César Vidal

Hasta siempre, Paloma

La Razón
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Al otro lado del Atlántico, me llega la noticia del fallecimiento de Paloma Gómez Borrero. No he podido evitar sentir pesar por la muerte de una persona entrañable a la que traté con grata frecuencia en la etapa de COPE. Recuerdo a la perfección el día que vino a verme, casi sigilosamente, a mi despacho en la redacción para pedirme que no abandonara la cadena y renovara mi contrato por dos años más. Como a otros antes, le señalé que no tenía intención de permanecer en la casa después de que despidieran a Federico Jiménez Losantos. Paloma me miró con un gesto dulce y con voz queda me dijo: «Pero a ti no te echan César». Por un momento, estuve tentado de contarle las razones completas de mi marcha, pero creo que la ternura de Paloma me lo impidió. Me limité a darle las gracias, a ponerme a su disposición para lo que necesitara y a despedirla con un beso. Era una compañera simpática, amable, competente y muy bien informada de asuntos vaticanos. De hecho, es la única persona que logró que me enfadara en un programa de radio. Se debatía si Juan Pablo II había muerto y Paloma entró al final de mi emisión para afirmar que sí. Nadie había realizado semejante aserto y me irritó que, precisamente la COPE, se pudiera equivocar al dar una noticia no comunicada oficialmente. Fui yo el que erró porque, apenas unas horas después, la muerte del Pontífice quedaba confirmada. Paloma era creyente e incluso filopapal, pero no era estúpida ni estaba desprovista de espíritu crítico. Me viene a la memoria un día que irrumpió en mi despacho, indignada porque, en esos momentos, una de las estrellas de la casa estaba realizando el panegírico de un eclesiástico difunto. «Pero ¿cómo se le ocurre?», me dijo, «¡si todo el mundo sabe que era un pedófilo!». Era fiel, pero no fanática. En cierta ocasión, me pidió un ejemplar de mi Jesús, el judío para regalárselo a Ratzinger. Insistió en que le añadiera una dedicatoria. Era yo escéptico de que el libro llegara al destino que apuntaba Paloma, pero lo cierto es que a los pocos días recibí una misiva oficial –que andará por algún rincón de mis archivos– dándome las gracias. Hace años, me invitó a visitar con ella la Capilla Sixtina. No pudo ser. Hasta siempre, Paloma.