesales de sus juicios, y ya no es necesario esperar muchos años para alcanzar perspectiva histórica a fin de poder valorar el desempeño del poder de los diferentes líderes, y a ejemplos muy próximos en el tiempo nos podemos referir. En el mundo actual, tras las elecciones en Estado Unidos, junto con el afianzamiento permanente del presidente Putin, se van a conformar nuevos modos de entender los equilibrios mundiales, y en este entorno España necesita más unión y fuerza –lo cual requiere de amplio consenso político– y, sobre todo, de que cada actor asuma el papel que en este momento de la historia le ha correspondido. En una obra de teatro, cada actor debe representar el papel que se le asigna, y no otro.